Verdades ficticias
Zabala, o Zabalita, o Z es un cuarentón cinéfilo, un director frustrado. Su matrimonio se rompe después de 15 años y él, sin haberlo siquiera previsto, abandona Buenos Aires, se lanza a la carretera hacia el sur y acaba varado en un imaginario pueblo de la costa atlántica, Pampa de Mar. Las aventuras que allí le suceden son la materia de esta novela del camino cuyo montaje no lineal, con capítulos posteriores que aclaran lo narrado en los anteriores, recuerda sobre todo a Pulp Fiction, de Tarantino. De hecho, las situaciones y los personajes tarantinescos son bien reconocibles: en la barra del bar del angélico gigantón Alcides (evidente imitación, por otra parte, de uno de los protagonistas de Cuarteles de invierno, de Osvaldo Soriano), en la que Zabala se convierte de la noche a la mañana en un especialista en cócteles; en los violentos 'tipos del Chevy' con los que el héroe se cruza todo el tiempo y de los que recibe alguna paliza. Todo gira en torno al episodio del accidentado y breve viaje de Zabala con Nieves, inquietante mujercita de 13 años, nítido calco de Lolita.
PURAS MENTIRAS
Juan Forn Alfaguara. Madrid, 2002 267 páginas. 13,95 euros
Cada capítulo de la novela
puede leerse como un cuento independiente. Recurso interesante, ya que Forn sabe inventar historias y darle espesor a la ficción, pero peligroso, pues por momentos parece prestarse más atención al funcionamiento del artefacto que a crear un sentido coherente para el conjunto. El título mismo de la novela indica la dirección en la que Juan Forn (Buenos Aires, 1959) apunta: a la indagación del vínculo entre realidad y representación, experiencia y memoria, voz y relato. Puesto que Zabala habla de sí mismo, pero también se deja contar por los otros, de manera que, paralelo a la imbricación de los cuentos entre sí, la novela se establece como un catálogo de voces narrativas: la de Zabala, con claras reminiscencias del código amoroso de Rayuela, de Cortázar, y de la forma dialogada de Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa, a la que el nombre del personaje remite con toda evidencia; o la de Alexis, 'la tremenda maricona tropical', que trae a la memoria a la cantante de boleros de Cabrera Infante, a Osvaldo Soriano de nuevo o, más lejanamente, a Manuel Puig.
Es curiosa esta evocación de los años setenta en algunos narradores argentinos de la generación de Forn, como en la reciente Mantra, de Rodrigo Fresán. Como si la tantas veces invocada influencia norteamericana -declarada por los mismos autores y apostillada por las reseñas- cediera el terreno a la renovada posteridad de algunos nombres de la narrativa en castellano que, hasta no hace mucho, parecían más bien olvidados.
Cuando el año pasado Puras
mentiras se publicó en Buenos Aires, el crítico Ariel Schettini escribió en Clarín que la novela argentina, donde el inmigrante adquirió entidad literaria a lo largo de muchas obras y generaciones de autores, incorporaba ahora, con el libro de Forn, la figura del emigrante: 'Nuevo arquetipo de los argentinos (...), aquel que quiere deshacerse de su historia y no lo consigue'. La lectura es sugestiva, pero algo forzada, puesto que Zabala no se va del país: apenas abandona Buenos Aires. Sin contar el antecedente de una novela tan influyente en la trastienda como casi nunca nombrada ante los micrófonos, Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, que se cierra con un viaje al sur por carretera, no muy distinto del que emprende el personaje de Forn. Este asumido carácter epigonal permite leer Puras mentiras como un trabajo sobre temas y obsesiones centrales de una rama de la literatura argentina. Después del registro más cercano al realismo clásico de Frivolidad (1995, publicada en España en 2001 por Punto de Lectura), la novela anterior de Forn, Puras mentiras propone un desafío formal más complejo y lo resuelve con visible solidez.
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