_
_
_
_
Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un maestro en Alemania

¡Vaya pedazo de novela! Un cuadro apocalíptico sobre el sinsentido de la historia y la impotencia del arte, escrita con ira y sin concesiones, propulsada con vigor por la plétora de ideas; una apología de la libertad; un desafío a los tabúes burgueses de un escritor que registra atentamente lo que le rodea; que trata de política porque le atañe, porque sabe que ahí se juega la libertad. Esto es Muerte en Roma, la última y más excitante novela de la trilogía de los años del 'milagro alemán'. Koeppen contó, en una entrevista, que después de haber pasado unos días en la capital italiana, volvió con el libro en la cabeza. No había hecho apuntes, no existían notas; se fue a su pueblo, se encerró en la habitación de un hotel y la escribió.

MUERTE EN ROMA

Wolfgang Koeppen Traducción de Carlos Fortea RBA. Barcelona, 2002 205 páginas. 14 euros

MORT A ROMA

Wolfgang Koeppen. Traducción al catalán de Pilar Estelrich La Magrana. Barcelona, 2002 208 páginas. 14 euros

Autodidacta, de origen humilde, Koeppen (Greifswald, 1906-Múnich, 1996) había irrumpido con fuerza en el panorama literario alemán de posguerra, pero fue silenciado. Tenía un estilo propio -aprendió de Joyce y Dos Passos- y una visión: el mundo como pandemonio. Tenía un escenario, la ciudad después de la guerra, y un tiempo, la vertiginosa actualidad. Después de haber analizado en 1951 el desconcierto y los miedos de los alemanes en Palomas en la hierba, después de haber señalado en 1953 la remilitarización y la muerte del pacifismo en El invernadero, presentaba en 1954 con Muerte en Roma un panóptico del legado de violencia que dejó el nazismo.

Para ello reunió en Roma, en circustancias deliberadamente inverosímiles, una serie de personajes fantasmales, pero muy concretos: Siegfried Pfaffrath, joven compositor dodecafónico, sacudido por 'el temor a la existencia', que llega para estrenar una sinfonía; su protector, el célebre director de orquestra Kürenberg y su esposa judía, guardianes inquebrantables de una cultura cosmopolita, que fueron expulsados de Alemania por los nazis; el padre de Siegfried, antiguo gobernador nazi trocado ahora en alcalde democrático, acompañado por su mujer, su hijo y su hermana Eva, que sigue llevando luto por el Führer. La familia Pfaffrath viene para preparar la vuelta del cuñado, el antiguo general nazi Judejahn, carnicero vocacional, fugado a un país de Oriente Próximo. Y finalmente se une Adolf, el hijo de Judejahn, diácono atormentado que busca refugio en el seno de la Iglesia.

Entre todos ejecutan un atrope-

llado baile de la muerte, donde el odio, la ambición y los resentimientos marcan el compás. El conflicto generacional choca con el instinto de sobrevivencia en los nuevos tiempos. Para los padres es la lucha por el poder, mientras los hijos pugnan por liberarse de los padres. Las imágenes de Roma, sacadas de una película de Vittorio de Sica, ponen el fondo idóneo, ya que Koeppen elige el lugar por antonomasia del poder, ensangrentado por césares y pontífices, que el paso de los siglos ha convertido en piedra, en hermosas obras de arte y en bella arquitectura. La muerte está representada por Judejahn, que viaja en una limusina negra, 'un oscuro ataúd centelleante', con un gato callejero llamado Benito, en homenaje al Duce, con quien el general paseó por la ciudad. Judejahn, ahora entrenador militar de los hijos del desierto y traficante de armas, hace en la suite del hotel balance de su vida: 'Él era alguien, Judejahn, siempre había sido alguien y volvía a serlo. Podía permitirse alojarse aquí y disfrutar del recuerdo de sus grandes días: bajo este techo había residido, desde aquí había enviado embajadores al Palazzo Venezia, en el vestíbulo de esta casa había ordenado fusilar a los rehenes'.

Su contrafigura es Siegfried, álter ego del autor, Aschenbach moderno que mantiene una distancia irónica con todos, incluso consigo mismo. Le domina el sinsentido, que lo convierte en un ser automarginado, incapaz de simular participación en el culto a la belleza del arte que practica el vitalista Kürenberg. Por las mismas razones, no puede sentir odio contra los asesinos, ni contra su tío Judejahn, la figura tenebrosa de su infancia, que será desenmascarado de sus delirios de grandeza. Pero el régimen de violencia y destrucción que levantó se perpetúa, aunque él baja a los infiernos: 'Parecía como si hubiera mecenas innominados, silenciosos benefactores de la Humanidad o discretos amigos de la Muerte, que corrían con los gastos de abastecer de armas a pequeños pueblos valerosos, países de escaso patrimonio, para que el riesgo de la guerra no se extinguiera ni en las circunstancias más marginales. Se mantenía el ascua de la guerra. Quizá la chispa saltara un día y volviera a inflamar el mundo'.

Una prosa artística como la de Koeppen representa un reto para la traducción. Se nutre de un vocabulario riquísimo que mezcla el lenguaje culto de los clásicos con el galimatías nacionalista y militarista de los ideólogos de 'sangre y fuego', y la grosería de la jerga callejera. Su ritmo, su musicalidad, la belleza de sus periodos sintácticos, son muy difíciles de reproducir, aunque no sucede lo mismo con la extraordinaria variedad de su vocabulario, que aquí ha desembocado lamentablemente en un castellano reducido y llano.

La voz de una 'generación perdida'

CON LA MUERTE de Wolfgang Koeppen en 1996, se esfumó la leyenda de la gran novela en la que se le suponía trabajaba desde hacía cuarenta años. Como consecuencia de los ataques y malentendidos que provocó su trilogía sobre los turbios comienzos de la República Federal Alemana, con la que había intentado desentumecer la conciencia de sus conciudadanos, Koeppen se retiró en los años setenta al silencio. El pesimismo había sustituido poco a poco su fe en el efecto social de la literatura. Ya en 1952, en su ensayo sobre Los miserables escribidores, hacía suya una frase de Karl Kraus: 'Quien tenga algo que decir que se levante y calle'.

Koeppen hablaba de su generación como de una 'generación perdida'. Educado en el espíritu idealista y tolerante del vibrante mundo literario berlinés de los años veinte, publicó dos novelas a mediados de los años treinta, ignoradas en la Alemania nazi. Pasó la guerra en la clandestinidad, al final escondido en el sótano de una granja. Esta experiencia se refleja en Anotaciones de Jakob Littner desde un agujero de tierra, el testimonio de un judío, publicado en 1948 bajo el nombre del personaje. En 1992 fue reeditado con la firma de Koeppen.

En 1951 salió a la luz la primera de sus tres novelas que le aportaron su tardía fama mundial. Palomas en la hierba es el retrato desilusionado de la sociedad alemana en la época de la recuperación económica y de la restauración política. Confrontaba a los alemanes con lo que menos querían conocer: la desagradable verdad sobre su país recién levantado de las ruinas. El verdadero revuelo se desató en 1953 con El invernadero, la denuncia agresiva de la política de rearme del nuevo gobierno en Bonn, cuando los antiguos nazis recuperaban sus posiciones. La recepción de la obra de Koeppen es uno de los capítulos más vergonzosos de la historia de la literatura de posguerra. Muerte en Roma, de 1954, le granjeó además el calificativo de pornógrafo pervertido. A partir de entonces, Koeppen se limitó a escribir libros de viajes, que conformaron su aportación literaria en los años sesenta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_