_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fukuyama y 'Piolín'

Hace más de una década que el economista norteamericano de origen japonés, Francis Fukuyama, alertó sobre el fin de la historia y esbozó sus visiones de un futuro poshumano. En 1989 había escrito un artículo que daría origen al libro El fin de la historia y el último hombre, donde se afirmaba que la caída del comunismo y el triunfo de las democracias liberales marcaban el comienzo de la 'etapa final'. Llegados a tal punto, no habría lugar para más batallas ideológicas: la historia había terminado y ese final significaría, al tiempo, el fin de las guerras y de las batallas sangrientas. Los hombres se dedicarían, pues, a satisfacer sus necesidades a través de la actividad económica. Para Fukuyama, la dirección que la humanidad venía buscando a lo largo de su historia había alcanzado un objetivo certero: la democracia liberal como forma ideal de gobierno. Naturalmente, Estados Unidos representaba para el orbe ese deseable modelo de esperanzada agonía: la muerte prometía una confortable eternidad.

Aunque dotadas del atractivo de la provocación y de un brillo adecuado al caldo mediático de los noventa, muy pronto las teorías del hombre de Chicago vinieron a verse, más bien, como una nueva falacia imperialista de corte posmoderno. Los acontecimientos del 11-S obligaron después a Fukuyama a reconocer a un nuevo enemigo, que el profesor describe como 'fascismo islámico'. Fiel a su línea terminal, pronostica entonces un nuevo fin: el del tecnoliberalismo. Fiel a su línea errática, esboza un futuro a medio plazo sin expansión comercial y sin inversiones. En contra de sus antiguas previsiones, no sólo no ha muerto la historia, sino que a los EE UU, adalid de aquella nueva era, la vida le va regular. Lo que está sucediendo ahora en el Parque de la Warner de Madrid no es más que un ejemplo, a escala de colonia, de que la historia no se acaba así como así, pero da tumbos. El reciente ataque a Piolín es un punto de inflexión preocupante y revelador. Se veía venir, desde luego. Se había intentado minimizar la importancia de aquella revuelta popular que acompañó a la prepotencia sin autoanális en la inauguración del parque norteamericano. También había habido apagones y, unos días antes del ataque al famoso canario encarnado en una chica, el pueblo se quedó colgado boca abajo como de esa montaña rusa y borgiana que es el azar. El imperio tiene problemas.

Por su parte, y en la línea más hardcore de David Delfín, tan in, la chica que Piolín lleva dentro apenas puede ver ni coordinar sus movimientos. Cuando pasea por el parque saludando, con el Piolín que hay fuera de ella, a sus amiguitos, tiene que ir acompañada de un 'acomodador' que controle sus pasos. Pero el otro día Piolín y la chica estaban solos porque la jornada laboral les tocaba a las puertas de La casa de la abuelita, y de ahí no se tienen que mover. Y como ni Piolín ni la chica pueden hablar desde dentro de sí, sus gritos no se oían cuando les zarandearon y les pegaron los del colegio. Porque lo que ha sucedido en el Parque Warner de San Martín de la Vega es la demostración de que Silvestre, el gato callejero, el comunista, el negro, el eterno enemigo, no es sino un guisante incómodo en la cama de Piolín. A Piolín lo han atacado dos rubios adolescentes angloparlantes de intercambio escolar en Madrid. Sabían que había una chica dentro. Así que los que no respetaron a Piolín ni a la chica que lleva dentro son dos chavales de las aulas de Blair, el colega de Bush. El imperio tiene al enemigo dentro.

Decidieron no denunciar. Los monitores que acompañaban a los agresores, los 'acomodadores' que vigilaban a nuestros cachorros y cuyo destino está estadísticamente abocado a la depresión, insistían en ello. Pero los Warner dijeron que era un incidente mínimo: Piolín ya no tendrá que huir de los lindos Silvestres, sino de sus patronos. A escala simbólica, el Parque Warner es al ocio lo que la base de Torrejón fue a lo militar: un destacamento a desmantelar. Si Fukuyama tomara al Parque Warner como objeto de honesto análisis económico, es decir, político, y extrapolara los síntomas de su resquebrajamiento a la convulsión que hace temblar a las democracias liberales controladas por el 'acomodador' que es su imperio, concluiría que los del comando Irak nos están contagiando de algo ideológicamente maligno que huye en furgoneta blanca o agrede a Piolín en San Martín de la Guerra, digo de la Vega. Saludos a Silvestre.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_