_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Decorado democrático

El presidente de Pakistán, general Pervez Musharraf, ha declarado tras las elecciones generales de su país que a comienzos de noviembre entregará las riendas a un primer ministro civil. Considera así, a los tres años de tomar el poder en un golpe incruento, que ha cumplido su promesa de restaurar la democracia, algo que Washington parece compartir, puesto que ha saludado los comicios como un hito. Todo sucede como si la cita con las urnas hubiera sido real, y no virtual.

Porque Pakistán va a seguir bajo el control de los generales tras unas elecciones donde el partido más votado es una versión oficialista de la Liga Musulmana, y el segundo, el opositor Partido Popular, de la proscrita Benazir Bhutto. Musharraf ha cambiado previamente la Constitución, se ha hecho confirmar en referéndum como jefe del Estado por cinco años y entre sus poderes figura la disolución del Parlamento y la presidencia de un Consejo de Seguridad que fiscaliza y dirige a Ejecutivo y Legislativo. Los comicios son básicamente un escaparate.

Musharraf fue acogido con alivio cuando en 1999 depuso a Nawaz Sharif, cabeza de un Gobierno corrupto y desacreditado, que en la senda de su antecesora Bhutto -ambos están hoy en el exilio- acabó de arruinar las poco creíbles instituciones del país musulmán y su economía con sus prácticas clientelares y feudales. Ni uno ni otro hicieron nada serio para impedir el auge del extremismo islamista, nutrido en la dictadura del general Zia ul Haq.

Pero el líder paquistaní ha dedicado estos años a consolidar su poder, en lugar de devolver a los civiles unas instituciones regeneradas. Y tras el 11 de septiembre, su decisión crucial de alinearse con Washington contra el terror asentado en el vecino Afganistán le ha permitido salir del coma financiero y recibir armamento estadounidense. El precio inevitable ha sido ensanchar el foso entre Islamabad y los partidos fundamentalistas, que son la sorpresa inquietante de las elecciones recientes. Una alianza de grupos religiosos -algunos abiertamente protalibán- ha obtenido 50 escaños, contra dos en 1997, convirtiéndose en la tercera fuerza política y socio potencial de una inevitable coalición de Gobierno. Su programa es cristalino: implantar la ley islámica y expulsar a las tropas estadounidenses.

El apego al poder de Musharraf, por otra parte poco sorprendente, no ayuda a la modernización de un país lastrado por dictaduras castrenses y civiles, que nunca ha conseguido despegar seriamente de su atraso. Los ingentes desafíos de Pakistán, se trate de su alarmante pobreza, su escasa alfabetización, el pulso que mantiene con la archienemiga y también atómica India o el rampante fanatismo islamista que anida en sus fronteras, exigen un Gobierno transparente y democrático, responsable ante sus ciudadanos. No un guiñol manejado entre bambalinas por hombres de caqui.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_