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Columna
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Terrorismos

Todo nuevo orden internacional ha enmascarado su condición de desorden, salvo el aparecido tras la guerra fría. Cuando finalizaba un conflicto de redivisión imperialista, se repartía el botín entre los vencedores, pero ahora no había nada que repartir. La guerra fría la ganaron los USA, y asumen su condición de Imperio, sin pudor, tras el 11 de septiembre de 2001.

Un terrorista y kamikaze finés ha originado una matanza en Helsinki, y terroristas indonesios han exterminado a turistas occidentales en Bali, tal vez hartos de interpretar esa pesadez del Ramayana para complacencia de los extranjeros. Un terrorista solitario, Jack el Disparador de Washington, dispara con puntería de tirador de élite y mata porque sí. ETA demostró el viernes que puede seguir matando. No es terrorismo de Estado, sino imperial el que legitima el secuestro de islamistas en Guantánamo, los bombardeos de civiles en Afganistán, la usurpación del subsuelo petrolífero de Irak, caiga quien caiga.

En Madrid se presentaba Brigadas Rojas (editorial Akal), libro resultado de una dura conversación tripartita entre el jefe de las brigadas, Mario Moretti, que se reconoce ejecutor de Aldo Moro; Carla Mosca, periodista de la RAI especializada en crónica judicial, y Rosanna Rosanda, hasta 1969 militante en el PCI, luego cofundadora de Il Manifesto, persona vinculada a las vivencias de los comunistas españoles durante la resistencia que tuvo y retuvo la amistad de Semprún y Claudín. Moretti, Mosca y Rosanda construyen el mejor discurso dialéctico que he leído sobre la lógica interna del terrorismo revolucionario posmayista, en un libro obligatorio para todos los españoles que estamos obsesionados por lo que podríamos llamar nuestra contradicción de primer plano inevitable: el terrorismo vasco.

Pero no nos engañemos. Cualquier terrorista puede llegar a estadista, emperador, caudillo, generalísimo y premio Nobel de la Paz, si gana lo que para él es cruzada. Si vence en una guerra civil, puede hacer ministros de ex pistoleros, y estamos aprendiendo que si el terrorista es además emperador, puede ser ratificado por el Senado, así como el Senado romano refrendó la decisión de Calígula de nombrar procónsul a su caballo.

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