Pequeña gran Europa
Ya está prácticamente decidido: sin estar preparada para ello, y sin estar preparados la mayoría de los aspirantes, la UE se va a lanzar hacia los 25 miembros para el 2004. Así se hace la historia. Esos países se lo merecen, pero también deben ser conscientes, debemos serlo todos, de los enormes riesgos que asume la UE, y en concreto España. ¿Es posible cuadrar el círculo y ser multa et multum, muchos y mucho, lo que se suele llamar ampliación y profundización?
Nada está aún asegurado, tras la propuesta de la Comisión Europea la semana pasada. Si el próximo sábado los irlandeses, en (segundo) referéndum, vuelven a votar en contra del Tratado del Niza por razones que poco tienen con la integración europea y mucho con las críticas a su Gobierno, dinamitarán la fecha e incluso el objetivo de la ampliación. ¿Debe la suerte de toda la Gran Europa depender de los irlandeses? No debería, pero sí depende, lo que crea una situación a considerar en las futuras reformas. Aunque dado lo engorroso que resulta este tratado que contempla triples mayorías (o minorías de bloqueo) para llegar a acuerdos, podría incluso resultar provechoso para la UE volver a empezar, no a partir de cero, sino de la actual Convención sobre el Futuro de Europa para crear un nuevo Tratado Constitucional de la Unión, que se pueda leer o al menos explicar en los colegios. Supondría, sin embargo, romper difíciles equilibrios a duras penas logrados. El mayor problema no es que se retrase la ampliación, sino que se relajen los esfuerzos que están haciendo estos países para adaptarse a la adhesión, generando frustración y antieuropeísmo en sus poblaciones.
Pues un fenómeno ya preocupante es que en la convención los aspirantes se han mostrado poco constructivos, poco europeístas, con el riesgo de que importen con su entrada una visión aún más nacional de la construcción europea que la que se ha dado en estos últimos años. Es muy diferente de la ampliación a España y Portugal en la que, junto con las ganas de entrar, estos países aportaron las ganas de hacer más Europa, por ejemplo, con el esencial y aún insuficiente desarrollo de la ciudadanía europea, de las políticas de Justicia e Interior, o de la política (no simplemente los fondos) de cohesión. Aunque los vientos soplan en sentido ahorrador, la política de solidaridad debería reforzarse. De otro modo, se corre el riesgo de repetir a escala europea la difícil unificación de las dos Alemanias. Además, España ha impulsado las relaciones de la UE con los del Mediterráneo (el Proceso de Barcelona, por desgracia hoy languideciente) o con América Latina (que también pasan por momentos bajos). Por interés propio y para evitar quedarse en una situación periférica, España ha de reinventar estos enfoques para una Unión cuyo centro de gravedad se desplaza hacia el noreste.
Las arrières pensées de la UE ante esta ampliación quedan reflejadas en la propuesta de una cláusula de salvaguardia por si los nuevos no cumplen las exigencias comerciales o en materia de inmigración y seguridad; y otra, en el Tratado de Niza, en caso de involuciones en la democracia. Nunca antes, ni siquiera con Grecia, había dudado tanto la UE de unos futuros socios. Turquía, por su parte, es la gran vergüenza europea: se ha jugado con ella, aunque de algo ha servido, al impulsar reformas, como la supresión de la pena de muerte. Pero su futuro, como el de Rusia, no está en la UE, sino con ella. No haberlo presentado así puede generar graves frustraciones en Turquía.
Esta unificación pacífica de Europa difícilmente conllevará una mayor dosis de integración. ¿Cabe pensar en una auténtica política exterior europea a 25, salvo para expresar buenas voluntades? No. Lo que empezará a funcionar, en el mejor de los casos, es el tirón de Berlín, París y Londres. El reto para España, en esta Europa amplia, que junto a tensiones entre Norte y Sur va a vivir otras mayores entre pequeños y grandes, es estar entre estos últimos, y evitar que esta Gran Europa acabe siendo pequeña en su quehacer.
aortega@elpais.es
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