_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'China top'

El top manta madrileño se está quedando antiguo. Los magrebíes que mercadean en la vía pública con aserejés cimarrones caen como moscas ante el zarzuelero acoso de agentes municipales. Pero avanza imparable otra modalidad de pirateo mucho más sutil. Se trata del china top, que funciona al estilo James Bond, con sílfides misteriosas de ojos rasgados y sonrisa perenne que ofertan música celestial noche y día por tabernas y conventículos. Con sinuoso susurro oriental te tientan, a precio de ganga, con el último bramido de El Fary, como si se tratara de una noche de amor loco e inconfesable. La china top, en vez de extender su oferta en el asfalto, se lía la manta a la cabeza y se infiltra en los cubículos con discreta artillería omnipresente.

Nadie es capaz de barruntar los chinos que hay en China, y mucho menos los que hay en Madrid. De vez en cuando aparece un almacén atiborrado de desertores de Mao esclavizados por compatriotas sin compasión que trafican con pantalones ilegales. Pero da mucho más dinero la música popular, los compactos del momento, la informática de medio pelo y todo ese cúmulo de pequeños artilugios que utilizan los horteras para alardear a la hora del aperitivo ante los ignorantes. Los chinos, aunque no todos, son cómplices y asesores de los mayores horteras de la capital.

Es ejemplar la capacidad del pueblo chino para entrar a formar parte de un barrio. La venta callejera la efectúan magistralmente. Comenzaron vendiendo flores por los bares; acabaron con las violeteras. Tocaron el negocio de los mecheros llamativos y objetos indescriptibles; les quitaron la empresa a los subsaharianos. Gran número de las tiendas de frutos secos de barrio han caído en sus manos (con gran profesionalidad, todo hay que decirlo). Ahora van a acabar en un santiamén con el top manta. Si se quiere acabar con el pirateo discográfico, los encargados de ello tendrán que tirar de la manta negociando con los chinos. O abaratando sustancialmente el producto. Pero eso son naranjas de la China.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_