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Reportaje:

Cuna en Madrid de todos los sonetos

El castillo de Manzanares el Real acoge una exposición única sobre el marqués de Santillana, político y poeta del siglo XV

De los 25 castillos y 10 fortificaciones que permanecen en pie en la región desde la Edad Media o el Renacimiento hasta hoy, el de Manzanares el Real es el que exhibe el mejor aspecto. Tanto que algunos arquitectos lo consideran entre los mejor conservados del sur de Europa. A ello contribuye, sin duda, su orgulloso lar, anclado sobre un paisaje de canchales de granito, La Pedriza, y un embalse azul de aguas dulces que estos días refleja el cercano destello de las primeras nieves.

Éste ha sido, como no podía ser de otra manera, el escenario elegido para instalar una amena exposición sobre el político y poeta Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana (1398-1458), cuyo hijo levantara la fortaleza. Envueltos en purísima atmósfera transparente, los muros de este castillo-palacio, cinco siglos largos a su espalda, cobran del sol de otoño una pátina dorada, poderoso imán de centenares de visitantes que acuden a él para escudriñar sus tapizados aposentos.

Sumido en abandono tres décadas hace, fue restaurado, salvo su iglesia, en 1974. En él se gestó el Estatuto de Autonomía de la Comunidad de Madrid, firmado en 1983. Sometido a profundas transformaciones de uso y ornato, recientemente quedó adaptado como sede de actos oficiales del Gobierno regional y albergue de reuniones institucionales. Su recinto es ahora espacio confortable, con una circulación interior cuya traza describe su historia, que arranca en torno a 1480.

Tesoro principal de este castillo, atribuido a Juan Guas -artífice también del toledano San Juan de los Reyes-, es su Galería de Damas, una balconada en saledizo sobre su fachada oriental, filigrana en piedra tallada que confiere a sus áticos altivez y delicadeza.

Lírica y señorial fue, por cierto, la vida de Íñigo López de Mendoza, la personalidad militar, política y literaria más descollante, quizá, del siglo XV en Castilla. Amigo de Juan de Mena y del marqués de Villena, hizo alarde de una vida precursora en España de la de su bienamado poeta Francesco Petrarca, adalid del Renacimiento. Recibió su herencia poética en Cataluña, desde la Provenza donde el de Arezzo hollara la bruma medieval con una bocanada de oxígeno surgida de 11, impares, sílabas. El soneto llegó a estas sierras madrileñas de la pluma de don Íñigo, para verse luego convertido en grito de amor por los más sintientes poetas de Alcalá, Torrelaguna y Toledo, Garcilaso al frente. De ello habla la exposición montada en su castillo, con libros, poemas, grabados y muebles de su época.

La muestra comenzó su itinerancia en Buitrago en 1997 y, tras visitar la cántabra Santillana y el palentino Carrión, recaló en el castillo madrileño para aquí quedarse. No hay escenario mejor para evocar a aquel señor, daga y soneto, 'grande en bravura y de finura henchido'.

Castillo de Manzanares el Real. De 10.00 a 17.15. Entrada 1,8 euros.

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