El triunfo
Corren tiempos triunfales. Triunfar está de moda. Hubo un tiempo en el que entre los jóvenes se impuso la épica hermosa y cruel de la derrota; un tiempo sin yogures desnatados, sin cuerpos esculpidos en gimnasios, sin saunas ni quirófanos para el recauchutado de alma y cuerpo; un tiempo de hombros caídos y batallas perdidas a porrazos. Luego las asambleas fueron sustituidas por los masters en Estados Unidos, la pana por la alpaca y Marcuse por Paulo Coelho.
El divino fracaso de Canssinos Assens y sus secuaces tardomodernistas, pasado por el chino del marxismo y sus revoluciones imposibles, fue abolido por fin. Ahora, desde hace tiempo, lo que manda es el éxito.
Lo del domingo pasado en Roma, lo de la canonización multitudinaria de Josemaría Escrivá de Balaguer representa, en esencia, la canonización del éxito. El ascenso a los altares del primer santo español del siglo XXI es algo más que un residuo de viejas creencias religiosas, algo más que un potaje de imposturas y pensamiento mágico.
Mil sacerdotes y quinientos cardenales, arzobispos y obispos ratificaron el domingo pasado el éxito de la Obra y el acierto indudable del Camino. Ministras con peineta y ministros con frac junto a la muchachada con el toro de Osborne daban fe y testimonio del éxito de San Josemaría.
Es la entronización de la eficacia. Lo cual, entre nosotros, podría ser incluso saludable. A lo mejor ya es hora de que los santos suban a los cielos con un Rolex Day Date en la muñeca.
El santoral, no conviene olvidarlo, fue siempre extravagante. Desde el Año cristiano del padre Croisset al Flos sanctorum de Alonso de Villegas, el cielo está poblado por freaks de toda clase. Una especie de Rue del Percebe en la que San Josemaría acabará ejerciendo de casero. Una alucinación de estigmas y visiones que dejaría en mantillas a las pasarelas Cibeles y Gaudí. En esa lenta procesión de prodigios, monseñor Escrivá desfilaría con San Giorgio Armani. Su modelo es un éxito seguro.
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