_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'¿Stagflation?'

El término inglés stagflation (españolizado como estagflación o estanflación) se acuñó para describir la crisis de la economía mundial en los años setenta. Significa estancamiento con inflación y está compuesto por las palabras inglesas stagnation e inflation. Quizá tengamos que volver a usar el neologismo para describir la situación de la economía española en este otoño de 2002. Porque los precios continúan aumentando a una tasa elevada para las condiciones europeas, a la vez que se reduce el consumo, aumenta el desempleo y se frena significativamente el crecimiento. Éste es el movimiento de variables que caracteriza la stagflation. Un típico desplazamiento de la curva de Philips hacia la derecha y hacia arriba, como dirían los economistas.

Esta situación es difícil de combatir por medios tradicionales, porque, con un solo instrumento de intervención, la política fiscal, el Gobierno español no puede reactivar la demanda agregada sin aumentar la inflación. Y no puede combatir la inflación por medios fiscales sin aumentar el estancamiento de la economía. Para afectar los dos objetivos, inflación y desempleo, necesitamos dos instrumentos. Es el conocido principio de Tinbergen. En esta coyuntura necesitaríamos una política monetaria más estricta, que el BCE no está dispuesto a hacer, con una expansión fiscal, que el Gobierno de José María Aznar rechaza. Es lo que hizo el tándem Paul Volcker, en la Reserva Federal, y el presidente Ronald Reagan, en la Casa Blanca, en 1981 para sacar a la economía norteamericana de la stagflation de los años setenta. De otra manera no hay salida.

En el caso de España, sin embargo, no se puede esperar que la solución venga de una expansión fiscal. En primer lugar porque el Gobierno, con una exégesis fundamentalista del Pacto de Estabilidad, ha renunciado a una política fiscal contracíclica. Por otro lado, no se podría atajar la inflación con medidas restrictivas nacionales, como sería un excedente fiscal, porque eso aumentaría el estancamiento de la economía. España lo tiene peor que Estados Unidos en 1981, porque sus socios en la Unión Monetaria están en una coyuntura distinta, una coyuntura que tiende más bien al estancamiento con deflación, es decir, a una recesión en toda regla, que es el caso de Alemania, con una tasa de inflación del 1% y un crecimiento del PIB del 0,2%. Por eso, la dirección presumible que tomará la política monetaria en la Unión Europea será para combatir la recesión de Alemania, no para frenar nuestra inflación.

Si la intervención por el lado de la demanda parece condenada al fracaso, la única esperanza que queda es la intervención por el lado de la oferta, supply economics de nuevo. Básicamente, hay que hacer que los mercados funcionen bien, es decir, que sean plenamente competitivos en la medida en que lo puedan ser, para lo cual hay que extremar la vigilancia y hacer cumplir las leyes y normas que regulan el ejercicio de la competencia ('enforcement, stupid!'). Luego hay que aumentar la productividad del trabajo, por medio de educación, entrenamiento e inversión en infraestructura y equipos, en todos los sectores de servicios y en los de bienes que no están expuestos a la competencia internacional. Los servicios básicos, o utilidades, como agua, gas, electricidad, teléfono, transporte, etcétera, tienen que aumentar su productividad por medio de inversiones prudentes para hacer posible reducciones significativas de las tarifas sin que las empresas pierdan. Lo mismo se podría decir de los operadores del sistema bancario y financiero.

Sin embargo, para que las medidas del lado de la oferta funcionen es necesario que las autoridades centrales y autonómicas consigan de todos los agentes económicos un compromiso formal para moderar los aumentos de precios. La lucha contra la inflación es una lucha de toda la sociedad española contra un enemigo común, y no sólo de un gobierno central seriamente limitado por sus pactos internacionales. Es una lucha de empresas grandes y pequeñas para asegurar su existencia en el mediano y largo plazo. Hace falta un pacto contra la inflación entre los gobiernos central y autonómicos, ayuntamientos, centrales sindicales y centrales empresariales, porque en esta condición de stagflation no podríamos aguantar mucho tiempo en la Unión Monetaria. La cosa es así de grave.

Luis de Sebastián es catedrático de Economía de ESADE.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_