Un campo de relámpagos
A pocos les cabe el calificativo de 'humanista' tan certeramente como a Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964). Además de artista plástico, crítico, traductor y filólogo, es uno de los poetas más noblemente sabios y brillantes de los últimos años. A pocos también les cabe como a él, gracias a su formación clásica, una capacidad mejor para conjugar la más palmaria tradición con la modernidad más furiosa.
Como una poética que se hace explícita en la totalidad expresiva que es Un ángulo me basta está el deslumbrador poema titulado No me interesa la tradición débil, lleno de versos significativos que dan cuenta de la exacta singularidad de este poeta: 'No me interesa la sabiduría / sino la conmoción. / Me interesa el kilómetro / despedazado, el campo de relámpagos / de Walter de María, los lugares / humildes donde acudo a esperar lo sublime'. Aquí se hace visible esa sensualidad nada abstracta que es un declarado modo artístico y poético: 'Mi maestro me ha enseñado / que la erudición es una forma / de la sensualidad, y que el adobe / se puede volver seda en la estructura / de la sintaxis'. Su carnalidad tangible pone al cuerpo como interés primordial, un organismo en relación directa con la realidad del mundo: 'A los treinta y seis años / ya sólo me interesa ser amor'.
UN ÁNGULO ME BASTA
Juan Antonio González Iglesias Visor. Madrid, 2002 66 páginas. 6 euros
Nada más contundente que los poemas que se suceden en este libro grande y fulgurante. Sus versos perfectos denotan una desenvoltura y flexibilidad que se hace erudita y coloquial, que no teme acercarse a lo incorrecto, si por incorrecto aceptamos lo que es: 'Exactamente eso: mi todo en este mundo', pues nada le es ajeno o lejano. Pasoliniano y franciscano a un tiempo, su certidumbre se resuelve insólita en nuestras letras, al igual que la expresividad de este moderno Píndaro, de este hímnico Estratón que sabe que 'Ser / contemporáneo quiere / decir sólo que somos / simultáneos de todo nuestro tiempo'. Sus poemas son hechos de lenguaje y estilo en los que se sustenta su agudeza poética, un género para la exégesis que no olvida que el arte de ingenio (sea en la forma, en la calidad de la expresión verbal, en la emoción o el pensamiento) está al servicio de esa peculiar construcción que es el poema, en las reglas internas que canalizan las ansias poéticas: 'Es cierto que ya no somos héroes / sino metáforas de héroes, pero / siguen desconociendo el color de la melancolía'.
Ajena a jerarquías, 'carne sobre la tierra', la escritura es audacia, nace del conocimiento de unos límites que tienen 'un nombre simple que me gusta: cuerpo'. El poeta se adueña de la expresión, eros y logos 'sellando la alianza entre lenguaje y éxtasis'. Su actitud es moral, al modo de Cernuda o de Epicuro, le basta con mirar para saber 'De la belleza y las implicaciones / morales que comporta ver el agua que fluye'. Así, reclama una serenidad casi ascética, frente al vértigo el oasis, la lentitud, el don de la torpeza: 'Además de torpe, soy / un asceta inconsciente'. Y si llega hasta nosotros es gracias a la dicción y a las formas de la belleza. 'El ángulo que forman la columna y su sombra / tienen mucho que ver con el futuro', con ese momento detenido y decidido que es la felicidad. Por eso el poeta, nada convencional, hace de su rincón desembocadura, apología, 'restituye a las cosas / sus relaciones simples y las convierte en mundo'. Y exactamente así, como en un campo de relámpagos, 'él organiza el espacio con el despliegue de su amor'.
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