Una apuesta por otra imagen de Dios
Uno de los fenómenos más peculiares del actual clima sociorreligioso es que junto a la crisis profunda de Dios se está produciendo un fuerte auge de la religiosidad, a través de los nuevos movimientos religiosos, cofradías, peregrinaciones, devociones marianas, etcétera. Las imágenes de la Virgen, del Cristo doliente o de los santos, por ejemplo, tienen más capacidad de convocatoria que Dios mismo. A su vez, en el imaginario colectivo de no pocas personas creyentes, Dios aparece como un ser todopoderoso y terrible, justiciero y vengativo, que castiga a los malos, y a los buenos si se descuidan. Se trata de una imagen forjada durante siglos por la teología dogmática, transmitida a través de la catequesis parroquial e inculcada desde los púlpitos. A Dios se le asocia, la mayoría de las veces, con el sufrimiento, la represión, el miedo y las prohibiciones de todo lo bueno que tiene la vida. Esa imagen tan sádica y peligrosa hace difícil, por no decir imposible, la felicidad de quienes creen en él.
DIOS Y NUESTRA FELICIDAD
José María Castillo Desclée de Brouwer Bilbao, 2002 236 páginas. 12,62 euros
El teólogo José María Castillo analiza en este libro, con maestría exegética y rigor teológico, las distintas tradiciones judeo-cristianas que han dado lugar a dicha imagen y que localiza en el Dios de los fariseos, en cuyo nombre se cargan fardos pesados sobre las espaldas de los demás y, peor todavía, 'se devoran las casas de las viudas so pretexto de largos rezos', en el Dios de la Iglesia o de la religión, colocado tan alto que sólo es accesible para los jerarcas convertidos en seres divinos, y en el Dios del teísmo político, que legitima los abusos de poder de quienes dicen representarlo en la tierra. Castillo va deconstruyendo esas tradiciones a través de la hermenéutica de la sospecha.
Y tras la deconstrucción, rastrea otros textos del Nuevo Testamento más en sintonía con la felicidad y el disfrute de la vida, hasta encontrar al Dios de Jesús, que se funde con lo humano. Castillo formula su tesis con total nitidez: 'La religión y sus preceptos dejan de tener sentido y obligatoriedad cuando la religión se utiliza para causar sufrimiento o para escurrir el hombro ante el dolor ajeno' (página 53). El autor sintoniza así con el teólogo Dietrich Bonhoeffer, quien en su Ética defiende la felicidad como derecho inalienable que ninguna persona puede reprimir. Jesús no llama a una nueva religión, sino a la vida. Así se pone de manifiesto en los relatos evangélicos. Basándose en esos textos que relacionan a Dios con la vida y la felicidad de los seres humanos, es como hay que repensar los criterios de la moral cristiana.
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