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Reportaje:

'No vale la pena arriesgarse a salir a la calle'

Los atemorizados habitantes de los alrededores de la capital de EE UU reducen movimientos y huyen de las furgonetas blancas

Es evidente que la gente se mueve inquieta en la gasolinera de Exxon de McArthur con Goldsboro. Ocurre en todas las estaciones de servicio del condado de Montgomery: 'Cuando ayer tuve que llenar el depósito, me agazapé entre el surtidor y el coche. Por lo menos me sentía protegida', cuenta Monique Darvish, empleada de una tienda de juguetes a la que, según dice, 'ahora no viene casi nadie'. Al menos dos de las seis víctimas del asesino en serie recibieron el disparo mortal cuando estaban en una gasolinera.

La zona en la que actúa el asesino está tan cerca de la capital que en realidad forma parte de ella. Nunca antes el miedo se percibía aquí con tanta claridad, ni siquiera cuando los efectos psicológicos del 11-S estaban recientes o cuando se encontraron esporas de ántrax en una oficina de correo. Acostumbrados a que la proximidad con Washington se disfrute y se sufra a partes iguales, los habitantes de este condado tampoco se habían sobresaltado al saber hace unos días que hay un puñado de mosquitos con malaria que, de todo el país, han escogido esta zona como lugar de residencia.

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En el supermercado Giant, en el centro comercial Westwood, sólo unos pocos clientes se comportan con parsimonia. Los que llegan corretean hacia la puerta como si estuvieran a punto de cerrar el establecimiento; los que salen aferrados a un carrito de la compra ni siquiera buscan el vado en la acera; se marchan apresurados e intentan que el recorrido entre la tienda y su coche sea lo más ajustado a una línea recta.

Todo el mundo sabe perfectamente lo que está pasando. Y todos tienen grabado en la mente el único retazo de información que facilitó un testigo: la posibilidad de que el asesino se mueva en una furgoneta blanca. 'Me doy cuenta de que estoy constantemente mirando a derecha e izquierda, y, si veo una furgoneta blanca, camino más rápido por si me están apuntando', dice una mujer, nerviosa por tener que pararse a hablar en medio del aparcamiento.

En los colegios, algunos profesores habían inventado una excusa perfecta para que los más pequeños no preguntasen por qué desde hace días no pueden salir a los parques: 'Se nos ha acabado la crema de sol y podemos quemarnos si salimos'. Incluso los niños, convencidos, se lo contaban así a sus padres. Desde ayer la excusa es inservible, porque llueve sin respiro.

Shelley Shorb, directora de la Bannockburn Nursery School, cuenta que desde ayer han decidido sacar a los niños al parque de detrás 'porque hemos comprobado que está rodeado de casas particulares. No hay ningún lugar desde el que pueda disparar el francotirador', asegura. Desde hace una semana, las puertas se cierran en cuanto ha entrado el último niño. Ha enviado una carta a los padres para explicar las medidas policiales que protegen el colegio. En otra escuela cercana, una madre con hijos adolescentes cuenta que les ha prohibido salir de casa. 'No vale la pena arriesgarse', dice la mujer.

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