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Columna
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Pertenencia

Durante las últimas décadas, y muy especialmente en los últimos siete años, el País Vasco podría servir de laboratorio para investigar qué es lo que ocurre cuando todas las señales que identifican la pertenencia a una nación han perdido su sentido, pero aún así se continúa insistiendo en la necesidad de formar parte del grupo. El nacionalismo territorial o histórico se percibe en la actualidad como una doctrina vacía de significado, el racial resulta repugnante e intolerable, y el único recurso que resta para aglutinar a un grupo humano se basa en la ideología y el poder económico.

El nacionalismo vasco cuenta con elementos que resultarían bazas importantes en la constitución de un territorio independiente de encontrarnos cien años atrás: con una reivindicación de unidad territorial única en la península -Cataluña no se considera dividida entre dos estados y las tibias propuestas del nacionalismo gallego no encuentran eco ni siquiera entre sus seguidores-, con una Iglesia católica mayoritaria e influyente, y con una lengua que goza del mismo estatus que la española, y, en ocasiones, de mayores privilegios. Cuenta asimismo con un partido mayoritario que se ha comportado con el Gobierno central como con un estado extranjero, y que ha empleado tanto la política como la diplomacia, y con un discurso que se basa en la tradición ideológica y en la pertenencia a un partido identificado con la posesión de la tierra. Por último, cuenta con un sentimiento emocional de opresión y de injusticia, una percepción cercana al victimismo que caracterizó también a todos los movimientos independentistas de la época romántica.

Durante una charla con los lectores de la edición virtual de EL PAÍS, Iñaki Anasasgasti efectuaba unas declaraciones cuando mínimo desconcertantes: 'La independencia es un planteamiento que no tiene la menor viabilidad hoy en Europa, aunque es comprensible que cualquier nacionalista reivindique utópicamente esa posibilidad'. El nacionalismo toma aquí un tinte idealista, una creencia merecedora de ser transmitida pese a su dudoso significado. La justificación que podría explicar el nacionalismo pierde peso, por lo tanto, ya que se asume que nunca podrá lograr sus objetivos.

Uno de los principales problemas para constituir una nación vasca como tal radica en la dificultad de considerar quien o qué puede ser considerado vasco, partiendo de la base de que el euskera batua es la reconstrucción de un idioma con pocas fuentes escritas, que la ikurriña es una creación reciente e íntimamente vinculada al PNV, que la zona experimentó una inmigración masiva durante el siglo XX y que el actual clima antiterrorista deslegitima cualquier acción que incluya la violencia.

No se puede proclamar que el vasco es quien ha nacido dentro del territorio, ya que eso excluiría a un gran número de personas que han vivido treinta o cuarenta años allí pero que no se encuentran vinculados por nacimiento. Ni tampoco a quien hable euskera, ya que la mayoría es castellano-parlante. No puede acotarse a rasgos raciales, por razones obvias y ya superadas. Ser católico tampoco define al vasco, ni la tradición histórica defiende la existencia de una nación como tal.

Por primera vez en la historia, la pertenencia a una patria tiene más que ver con la voluntad de vinculación que con las razones que ha primado durante siglos. Y el nacionalismo intenta acaparar esa voluntad: vasco es aquel que vota o apoya a un partido nacionalista, sean cuales sean sus reivindicaciones.

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El nacionalismo resulta excluyente por naturaleza, pero el problema del que se esgrime en el País Vasco radica en que el número de los que cumplen los requisitos puede oscilar si se produce una evolución ideológica; algo muy cuestionable en un mundo que se dirige cada vez más a la idea abstracta de patria, al concepto de nación como pertenencia a una comunidad lingüística. Los rasgos de identidad pasan, por lo tanto, por el poder de la lengua, su presencia en la política, en la literatura, en Internet y en la economía. Todo lo que no pase por esas premisas está condenado a fracasar o a enmascarar otras causas.

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