Sobre la arena
Trazos, muerte y la vida tienen como escenario común la arena. Sobre ella encuentra Lucien Clergé (Arles, 1934) los pilares estéticos que sostienen un trabajo que viene desarrollando desde 1956. Parte del mismo se encuentra ahora en la sala Amárica de Vitoria. Son más de cien fotografías con diferentes soportes y formatos. Corridas de toros, desnudos de mujer o las huellas que dejan sobre la playa insectos, animales, el agua o el hombre sirven como metáfora icónica de los conceptos investigados que sobrepasan su sentido preliminar y se esmeran en mostrar desde las emociones su alma poética. Lucien Clergé forma parte del más selecto ramillete de fotógrafos que nos dio el siglo XX.
El cineasta Jean Cocteau le calificó con la sencillez y ampulosidad que alcanza el término: excelente. Su biografía ayuda a corroborar este concepto. Hijo de familia de comerciantes, estudió música (violín) en su infancia, una disciplina que siempre ha influido en los conceptos más profundos de su creación plástica. La armonía de sus composiciones, los tonos de gris y de color empleados, la segmentación de los motivos elegidos, las variables lumínicas a las que recurre y las texturas que selecciona conforman su pentagrama fotográfico. A esta nueva disciplina se acercó recién cumplidos los 15 años. El abandono de su padre y la temprana muerte de su madre fueron marcando pautas y actitudes para plasmar posteriormente en su obra.
Ruinas y gitanos fueron sus primeras fotografías de autor, luego Saltimbanquis, siguió La noche de la tierra, una serie de animales muertos, y a continuación la fecundidad, la vida que representan unos desnudos en las playas de su Camarga natal. En 1959, se vuelca de manera absoluta en la realización de imágenes y abandona la fábrica en la que se ganaba la vida. Para entonces había conocido a Picasso, al guitarrista Manitas de Plata y colaborado en la imagen fija de la película El testamento de Orfeo de Cocteau. En 1960, Jean Louis Barrault le invita a exponer en el Théatre de Paris y el MOMA de New York compra varias de sus obras. A partir de ese momento inicia una carrera imparable. Sus actividades se diversifican. Foto, cine, conferencias, libros y docencia, se combinan de manera global.
Funda los Encuentros Internacionales de Arles, convertidos hoy día en una de las referencias más importantes de la fotografía mundial. La mayor parte de su obra, también la que presenta ahora en Vitoria, está vinculada a su país natal. Se sustenta en figuras simbólicas recreadas en la naturaleza, en la figura humana como un elemento abstracto del que se extraen principalmente sus formas y el mundo de los toros, donde el protagonista principal es el animal y su agonía. Es una forma de construir de manera figurativa o abstracta una serie de figuras retóricas que evocan sus sentimientos más profundos.
En sus paisajes de playas fustigadas por las olas y remodeladas sus arenas por las corrientes marinas, se apropia del lirismo de los trazos para sobrepasar el estadio de la representación e imbuirnos en ensoñaciones mágicas, algo que dio pie a su libro Langaje des sables, prologado por Roland Barthes.
Los cuerpos desnudos de mujer se dejan batir y acariciar por las aguas del mar. Formas y volúmenes se materializan ofreciendo referencias a la fertilidad y a la vida, aunque igualmente señalan una refinada sensualidad que emerge de las más profundas tradiciones del Mediterráneo que el artista tiene impregnadas en su propia identidad. Es un trabajo impactante. Catalogado entre lo más brillante de la fotografía creativa se puede apreciar en toda su grandiosidad dentro de la sala Amárica, una de las pocas en la comunidad autónoma capaz de afrontar, por espacio y buen criterio, una tarea de tal envergadura. Se ofrece un recorrido ordenado por temas, una manera de saborear los contenidos con detalle, y si se buscan diálogos entre unos y otros apartados lo estableceremos con mejor criterio desde un mayor conocimiento de las partes.
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