_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Estadistas y políticos

La diferencia entre políticos y estadistas es que, mientras los primeros piensan en la próxima elección, la preocupación de los segundos es la próxima generación. Cualquiera que haya escuchado o leído el discurso pronunciado el pasado martes por Tony Blair en el congreso anual del Partido Laborista no tendrá ninguna dificultad en calificar a cuál de las dos categorías pertenece el primer ministro británico. No fue su oratoria, magnífica, ni su dicción, impecable, lo que puso en pie a una audiencia difícil que, justo el día anterior, había derrotado una propuesta de su Gobierno sobre la financiación privada de los servicios públicos. Lo que provocó el entusiasmo de los delegados al congreso -que, contrariamente a lo que ocurre en España, participan poco del pensamiento único de sus líderes-, fue la visión de futuro desarrollada por Blair a lo largo de su intervención y que resume de forma contundente el lema elegido para el discurso: 'Cuanto más audaces, mejores'.

Y la audacia para Blair consiste en promover toda clase de iniciativas radicales desde un Gobierno socialdemócrata situado en el centro del espectro político, no en forzar un giro de la socialdemocracia hacia la izquierda. 'La alternativa es la autodestrucción. El espejismo de que un Gobierno de centro-izquierda puede ser sustituido por otro más a la izquierda siempre ha tenido y tendrá el mismo resultado: la elección de un Gobierno conservador'. Blair expuso la paradoja de un mundo como el del siglo XXI, en el que 'nuestras necesidades nos hacen cada vez más interdependientes al tiempo que nuestras actitudes son cada vez más individualistas'. La globalización prácticamente ha borrado los matices entre políticas doméstica y exterior. La recesión económica, acelerada por los atentados terroristas del 11 de septiembre, ha supuesto una amenaza real para los fondos de pensiones de los trabajadores británicos (y no británicos). Los gobiernos pueden optar por la política del avestruz o intentar hacer frente a los problemas en asociación con otros países. Blair respondió al planteamiento simplista de Bush -o conmigo o contra mí- con la receta de que 'la asociación es el mejor antídoto contra el unilateralismo'.

Y, naturalmente, sin caer en el antiamericanismo barato tan de moda en el resto del continente, porque 'los valores básicos de Estados Unidos (democracia, libertad, tolerancia y justicia) son también los valores británicos y europeos'. 'No pretendo convertir a Gran Bretaña en el 51º Estado de nadie'. Pero, si Sadam Husein no cumple (las resoluciones de la ONU) y no actuamos, entonces no será la autoridad de Estados Unidos o del Reino Unido la que se habrá destruido, sino la de las Naciones Unidas. Y, naturalmente, las resoluciones internacionales sobre Oriente Próximo deben cumplirse también, 'pero no sólo por Israel, sino por el resto de las partes'. Blair abogó por el establecimiento de coaliciones no sólo para utilizar la fuerza contra el mal, si fuera necesaria, 'sino para combatir la pobreza, la ignorancia y la enfermedad en el mundo'. En cuanto a Europa, y sin la más mínima concesión a la galería, Blair no dejó dudas sobre su intención de integrar al Reino Unido en la eurozona. 'La moneda única es un hecho. El euro no sólo afecta a nuestra economía, sino a nuestro destino. Si se cumplen los requisitos, no hay duda de que nos uniremos'.

Su visión futura sobre los servicios sociales no puede ser más radical. Hay que individualizar esos servicios para que estén más cerca del ciudadano, y para ello las fórmulas en vigor desde hace más de cincuenta años no sirven. El Estado del bienestar, la gran conquista de la socialdemocracia, tiene que modernizarse y reformarse para responder a las demandas actuales del individuo, 'que quiere un Gobierno que le dé más poder, no que lo controle'. 'Hay que sustituir el Gran Estado por el Estado posibilista, basado en una asociación de derechos y responsabilidades'. Hace diez años, los británicos se preguntaban si el laborismo volvería alguna vez a gobernar. La pregunta ahora es si lo harán los conservadores.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_