Esto no es Belfast
El reciente discurso del lehendakari Ibarretxe en el Parlamento vasco contenía una explícita referencia a Irlanda del Norte. En su opinión, 'el Gobierno español está recorriendo el camino inverso que recorrió el Gobierno británico para solucionar el problema de la violencia en Irlanda del Norte'. Seguidamente se preguntaba: '¿Alguien piensa de verdad que arrojando a la clandestinidad a 200.000 personas se va a eliminar la violencia de ETA?'. Una vez hecha la crítica al enemigo político, Ibarretxe planteó un supuesto plan de normalización política en el que, a pesar de su considerable extensión, dejaba sin respuesta el más importante de los interrogantes: ¿cómo se va a eliminar la violencia de ETA con dicha propuesta?
El Acuerdo de Viernes Santo, firmado en abril de 1998, no alteraba el estatus constitucional de Irlanda del Norte ni la soberanía británica sobre la región
El realismo del IRA hizo posible que se levantara el pilar sobre el que descansaba el proceso de paz: el cese de la violencia, y que concluiría en la constitucionalización del Sinn Fein
El Gobierno irlandés veía que en un clima de violencia era imposible que las propuestas nacionalistas concebidas de manera unilateral fueran aceptadas por la otra comunidad
Como ya hiciera con Lizarra, el PNV continúa recurriendo al modelo irlandés. En primer lugar, al establecer comparaciones como la citada por Ibarretxe se ignora un factor crucial como es el de la disposición que el IRA y el Sinn Fein mostraron a participar en un proceso de paz que en absoluto les garantizaba sus objetivos fundamentales. Pero la actitud de ETA es radicalmente distinta, condicionando, por tanto, la forma en la que se ha de responder a su amenaza.
El realismo del IRA hizo posible que se levantara el pilar sobre el que se sustentaría el proceso de paz: el cese de la violencia. A partir de ese momento, la búsqueda de un nuevo marco político resultaba posible una vez se había creado esa condición necesaria que concluiría en la constitucionalización del Sinn Fein a través de la participación de sus representantes en las estructuras del sistema que habían intentado destruir durante décadas. El punto de encuentro al que se llegó en la firma del Acuerdo de Viernes Santo, firmado en abril de 1998, no alteraba el estatus constitucional de Irlanda del Norte ni la soberanía británica sobre la región. Así ocurrió porque ese punto de encuentro al que se deseaba llegar no podía tener en su inicio una radicalización, o sea, un alejamiento de las posturas de quienes debían confluir en el consenso a través del método de las conversaciones multipartitas.
Soberanía compartida
En Irlanda del Norte, el nacionalismo también flirteó con la noción de la soberanía compartida. Sin embargo, algo similar a lo que Ibarretxe propone para alcanzar la paz en el País Vasco fue descartado en Irlanda en repetidas ocasiones. Ya en 1972, el SDLP, el partido nacionalista más votado en Irlanda del Norte hasta las últimas elecciones generales de junio de 2001, propuso un sistema de gobierno que bajo la soberanía compartida del Reino Unido y de la República de Irlanda debería administrar la conflictiva región. El resto de los actores políticos rechazaron ese modelo de soberanía. Al mismo tiempo, el principal partido unionista exigió que los nacionalistas en el sur de Irlanda tradujeran en 'acciones, desde el punto de vista político y constitucional, su compromiso verbal con la idea de que no permitirán que la fuerza traiga una Irlanda unida'.
La propuesta centrada en la soberanía compartida fue resucitada a mediados de los ochenta por el denominado New Ireland Forum (Foro Nueva Irlanda), que se constituyó en 1983 con la intención de agrupar a todos los partidos nacionalistas de la isla excluyendo al Sinn Fein. Esta iniciativa inspiró la formación del denominado Foro de Irlanda, compuesto por quienes firmaron la Declaración de Lizarra en septiembre de 1998. En contra de lo que aseguraron sus autores, entre ellos el PNV, ese foro no recogió fielmente las lecciones que de la experiencia irlandesa se extraían. Aunque ésa fue una de las razones del fracaso de Lizarra, los nacionalistas siguen tergiversando el modelo irlandés. En mayo de 1984, el New Ireland Forum emitió un informe proponiendo tres modelos de actuación: unificación del norte y el sur de Irlanda, un Estado federal o confederal en toda la isla y un régimen de autoridad o soberanía compartida para Irlanda del Norte. La primera ministra británica Margaret Thatcher rechazó de forma categórica unas propuestas que, al contrario de lo que decían pretender sus promotores, no podían contribuir a la reconciliación de las dos tradiciones en Irlanda del Norte por su naturaleza exclusivamente nacionalista.
Años después, en 1992, John Hume, líder del SDLP, volvió a retomar una idea abocada al fracaso. El Gobierno británico había iniciado una ronda de conversaciones en la que los partidos constitucionales en Irlanda del Norte discutirían el futuro de la región. El entonces líder del partido nacionalista mayoritario planteó que el gobierno recayera en una comisión integrada por seis miembros. Tres de ellos serían elegidos dentro de Irlanda del Norte, mientras que el Gobierno británico, el Gobierno irlandés y la Comunidad Europea designarían por separado a cada uno de los restantes. Esta fórmula de soberanía compartida, dotada de una fuerte dimensión irlandesa, fue inmediatamente rechazada por el resto de las formaciones políticas. Incluso el Partido Alianza (Alliance Party), que incluía entre sus votantes a nacionalistas y unionistas, acusó al SDLP de obstaculizar en sus inicios el proceso de conversaciones con semejante plan.
Un año más tarde, John Hume y Gerry Adams hicieron público un comunicado conjunto declarando que, tras lograr sustanciales progresos en las conversaciones mantenidas entre ambos, habían remitido un informe al Gobierno de Dublín que consideraban como la base de la paz en Irlanda. Este pronunciamiento enfureció al Gobierno de la República de Irlanda, al entender que el nacionalismo norirlandés ponía en peligro cualquier posible negociación sobre el futuro de Irlanda del Norte, pues, como observó un representante irlandés en dicho proceso, 'la clave era que sólo se podía negociar con los británicos con tal de que no hubiera huellas, y de repente había huellas de Hume-Adams por todas partes'.
El Gobierno irlandés percibía que en un clima de violencia resultaba imposible que las propuestas nacionalistas concebidas de manera unilateral fueran aceptadas por los representantes de la otra comunidad. El motivo residía en que la violencia, a diferencia de la territorialidad, constituía la prioridad en esas circunstancias, como ya advirtiera en 1920 el líder unionista Edward Carson en alusión a las acciones del IRA: 'A quienes siempre están hablando de unidad les digo que cada asesinato que se comete ahonda la separación entre el norte y el sur, que tardará años en desaparecer. Les digo que con cada policía que matan están enterrando cada vez más la posibilidad de una Irlanda unida'.
El plan de Ibarretxe no parece apreciar un factor tan crucial y decisivo en la evolución del nacionalismo irlandés hacia una posición que le ha llevado a eliminar de su Constitución la reivindicación territorial sobre Irlanda del Norte. En cambio, el lehendakari opta por un nacionalismo similar al que los irlandeses han dejado atrás y del que el citado informe del New Ireland Forum de 1984 constituía una representativa muestra. En él se articulaba una interpretación del conflicto exclusivamente nacionalista que fijaba el origen del mismo en la división de Irlanda, culpando a los británicos de su imposición. Asimismo se acusaba a éstos de inmovilidad y de dirigir una política que estaba dividiendo todavía más a las comunidades norirlandesas y que alentaba la violencia. Éstos son elementos que también se encuentran presentes en el texto de Ibarretxe.
División maniquea
En él no sólo emerge como causa principal de la ausencia de libertad el terrorismo etarra, sino el 'autoritarismo', el 'inmovilismo' y el 'bloqueo' que atribuye al Partido Popular y al Partido Socialista Obrero Español. Al equiparar 'la espiral de la violencia y el terrorismo' con la espiral del 'autoritarismo y la exclusión' reproduce la maniquea categorización en la que viene incidiendo el nacionalismo vasco: quienes se atribuyen el rol de pacifistas y dialogantes ubican frente a ellos a quienes son encasillados en el papel de intransigentes; quienes se presentan como cargados de buenas intenciones en la búsqueda de la paz proponiendo soluciones sitúan frente a ellos a los intolerantes, esto es, PP y PSOE, que, de manera paradójica y trágica, son los principales objetivos de la violencia.
Rogelio Alonso es profesor en el departamento de Políticas de la University of Ulster, Belfast.
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