Tony Gladstone y Tony Churchill
Les presento a Tony Gladstone y Tony Churchill. Ambos ocuparon el estrado el martes pasado en la conferencia anual del Partido Laborista en Blackpool, mientras el primer ministro británico hablaba de política exterior. La pregunta es: ¿quién dirige a quién? ¿Y qué remota posibilidad real tienen de hacer realidad sus vastas ambiciones para Gran Bretaña en el mundo?
Tony Gladstone predica -nunca ha sido más apropiada la palabra- un imperativo moral de compromiso liberal mundial. Contra Sadam. A favor de Palestina y de Israel. Contra el sida, la pobreza en África, la enfermedad y el cambio climático. Por la reconstrucción de Afganistán, y no sólo su conquista. 'Recordad', dice, 'que el carácter sagrado de la vida en las aldeas montañosas de Afganistán, entre las nieves del invierno, es tan inviolable a los ojos de Dios todopoderoso como la vuestra propia'. En realidad, el que dijo eso fue William Ewart Gladstone, el gran primer ministro liberal del siglo XIX. Pero, traspasado al lenguaje del teleevangelismo político moderno, ése es el mensaje de Blair.
Europa está hecha un lío respecto a Irak: Blair juega a ser Churchill en Washington, Schröder hace de Bismarck contra Washington, Chirac se hace el estrecho y Bruselas toca la armónica
El primer ministro británico afirma, con razón, que no existe ninguna alternativa realista a la alianza con Estados Unidos, gobierne quien gobierne
Estamos una vez más ante el viejo juego de las charadas históricas: Sadam = Hitler, Blair = Churchill, Bush = Roosevelt
En ciertos aspectos, es más admirable que el modelo original. Cuando el viejo William Ewart bramaba contra 'los horrores búlgaros', siempre existía la firme sospecha de algún interés político agazapado tras aquellas cortinas moradas de rectitud. Era una suerte que la voluntad de Dios y la conveniencia profesional de su siervo terrenal coincidieran. En cambio, cuando Tony Blair habla en contra de los horrores iraquíes, está arriesgando su situación política en su propio país. Es más, los argumentos de Blair a favor de la intervención humanitaria y la comunidad internacional son más coherentes y más sostenidos (aunque no más elocuentes) que los de Gladstone. Cuando se le escucha en un grupo más pequeño, uno sale convencido de que es un apasionado intervencionista liberal.
Tony Gladstone es un personaje que me gusta y al que admiro. No se me ha olvidado la conmovedora pintada que vi en el centro de Pristina poco después de la liberación de Kosovo: Thank you Tony Bler (sic). Ahora bien, tenemos un gran problema: las aspiraciones del liberalismo global moral de Blair son mucho más amplias que las del viejo Gladstone, pero sus medios para hacerlas realidad son mucho más pequeños. Cuando Gladstone arremetió contra los otomanos Bimbashis y Kaimakams, en 1878, el Reino Unido era lo que es hoy Estados Unidos: la hiperpotencia. Hoy, no somos más que Gran Bretaña. 'A veces, en Gran Bretaña, nos falta creer en nosotros mismos', reconvino Blair en Blackpool. Deberíamos recordar que somos la cuarta economía del mundo, y todas esas cosas. Pero, si la baja autoestima es un problema al que deben estar atentos los psicólogos nacionales, también lo es la soberbia.
En momentos menos visionarios, el primer ministro sabe muy bien que Gran Bretaña, hoy, es una potencia europea de mediana dimensión. Así que necesitamos contar con fuerzas más amplias para llevar a cabo nuestra labor neogladstoniana. Y aquí es donde interviene Tony Churchill.
A la sombra del gran hombre
Como es natural, todos los primeros ministros británicos quieren ser Churchill. Y una persona que estaba en edad escolar en los años sesenta es alguien que creció a la sombra del gran hombre. Pero Churchill no sólo fue el fabuloso líder de los años de guerra. Consciente, a su pesar, de que el poder de Gran Bretaña estaba en rápido declive, tomó una decisión estratégica, la de construir una relación especial con Estados Unidos, para que nos ayudara a hacer lo que ya no podíamos hacer nosotros solos. Y, por supuesto, al defender su estrecha relación con Washington, Blair recordó 'donde se forjó esta alianza: aquí, en Europa, durante la II Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña, Estados Unidos y todos los ciudadanos europeos decentes unieron sus fuerzas para liberar al continente del mal nazi'. (La única diferencia entre estas palabras y las que habría podido pronunciar Margaret Thatcher es la bonita referencia de pasada a los ciudadanos decentes de Europa).
Estamos, pues, una vez más, ante el viejo juego de las charadas históricas: Sadam = Hitler, Blair = Churchill, Bush = Roosevelt. Un momento: ¿Roosevelt? No hay más que hacer la comparación para ver las inmensas diferencias. En realidad, ya al propio Churchill le parecía que el juego que había inventado era difícil y, en ocasiones, humillante. En un momento de sus negociaciones con Roosevelt, a propósito de la ayuda económica al esfuerzo de guerra británico, Churchill estalló: '¿Qué quiere que haga, que me ponga de pie y suplique como Fala? ¿Quiere que me siente y suplique como Fala?'. Fala era la perra de Roosevelt.
Le preocupaba, con razón, que Roosevelt tratara de quedar bien con la Rusia de Stalin. 'Un pequeño león', cuentan que dijo, 'caminaba entre un enorme oso ruso y un gran elefante americano'. Ahora, el enorme oso ruso ha encogido y está desgastado. Pero el león británico es todavía más pequeño que antes (aunque quizá tenga mejor tono muscular) y el elefante norteamericano ha crecido aún más. Si bien Bill Clinton desempeñaba estupendamente el papel de Franklin Delano Roosevelt, y hablaba en la conferencia del Partido Laborista al día siguiente de Blair, el presidente George W. Bush tiene una concepción muy distinta del nuevo orden mundial. No es verdad que no tenga nada de gladstonismo. En realidad, si uno lee la nueva doctrina de seguridad de EE UU, se ven muchos elementos gladstonianos. Pero también existen algunas voces muy diferentes: unilateralista, neoimperialista y lo que podríamos llamar la voz de Disraeli con F-16.
¿Europa unida?
¿Hay alguna cosa más que pueda hacer un primer ministro británico para inclinar la balanza en el Gobierno de Bush? Seguramente no mucho. ¿Pero qué tal prestar un poco más de atención a la voz europea? Al fin y al cabo, tanto Gladstone como Churchill apelaron a la visión de la 'Europa unida' para justificar sus planes. Europa está descaradamente ausente de los pronunciamientos de Blair sobre Irak. Ha habido muchas referencias a las conversaciones con Bush, pero prácticamente ninguna a Chirac o Schröder, para no hablar de Prodi y Solana. Dijo ante el Parlamento: 'Estamos trabajando con los norteamericanos y otros' para preparar una conferencia de paz en Oriente Próximo. Europa se ha quedado reducida a 'y otros'. En el discurso pronunciado en la conferencia, las menciones fueron altisonantes pero superficiales. 'Europa va a consistir en 25 naciones, una Europa unida por primera vez desde Carlomagno' (dos afirmaciones dudosas en una misma frase, por cierto). Un breve apoyo al euro. Y 'creemos en Europa pero todavía no estamos en su centro'. Desde luego que no. Ni lo estaremos nunca, a este paso.
Es verdad que Europa está hecha un lío respecto a Irak: Blair juega a ser Churchill en Washington, Schröder hace de Bismarck contra Washington, Chirac se hace el estrecho y Bruselas toca la armónica. Europa tiene muchas posturas sobre Irak; es decir, ninguna. La frustración es comprensible. Pero no hace falta tener mucho sentido común para darse cuenta de que el pequeño león británico tendría alguna posibilidad más de influir en el elefante norteamericano si Europa -sea el animal que sea- empujara en la misma dirección. Si hubiera observado las actuaciones de Tony Blair en los dos últimos meses desde París o Berlín, me estaría preguntando qué había sido del primer ministro británico teóricamente más proeuropeo de todos. El hombre cuya ambición era (¿y sigue siendo?) resolver la incertidumbre histórica de Gran Bretaña sobre Europa, de una vez por todas.
Blair afirma, con razón, que no existe ninguna alternativa realista a la alianza con Estados Unidos, gobierne quien gobierne. No podemos quedarnos al margen. Europa no tiene la fuerza ni la unión suficiente para actuar por su cuenta. Pero lo espeluznante es que parece afirmar que, a pesar de todo lo que ha disminuido el poder relativo de Gran Bretaña y a pesar de no tener el prestigio personal de Churchill, es capaz de emularle y obtener el apoyo del Washington de Bush a un orden de prioridades gladstoniano para el mundo. Menuda apuesta. El riesgo es que Gladstone se quede por el camino y Blair acabe imitando a Churchill, pero sin su peso.
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