Jirafas y baobabs en Tanzania
La naturaleza en las tierras altas del norte de Tanzania nos hace imaginar cómo era el África subsahariana cuando los exploradores europeos llegaron a finales del siglo XIX. Es difícil sustraerse a la belleza del sol, ocultándose tras una acacia africana en el parque Serengueti, mientras una manada de elefantes pasa junto a nuestro 4×4. O también a ese Arca de Noé que constituye el cráter del Ngorongoro, donde vimos al prácticamente extinguido rinoceronte, en una zona en la que la densidad de vida salvaje es tan grande que uno recuerda las palabras de Alberto Moravia cuando encontraba ahí 'el mito del paraíso terrenal'.
El parque Taranguire está poblado de bosques de un árbol singular: el baobab que el principito tenía en su planeta literario. En uno de ellos observamos a dos leonas subidas a una de sus ramas. Cerca de Arusha, el monte Meru, con sus más de 4.500 metros, vigilaba nuestros pasos mientras caminábamos entre las jirafas, y en el horizonte, por encima de las nubes, se asomaba la silueta majestuosa del Kilimanjaro.
Una vez concluido el safari nos dirigimos a Zanzíbar, una isla tanzana situada en el océano Índico. En su capital, Stone Town, ciudad patrimonio de la humanidad y cuna del suajili (idioma extendido en gran parte de África oriental), destaca el mestizaje de su gente, fruto de una historia rica en invasiones.El viaje concluyó al sureste de la isla, en el tranquilo Jambiani. En sus playas de arena blanca, donde aún no han llegado los grandes complejos hoteleros, uno se olvida del tiempo y desea quedarse, al menos, unos días más.
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