Por un 'porno' más femenino
Los organizadores del 10º Festival de Cine Erótico de Barcelona dicen que este año han pensado en el público femenino. Y cuando alguien piensa en el público femenino hay que echarse a correr, excepto si estamos hablando de un fabricante de bragas y sujetadores. La manera que los organizadores del Festival Erótico han ideado para no descuidar al público femenino la leíamos en EL PAÍS el viernes pasado: 'Ofreciendo películas con personajes que posean perfiles humanos, y que las escenas de sexo estén justificadas'. Como mujer les doy las gracias (y perdonen porque, al no pertenecer a la Sección Femenina, no tengo el copyright de la expresión 'como mujer'.) Pero ¿qué es exactamente una escena de sexo justificada? El polvo ese de Lady Chatterley con su amante, el guardabosques, por ejemplo ¿está justificado? ¿Y qué es exactamente un perfil humano? ¿Marge Simpson tiene o no tiene un perfil humano?
Les juro que la escena de sexo que aparece en 'El cartero siempre llama dos veces' no está justificada en absoluto
Me voy al festival, en La Farga de L'Hospitalet, a ver alguna película para mí. La que ponen esta tarde no está entre mis preferencias. Yo hubiese escogido Falo Crest o Pollastía. Pero no me quejo. La que veré se llama Ya no son menores de edad III. Debo decirles, ante todo, que las protagonistas de esta cinta ya no eran menores de edad en su anterior trabajo cinematográfico, Ya no son menores de edad II, y tampoco lo eran en el primero, Ya no son menores de edad.
Como aún no han abierto el cine, que está en la planta de arriba, doy una vuelta por el recinto ferial. Es miércoles por la tarde, llueve, y tal vez por eso hay muy poca gente. En un rincón han instalado una piscina para la lucha de barro. Hay dos chicas que se pelean con ganas, mientras un señor, con un micrófono pegado a la boca, anima. El sonido parece el de una tómbola. '¡Ahí tenemos a Vannnnessssa!'. Hay también un lugar llamado besódromo, que no sé para qué servirá, pero no pienso entrar en un lugar que se llama así, por si es un cuarto oscuro pero en poético. Más apartada, hay una especie de barraca de lona, como una tienda de campaña, habilitada para el intercambio de parejas. Frente a la entrada hay cuatro mesas y, sentadas en ellas, se aburren tres chicas rubias vestidas con faldas y tops de poliéster que no toman nada. Cuando me acerco, del interior sale una mujer que me invita a pasar. Es la dueña, y la he visto en algún debate de la tele. Es menuda, delgada y lleva trenzas afro. Dentro está oscuro. Hay cuatro mesas de plástico, rojas y blancas, cedidas por Coca-Cola. Encima de cada mesa han puesto una vela. Pero no hay nadie. Espero un rato, a ver si entra alguna pareja que me permita asistir, en vivo, a alguna escena de sexo justificado, pero el día está flojo. Delante de mí hay una nevera portátil pero sé que, si le pido una copa a la dueña, la pondré en un aprieto. No se ven vasos por ninguna parte. Detrás de una cortina hay una única cama de plástico blanco, sin sábanas, de unos tres metros por cinco, casi nada comparada con la megabandera de Aznar. Me siento un momento en ella y es muy dura. Le pregunto a la dueña dónde se deja la ropa y me dice que donde se quiera. 'Aquí se puede venir solo, no como en otros locales, donde es obligatorio que uno de los miembros de la pareja sea chica'. Espero un rato más, pero como no vienen clientes voy a ver la película. Procuro concentrarme en encontrar la humanidad de los personajes. Y lo consigo. Las protagonistas están creciendo; despiertan a la sexualidad y a la vida. Es la misma idea que la de esa obra que hizo José María Flotats hace tantos años, en la que salía un piano y muchos chicos rubios que corrían. En cuanto a las escenas de sexo, yo las veo muy justificadas. Si un hombre atractivo le dice a una chica: '¿Quieres conocer el placer?', y ella contesta: 'Sí quiero', será porque le apetece practicar unas coreografías. Y si le apetece, es que está justificado.
Pero, al salir, me voy a un videoclub. Le pido a la encargada que me alquile alguna película no pornográfica, pero con escena de sexo famosa. Me saca El último tango en París, que tiene ese momento de la penetración con mantequilla. Me saca L'orgia, de Francesc Bellmunt, con ese otro momento de Juanjo Puigcorbé desnudo en moto. Al final me decido por El cartero siempre llama dos veces, basada en la novela de James M. Cain. Me llevo a casa las dos versiones que tienen disponibles: la original, con Lana Turner y John Garfield, y la otra, con Jessica Lange y Jack Nicholson (tres euros cada una, que serán desgravados.) Primero veo la versión moderna, y me detengo especialmente en la escena del polvo en la cocina. Para abreviar: él la lanza contra la mesa y la harina salta por los aires. Yo diría que los perfiles de los personajes son humanos, aunque de ninguna manera podemos decir que Cora sea humana en el sentido estricto de la palabra, porque se intenta cargar a su marido dos veces. Pero lo que sí les juro es que la escena de sexo no está justificada en absoluto. La prueba es que en la cinta original, que veo después, no está.
En Alemania han puesto en marcha un canal televisivo pensado para el público femenino. En la programación -ésta es la novedad- no habrá ni sexo ni violencia. Supongo que todas las alemanas, a estas horas, ya estarán viendo los dibujos animados que prohíben a sus hijos.
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