_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La crisis entre EE UU y Alemania

El que el canciller Schröder, en la última fase de la campaña electoral, se distanciase de la política belicista de Estados Unidos trajo consigo los efectos esperados. En los nuevos Estados federados, el SPD logró arrebatar la bandera del pacifismo al sucesor del partido comunista, el PDS. Se pudo así contener el bajón que provocaron los escándalos de corrupción en el bastión socialdemócrata de Renania del Norte y, gracias a la subida inesperada de Los Verdes, seguir gobernando. Las inundaciones pusieron en un primer plano la cuestión ecológica, haciendo efectiva la popularidad de su líder, Joschka Fischer.

El PDS, que en las elecciones de 1998 había alcanzado el 5% de los votos, esta vez no ha podido saltar el listón, y con sólo dos diputados ganados directamente -les ha faltado el tercero- ha desaparecido de hecho como fuerza parlamentaria. Está por ver si se repondrá de este baquetazo; en todo caso, para una socialdemocracia que aspira tan sólo a gobernar es de la máxima importancia que a su izquierda desaparezca cualquier pequeño partido que se reclame del socialismo.

El precio a pagar por estratagema tan exitosa ha sido el deterioro de las relaciones con el Gobierno de Estados Unidos. En la reunión de los ministros de Defensa de la OTAN, el 24 de septiembre en Varsovia, el secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, subrayó el distanciamiento con su colega alemán, Peter Struck. Los socialdemócratas alemanes habían contado con que el Gobierno de Estados Unidos tendría muy presentes los motivos de orden interno que les había llevado a defender la no participación en la proyectada guerra contra Irak. En todo caso, en los pocos meses que quedan hasta que se inicie el ataque, aún pueden pasar muchas cosas que permitan al Gobierno alemán reconsiderar su posición. Nadie en Alemania se toma en serio pacifismo tan repentino.

El que inmediatamente después de las elecciones el canciller Schröder hiciera un viaje a Londres para pedir la mediación de su amigo Tony Blair puso de manifiesto que Alemania teme que las heridas no cicatricen tan pronto. Los alemanes pensaron que a un aliado tan fiel y con tantos intereses comunes no les concernía la nueva doctrina de que Estados Unidos, según el principio de que el que no está conmigo está contra mí, sólo reconoce aliados ad hoc. ¡Adónde podríamos llegar si por motivos de orden interno cupiera justificar el insubordinarse contra la voluntad imperial! Estados Unidos ha decidido aprovechar su absoluta superioridad militar para ordenar el mundo según sus intereses y no va a tolerar que nadie, ni siquiera los viejos amigos, le pongan chinitas.

Desde la perspectiva de la Unión Europea, que debería ser la única adecuada, queda patente la dimensión verdaderamente preocupante del conflicto. Se ha reprochado a Schröder que en una decisión de tanta envergadura no hubiera recabado la opinión de los demás socios comunitarios. Pero tampoco, al dar su adhesión incondicional a la política de Estados Unidos, lo han hecho el Reino Unido, Italia o España. Y ello cuando con una moneda única necesitamos de una política exterior común; hasta hemos creado el puesto del portavoz que debería coordinarla.

El hecho descarnado es que Estados Unidos se empeña en ignorar la existencia de la Unión Europea y trata sólo con cada uno de los Estados comunitarios. Mientras la Unión Europea no exista para Estados Unidos, no estará asegurada su permanencia a largo plazo. Si a esto añadimos que en tiempos de vacas flacas empieza a resquebrajarse el Pacto de Estabilidad presupuestaria, incluso se oyen voces que pretenden sacar los gastos militares de los acuerdos de Maastricht, hay que ponerse a temblar ante el futuro de una moneda común de Estados con economías muy diferentes, que mantiene cada uno una política fiscal y financiera propia, sin ser capaces de coordinar una política exterior y de defensa común. Estados Unidos, al que debemos el que una Europa unida fuera factible en las condiciones de la guerra fría, parece que no la deja sitio en el nuevo mundo que está configurando. El que Europa sea capaz para seguir avanzando, de oponerse al coloso norteamericano, es algo que todavía está por ver.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_