Minas abandonadas
La minas de hierro forman parte de la historia vizcaína. Tenemos referencias de ellas desde la más profunda antigüedad. Montones de escorias y restos de hornos son huellas de un pasado que se remonta a la época romana. La importancia de la minería alcanzó su apogeo con las ferrerías del siglo XVIII y la fundación de empresas tan emblemáticas para la modernización del País Vasco como Altos Hornos, cuyo centenario se celebra precisamente este mismo año. Aunque la explotación de las venas de mineral férrico la conocemos de antaño, su estampación como motivo plástico no tiene raíces tan profundas. Los artistas preocupados por estos motivos lo hicieron, sobre todo, desde el costumbrismo y la militancia política. Ahora, desmantelada toda esta industria, los que se interesan por estos temas los plasman con una estética melancólica, provocada por alguno de los pocos rastros que todavía perduran.
Las fotografías de Teresa Herrero Zubiaur (Artzeniega, 1943), expuestas estos días en la Sala de Exposiciones del Archivo Foral de Vizcaya (María Díaz de Haro, 11), pueden encuadrarse dentro de los parámetros indicados. Se presentan bajo el título de Presencias y, abstractas o figurativas, son imágenes tomadas durante los años 1999 y 2000 en los emplazamientos mineros de Miribilla, Baltezana, Mioño y Sopuerta. Suelos encharcados, muros derruidos, ventanas sin cristales, herramientas olvidadas, elementos todos ellos de aparente insignificancia, sirven para provocar un autentico filón de emociones y recuerdos.
A diferencia de otros autores que también han trabajado estos temas en blanco y negro -recordemos a Iñaki Izquierdo y su libro Imágenes de la minería, publicado por las Juntas Generales de Vizcaya y expuesto en el Museo de las Encartaciones en 1998- Teresa ha recurrido a un cromatismo desvanecido, sin tonos estridentes, suave, como si quisiera limar asperezas visuales y añadir nuevos parámetros de reflexión sobre formas que en muchos casos ya eran conocidas. Además, no conforme con añadir una dulce lírica a sus imágenes, incorpora en sus catálogos versos de cosecha propia de donde se puede extraer la idea y los conceptos principales sobre los que desarrolla su acción fotográfica. Así lo deja explícito en el preámbulo de su ultima exposición cuando (presumiblemente) refiriéndose a sus minas escribe: 'Te quitaron el sentido y el desgarro se llevó tu voz. Ahora, abandonada y como ausente, pasas inadvertida entre la naturaleza y el olvido'. Un bello extracto literario para señalar las sensaciones que han motivado las imágenes que suceden.
A pesar de mostrarse a lo largo de toda la exposición un criterio compositivo homogéneo. Las escasas vistas generales ponen en evidencia el dominio de los planos detalle, muy cerrados sobre el motivo, como deseando extraer la esencia más profunda que allí puede encontrarse. Por otra parte cada una de los territorios auscultados marca su propia identidad.
Miribilla, la ultima mina de Bilbao, muestra su horno de San Luis amenazado por la proximidad de la ciudad expandiéndose sobre sus límites. Las formas de unas grietas, los contrastes de color nacidos de la mezcla entre mineral y el sinfín de fluidos que serpentean por los suelos o las irisaciones de grasa sobre los charcos dan el contrapunto del lugar. La mina Catalina dentro del bosquecillo del barrio El Castaño de Sopuerta nos deja ver restos de sus instalaciones oxidadas. Allí, unos sacos llenos de mineral hacen que la cámara se fije en ellos, su color ocre, contrastado con el verde de algunos hierbajos, resulta cuanto menos chocante. Baltezana es el punto donde el mineral se trasvasaba de los baldes aéreos a los vagones que lo conducían al descargadero del acantilado. Es un lugar enigmático y de misterio envolvente donde la maleza y las hierbas silvestres tapizan edificios y se prestan a encuadres atrevidos. Mioño, en la orilla del mar, es meta final del recorrido de un mineral con destino a los hornos de fundición, allí las estructuras oxidadas gritan a componer las más entrañables turbaciones.
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