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Columna
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Escalada

Enrique Gil Calvo

A pesar de que algunos indicios hacían pensar que el lehendakari Ibarretxe se iba a achantar, dando marcha atrás al ultimátum que lanzó el 12 de julio pasado, cuando amenazó con asumir unilateralmente las competencias pendientes si no se le transferían al término de dos meses, lo cierto es que el viernes pasado, una vez cumplido dicho plazo, ha anunciado la ejecución de su amenaza por la vía de los hechos consumados. Pero, no conforme con eso, ha optado además por escalar su apuesta soberanista elevándola a un nivel imposible de aceptar sin romper las reglas de juego. Para ello ha puesto sobre la mesa un proyecto de reforma radical del Estatuto de Gernika, a fin de sustraerlo a la lógica federal del Estado de las autonomías para reconvertirlo, en términos confederales, a Estado libre asociado.

¿Cómo puede interpretarse semejante huida hacia delante, que implica elevar al cuadrado su órdago jurídico? La explicación más inmediata es que va de farol, con la simple y pura pretensión de ganar un año entero de tiempo, durante el que podría pasar de todo. Según cómo repartan los electores sus votos tras los comicios locales de la próxima primavera, la partida podría dar lugar a otro tablero muy distinto, con una nueva correlación de fuerzas quizá más favorable a los intereses políticos de Ibarretxe. A esta interpretación puramente táctica conducen además algunos elementos adicionales. El primero es que con este farol confederal -o foralista- se garantiza mucho mejor el apoyo electoral de los antiguos votantes de Batasuna, hoy jurídicamente impedidos de confirmar a sus representantes electos. Pues aquí la clave reside no tanto en la magnitud del trasvase de votos -el famoso vaciamiento de Batasuna- como en la tasa de participación electoral. Y el dramatismo de esta escalada puede encender el encanto de las urnas, que atraerán como un imán a los aberzales más radicalizados.

Y la hipótesis del farol se ve potenciada por dos factores adicionales. Uno es la dificultad jurídica de la aventura propuesta, que no parece poder coronarse sin incurrir en prevaricación. Sostiene Ibarretxe que su cisma confederal sólo se producirá por procedimientos reglados. Pero, al margen de su inviabilidad constitucional, sobre la que carezco de competencia para opinar, lo cierto es que políticamente nunca podría llevarse a cabo, pues haría falta una mayoría orgánica en las Cortes de Madrid que este lehendakari difícilmente conseguirá. Como diría un castizo, esto no se lo cree ni él. Por lo demás, hay que comprender la posición de Ibarretxe, enzarzado como está en una dura lucha sucesoria por ocupar en su día la máxima autoridad moral en el PNV, ahora que ya parecen contados los días de Arzalluz. Por eso hay que pujar con Egibar y compañía por ver quién demuestra ser más aberzale que nadie, escalando la conflictividad hasta el absurdo.

Pero me temo que no se trata de un simple farol, sino de algo mucho más ominoso. Interpretada en términos estratégicos, y no sólo tácticos, la escalada de Ibarretxe parece un acto de respuesta a la previa jugada de Aznar, consistente en envolver a Zapatero para ilegalizar al alimón a Batasuna. ¿Pero por qué habría de entender Ibarretxe la Ley de Partidos como un castigo inadmisible, en vez de contemplarla como una oportunidad electoral, según parece a simple vista? En realidad, la exclusión de Batasuna busca obtener a largo plazo la definitiva división moral del nacionalismo vasco, hoy por hoy todavía unificado. Divide et impera. La Administración vasca está obligada a imponer contra Batasuna el cumplimiento de la nueva legalidad, y por eso se duele tanto Otegi, acusando a propios y extraños -¡incluso al magma de Mondragón!- de traidores patrios. Así que Ibarretxe se encontraba ante un dilema. O rompía sus últimos lazos con Batasuna, aceptando refundar el Pacto de Ajuria Enea, o se echaba al monte secesionista, con la esperanza de reavivar la llama sagrada de la unidad perdida. Ya se puede ver la salida por la que ha optado, incumpliendo la confianza en él depositada por el grueso del electorado vasco.

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