Sellars y Marthaler triunfan en el Ruhr
Una escuela expresionista de finales de los años veinte y una nave industrial. Peter Sellars y Christoph Marthaler, dos de los más grandes directores de escena de nuestros días, han partido de la necesidad de convivir con unos espacios atípicos para sus espectáculos sobre textos de Eurípides o sobre músicas de Schönberg y Messiaen. Los criterios estéticos han desembocado, inevitablemente, en planteamientos éticos. Y así han surgido conceptos diferentes de relación entre las artes, que han causado sorpresa y admiración entre los espectadores.
La Trienal del Ruhr está entrando ya en la recta final de su primer año. Uno de sus méritos ha sido conseguir un 72% hasta ahora de venta de entradas, sin ningún tipo de concesión en la programación, es decir, sin necesidad de recurrir a La Bohème, de Puccini, o la Novena, de Beethoven. La apuesta más difícil está siendo, en cualquier caso, la asistencia de las minorías mayoritarias (turcos, kurdos, polacos), a pesar del comportamiento misionero de Gerard Mortier, difundiendo la Trienal en los recintos más insospechados.
Un espectáculo ha conseguido saltarse esas barreras, el de Peter Sellars en Bottrop para The children of Herakles (así, en inglés, con subtítulos en alemán), de Eurípides.
La actualidad del tema de exilio, el asilo o los refugiados ha provocado tal vez ese chispazo necesario de comunicación. O el propio planteamiento del espectáculo teatral, enmarcado entre una conferencia o debate sobre aspectos de la emigración, con la participación de profesores universitarios, líderes políticos, escritores, personalidades de países marginados y hasta la secretaria de Amnistía Internacional en Alemania, hasta, después de la representación teatral, una película cada día diferente sobre el mismo tema de la convivencia humana y cotidiana entre diferentes países.
Cinco horas
Con todo ello, la velada dura tanto o más que Parsifal, alrededor de cinco horas. Los actores de la obra teatral son de una emotiva mezcla multirracial, que subraya la filosofía de la convivencia. El espectáculo se integra a la perfección en el tiempo actual y con el espacio físico, y, lo que es más importante, consigue implicar al espectador que siente el teatro como un foro de ideas. La cantante Ulzhan Baibussynova (la misma que participó en el homenaje a Ibarrola junto a Imanol en la inauguración de su instalación de traviesas en una montaña cercana) pone el contrapunto musical. La escenografía es prácticamente inexistente. Lo primordial es la palabra, la pervivencia del texto de Eurípides, el drama del exilio. La ética, al fin y al cabo.
De su década en Salzburgo, Mortier ha traído al Ruhr este año sólo un espectáculo escénico, el de 1996 de Marthaler combinando Pierrot lunar y el Cuarteto para el fin de los tiempos. En Duisburg está más integrado que en Salzburgo y son más inquietantes la báscula, la habitación, la máquina expendedora de bolitas de anís de colorines, la tarta de frambuesa que gira en un escaparate, las puertas y armarios. Los pierrots van a su aire y transmiten soledad o sueños frustrados desde la sugerencia. Al final vuelven al foso de la orquesta porque la belleza infinita del cuarteto de Messiaen (maravillosamente tocado por los solistas del Klangforum de Viena) acaba imponiendo su hechizo, y parando el tiempo y hasta el movimiento.
Sellars y Marthaler han creado dos inmensos espectáculos. Tienen en común la pasión por el teatro, el riesgo, el rigor lingüístico y el compromiso con una postura moral desde la estética y desde la ética.
Babelia
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