El sueño y la vigilia
Un día recibimos una carta sin remite en la que un oyente aseguraba que le gustaban más las noches que los días, y no porque se las pasara de juerga, sino porque se metía en la cama a las diez y soñaba sin parar hasta que sonaba el despertador y volvía a la oficina. Vivía para dormir, en vez de dormir para vivir, y estaba deseando que lo jubilaran no para viajar ni para dedicarse al bricolaje ni para cuidar a los nietos, sino para dormir todas las horas que el cuerpo aguantara. Los sueños tenían para él una consistencia mayor que la de la realidad y mantenía con desparpajo que venimos a este mundo a dormir. 'Los animales que hibernan', aseguraba, 'son moralmente superiores a los que no, porque mientras duermen no se meten con nadie'.
Pensé en lo que el sueño tiene de alucinación, y en lo que nos gustan los delirios, al menos hasta que alcanzan ese punto patológico en el que nos hacen sufrir. Hace poco leí en la biografía de Nash (el matemático loco de Una mente maravillosa) que identificaba la época en la que escuchaba voces con la de mayor creatividad. El problema es que el precio de esa creatividad (la locura) resultaba excesivo. Los delirios del sueño, en cambio, no hacen daño porque sus efectos caducan al despertar. Freud decía que los sueños son un modo de psicosis atenuada: una definición magnífica, porque es verdad que el sueño tiene todas las ventajas de la locura y ninguno de sus peligros.
Nuestro oyente afirmaba en su carta que sólo cuando soñamos tenemos alguna posibilidad de descubrir la trampa de este juego de magia que es el universo. Establecía una diferencia sustancial entre sueño y ensueño, asegurando que los grandes hallazgos científicos y artísticos de la humanidad habían sido producto del ensueño. Según él, Einstein, Newton o Van Gogh le debían todo a la siesta. Por cierto que nos recomendaba un libro de L. LeShan y H. Margenau, El espacio de Einstein y el cielo de Van Gogh (Gedisa), cuya lectura nunca le agradeceremos bastante. Échenle un vistazo y comprenderán por qué. El remitente anónimo terminaba su carta dando vivas al coma, lo que, aunque siniestro, era consecuente con su exposición anterior.
Nos vino a la memoria una cita que entonces no fuimos capaces de adjudicar (y ahora tampoco), según la cual la historia de los pueblos se podría explicar suficientemente por las relaciones que han mantenido entre el sueño y la vigilia, y nos pareció bien remover un poco la experiencia onírica de la audiencia. Llegaron relatos curiosos, como Vida circular, de Víctor de la Casa, en el que un error en la maquinaria del tiempo permite al protagonista encontrarse a sí mismo. Doctor Frankenstein, de Jesús Bernabéu, expresaba en muy pocas líneas cómo los sueños engendran realidades. Momento, de Rafael Novoa Blanco, es un relato carnoso, sin hueso, en el que los tópicos, y está lleno de ellos ('...vientre de templada morbidez', 'mano trémula', etcétera), funcionan, increíblemente, con la eficacia de un jugo de piña, aunque su mayor virtud consiste en describir con fidelidad una de esas fantasías que se sueñan despierto en cuestión de segundos. Esa semana, en fin, los oyentes soñaron o escribieron lo suyo. Valgan, como muestra, los siguientes botones.
PD. Correo ordinario. Cadena SER (a la atención de Juan José Millás). Gran Vía, 32. 28013 Madrid. Internet www.cadenaser.com. Una vez dentro de la página web hay que pinchar en La ventana y, en La ventana, La ventana de Millás.
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