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Columna
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¿Estado 'jatorra'?

El presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, hizo público el pasado viernes un documento en el que expone la nueva doctrina militar norteamericana tras el 11-S. Titulado La nueva estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos, dibuja una política exterior aún más agresiva, estableciendo de forma oficial la voluntad estadounidense de actuar, siempre que lo estime necesario, al margen e incluso por encima de las decisiones de organizaciones internacionales como la ONU. Así mismo, se anuncia una nueva carrera armamentista centrada en la creación de un escudo antimisiles (el viejo sueño de Reagan, proyecto conocido popularmente como la guerra de las galaxias) y la disposición a actuar contundentemente contra todos aquellos países que, a juicio de EE UU, puedan suponer una amenaza para su seguridad, en lo que supone una ruptura oficial -la oficiosa ya era un hecho- con la Carta de las Naciones Unidas. El enemigo a batir no es ya, como en la época de la guerra fría, otra potencia mundial, sino un abigarrado conjunto de 'Estados fallidos', liderados por dirigentes corruptos y vinculados a redes de terrorismo internacional, tentados de golpear sobre los intereses norteamericanos.

La cuestión no es, en absoluto, nueva. Hace ya una decena de años que el pensamiento geoestratégico norteamericano tiene como uno de sus principales elementos de preocupación los denominados rogue states, concepto que ha sido traducido al castellano como 'Estados díscolos' (en la obra de Richard Falk La globalización depredadora), 'Estados canallas' (en la obra de Noam Chomsky del mismo título) o 'Estados gamberros'. De hecho, el presidente Clinton se basó en esta teorización para justificar su decisión de releer el Tratado sobre Misiles Balísticos (ABM) de 1972, elemento fundamental de la doctrina de la no proliferación, para construir en Alaska un poderoso radar y un centenar de interceptores que velaran contra la posibilidad de un ataque nuclear contra el territorio norteamericano. Pero podríamos remontarnos aún más en el tiempo, y recordar los tiempos de Reagan y la reflexión desarrollada entonces desde diversos organismos relacionados con la seguridad nacional sobre los llamados Estados parias. La lista de estos rogue states ha variado con el tiempo (Pakistán formó parte de ella, en la actualidad no) pero actualmente incluiría a países como Irak, Irán, Libia, Siria o Corea del Norte.

A pesar de esperanzadores hitos como la Declaración Universal de Derechos Humanos o, más recientemente, la constitución del Tribunal Penal Internacional, el espacio de las relaciones internacionales se caracteriza por el dominio de una perspectiva geoestratégica ultrarrealista que, según denuncia Falk, se centra en el Estado nación, se orienta al conflicto y desecha la ley y la moral como impedimentos para realizar un cálculo racional de los intereses nacionales, identificados con la maximización del poder y la riqueza. Pero por estos pagos parecemos no enterarnos, y a lo mejor pensamos que es posible constituir un Estado vasco que tenga como amigos preferentes al Frente Polisario, a la Autoridad Palestina y a la Cuba de Fidel, y que se desvincula sin que pase nada de la decisión americana de atacar Irak. Un Estado jatorra, que envíe por el mundo a sus representantes con el sólo equipaje de la solidaridad, el respeto a lo que cada pueblo quiera ser y el buen rollito. Todo lo cual un servidor, conspicuo rogue man, aplaude. Pero no somos conscientes de la suerte que tenemos de formar parte como territorio autogobernado de un Estado, el español, cuyos dirigentes han de hacer el trabajo sucio de ganarse cada día la categorización de 'Estado responsable'. Que lo hagan a gusto o no es, en este caso, lo de menos.

La mejor manera de combatir ese realismo sucio de las relaciones internacionales es combatir frontalmente la estatonacionalización del mundo, optando por formas de autogobierno plurinacionales con dimensión cosmopolita. Y empezar a hacerlo desde ahora y desde aquí. Para poder seguir siendo díscolos, canallas, gamberros y parias ante el Imperio: no al Estado nación vasco, ni español, ni....

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