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Tribuna:VUELTA 2002 | Decimoquinta etapa
Tribuna
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Hinault no lo sabía

En los grandes puertos, la velocidad a la que avanza una bicicleta depende casi únicamente de la potencia que las piernas del ciclista son capaces de generar para vencer a sus dos enemigos naturales: el rozamiento de las ruedas sobre el asfalto, y, sobre todo, la fuerza de la gravedad (o, dicho de otro modo, el peso del ciclista). La potencia, que se mide en vatios (W), depende de la fuerza y de la velocidad con que se contraen los músculos del ciclista -sobre todo el cuádriceps-. La fuerza de la contracción muscular varía en función del desnivel de la carretera y del desarrollo, que es la combinación entre el tamaño del plato y de los piñones. Cuanto mayor el plato y menor el piñón, más fuerza hay que hacer, y viceversa. Y la velocidad de la contracción muscular depende de la cadencia de pedaleo, que se expresa en revoluciones (número de pedaladas) por minuto (ó rpm).

En un puerto típico de los Alpes o Pirineos (7 u 8% de desnivel medio), un buen escalador en plena forma -de 65 kilos de peso, pongamos por caso- es capaz de subir a una velocidad media de 20 km/h (siempre en números redondos). O expresado en potencia: cerca de 400 W, ó 6 W por kilo de peso. Para ello muchos suelen emplear una combinación bastante común, de 39 x 19-21 dientes (en plato y piñones, respectivamente), y hacen girar los pedales bastante rápido, a unas 70-80 rpm.

Para subir a la misma velocidad en la parte más dura del Angliru, la famosa Cueña les Cabres, del 22% de desnivel, ese mismo ciclista tendría que generar una potencia de...¡más de 1500 W! Algo humanamente imposible. Al menos después de cinco horas de tortura, con tres duros puertos de por medio y los nueve kilómetros previos del Angliru bajo una intensa lluvia. Lo más posible es que a ningún corredor le quedaran energías para pasar de 400 W en ese muro de casi un kilómetro. Y, aún con una potencia tan respetable como son 400 W, apenas si se puede pasar de 7 u 8 km/h en un tramo de tanto desnivel. Y eso, en el mejor de los casos. Para avanzar a esa misma velocidad, un ciclista más pesado -un sprinter de 75 kilos de peso, por ejemplo- tendría que llegar a mantener 450 W durante casi 10 minutos -los que tardaría en hacer el kilómetro más duro del puerto-. Algo en el límite de las posibilidades humanas al final de una etapa como la de ayer.

Además, por muy pequeños que fuesen los desarrollos empleados por los ciclistas (30 x 23, por ejemplo), sus cadencias de pedaleo no pasaban de 60 rpm cuando trepaban por las paredes más duras. Ni de 30 ó 40 rpm, en algunos casos. Para mantener potencias altas (de alrededor de 400 W) con cadencias tan bajas, los músculos del cuadriceps deben contraerse con tanta tensión que llegan a ocluir a los vasos sanguíneos del muslo, que son precisamente los que les llevan sangre y oxígeno. Peor imposible.

Para colmo, en los tramos de más desnivel las ruedas de los ciclistas patinan sobre el asfalto mojado. Muchos conseguían avanzar sin caerse ni poner pie a tierra a base de zigzaguear y tirar con toda su fuerza de brazos, antebrazos y lumbares. Aún más esfuerzo: si además de pedalear con toda su alma un ciclista ha de hacer fuerza con los brazos, su frecuencia cardiaca no tarda en alcanzar su máximo (de hasta 200 latidos por minuto), debido a un mecanismo reflejo. Desde luego, cuando el gran Bernard Hinault afirmaba que un buen escalador ha de pedalear sólo con las piernas, evitando dar chepazos y tirar de brazos -'se tendría que poder tocar el piano mientras se sube un puerto', decía- no conocía el Angliru.

Alejandro Lucía es fisiólogo de la Universidad Europea de Madrid.

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