Sumando en la convivencia democrática
En la ceremonia de apertura del año judicial, el presidente del Tribunal Supremo, don Francisco Hernando, pronunció un discurso centrado en la inmigración con un tinte de conservadurismo que coincide en muchos aspectos con el discurso del Gobierno.
La extrañeza y perplejidad que me causó el contenido del mismo no se deben a las opiniones ahí vertidas, sino a la condición de quien las pronuncia, el presidente del Tribunal Supremo y a la vez del Consejo del Poder Judicial, que representa, tanto para los españoles como para los ciudadanos extranjeros, a la justicia como elemento fundamental del Estado democrático y de derecho, y a la vez el principal instrumento que garantiza el cumplimiento de las leyes, que a su vez regulan la convivencia en el seno de la sociedad española.
La contundencia del discurso no deja lugar a dudas de que en el fenómeno de la inmigración nos vemos arrastrados por una serie de reflexiones e ideas que confluyen en lo siguiente:
- Los inmigrantes, que se olviden de la justicia y del Estado de derecho; que asuman su condición social y jurídica de ciudadanos de segunda o tercera categoría en un marco constitucional que establece claramente la igualdad ante la ley, la presunción de inocencia y la tutela judicial y efectiva. Que piensen única y exclusivamente como personas a las que ya se les ha dado demasiado y que es tiempo de que asuman que jamás podrán ser tratados como iguales.
- Se acabó la defensa de la propia identidad; se acabó la defensa de los principios de justicia, igualdad y solidaridad; se acabó el sueño por un mundo más libre y más justo.
La inmigración se ha convertido, así, en los últimos años en un laboratorio perfecto para llevar a cabo los ensayos que no se pueden realizar en otros escenarios. El discurso populista en la inmigración es una garantía de buenos resultados electorales. Es la moda a la que se están apuntando los partidos de centro derecha en la UE, y donde hasta la CDU alemana echa mano de la inmigración para ganar unas elecciones que las encuestas le niegan por ahora.
Todo esto pasa mientras la izquierda europea titubea y no es capaz de encontrar un discurso propio.
En medio de esta coyuntura, el ciudadano de a pie se emociona ante la agitación del miedo al inmigrante. Y no es sólo que acaba consciente o inconscientemente votando masivamente a la extrema derecha, como ocurrió en las últimas elecciones presidenciales en Francia, donde uno de cada cinco electores votó la opción de Jean-Marie Le Pen, sino que el ciudadano europeo acaba creyéndose que él pertenece a una identidad y cultura superiores a las demás y, por consiguiente, los demás son inferiores, lo que significa que para dejar de serlo tienen que renunciar a todo su legado cultural, a sus sentimientos, a sus convicciones, a su personalidad, para convertirse en un modelo de inmigrante integrado.
La integración de cualquier colectivo en una nueva sociedad no es una responsabilidad única y exclusiva de sus miembros, sino que es y debe ser una relación recíproca en el marco de una convivencia democrática, de una sociedad en donde todos sus miembros asumen derechos y obligaciones en un contexto jurídico, legal, regulado y conforme a la constitución democrática del país de acogida.
La integración no se consigue por un decreto gubernamental o apretando un botón, sino pulsando la realidad de los inmigrantes, sus inquietudes, sus perspectivas, sus aspiraciones y también sus sueños como personas, como familias y como colectivo. Y son los ciudadanos europeos autóctonos, los que tienen esta misión de pulsar la realidad de la inmigración, ya que tienen que convivir con ellos en la vida real y cotidiana, en el trabajo, en la calle, en el bar, en el metro, en los parques y en la plaza del pueblo.
La inmigración, más que un fenómeno, es una realidad social, cultural y económica que necesita actualmente de un marco político de debate donde no todo vale y donde también no deban caber ni la discriminación ni la segregación socio-racial ni los insultos en nombre de la libertad de expresión. Y esta tarea tan urgente y a la vez tan desafiante es la que tienen ahora los partidos políticos democráticos para preservar lo esencial y lo sustancial de la democracia occidental: la libertad, la igualdad, el respeto mutuo y la responsabilidad.-
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