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Reportaje:

El viejo molino del pueblo vuelve a funcionar

Morata de Tajuña crea un museo de la molienda en una enorme aceña del siglo XI, la más antigua de la región

Desde su nacimiento en las tierras alcarreñas de Maranchón, las aguas del Tajuña, el viejo Tagonius de los romanos, han visto cómo a lo largo de sus riberas se levantaban molinos harineros destinados a aprovechar la fuerza de su cambiante y caprichoso caudal. Las viejas crónicas ya hablan de los molinos como del elemento sustancial en la vida de las aldeas y villas regadas por el río. Así fue durante muchos siglos.

Ahora, tras años de abandono y olvido, el molino más viejo de la Comunidad, el de la Huerta de Angulo, del siglo XI, situado en el término municipal de Morata de Tajuña (5.400 habitantes), a un kilómetro de la plaza del pueblo, ha vuelto a funcionar convertido en un museo que arrastra al visitante a un viaje por el tiempo.

'Es como retroceder en el tiempo y ver a mi padre con el trigo', dice la alcaldesa
El trabajo comenzaba con la limpieza del cereal y secándolo al sol

El proyecto de recuperación y conversión del molino en museo ha contado con 120.000 euros, provenientes de la Asociación para el Desarrollo de la Comarca de Las Vegas (ARACOVE) y otros 60.000 euros aportados por el Ayuntamiento de Morata, con cargo al Plan Regional de Inversiones.

Se ha dotado al edificio de energía eléctrica. El Canal de Isabel II ha corrido con otras mejoras. Y varias empresas de la localidad han adecentado los terrenos y construido los accesos. El museo, enclavado en plena vega del Tajuña, tiene una superficie de 300 metros cuadrados distribuidos en dos plantas. Dos construcciones contiguas, a ambos lados del edificio principal, se convertirán en 2003 en casa rural y restaurante. El viejo molino reconvertido en museo alberga en su interior una exposición que muestra historias de la molienda y la molinería española. Los fines de semana se obsequiará al visitante con una demostración de fabricación de harina de trigo con la maquinaria recién rehabilitada. En el siglo XI, en la ribera del río Tajuña se contaban hasta 56 molinos, que abastecían de harina de trigo a los lugareños del viejo Tagonius.

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El reflejo en la cultura popular del oficio de molinero es una consecuencia de su importancia en la sociedad rural durante muchos siglos. Los conocimientos de molinería, normalmente, se transmitían de padres a hijos. Familias enteras se han dedicado durante generaciones a trabajar en los molinos.

El molinero comenzaba su trabajo con la limpieza del trigo o cualquier otro cereal destinado a la molienda, secándolo al sol, si era necesario, antes de llevarlo a la sala de molienda. Previamente se pactaba la maquila, el acuerdo con el labriego sobre la parte correspondiente al molinero, en especie, en pago a su trabajo.

Ya importaban por entonces, aunque se llamaban de distinta manera, la fluctuación del precio del dinero, el IPC o la inflación. La maquila oscilaba en función del precio del grano, de las épocas y de las características del molino que aportaban las calidades a las harinas de entonces. Pero, en general, el pago se situaba en torno al 4% y al 8% de la cantidad que se molía. La molienda comenzaba con el vertido del cereal en la tolva, el grano descendía entonces por la canaleta, que era regulada por el molinero para controlar la cantidad, hacia el ojo de las piedras molederas, que giraban tras abrir las compuertas del caudal y mover éste unas aspas. Después, las incisiones practicadas en la parte superior de la piedra dirigían el trigo molturado hacia la salida, y de allí, al harnal o directamente a un saco. Los molinos harineros también generaban lo que ahora se denomina puestos de trabajo indirectos. El hecho de que no todas las villas contaran con molinos harineros y la propia situación de éstos, en parajes alejados del caserío, obligaba a un continuo acarreo del trigo y otros cereales desde los lugares de producción o almacenamiento hasta el molino para su molturación. Los carros, tirados por un par de caballerías o más, eran habituales en los caminos que comunicaban los molinos con la población e incluso un verdadero oficio para aquellos que transportaban su carga de una población a otra, bien para llevar el grano al molino o, ya molturado, con la harina a su punto de venta, de almacenaje o de consumo. Eran lo arrieros.

Todos esos trabajos, el de molinero, arriero e incluso los propios molinos hidráulicos dejaron de existir en la década de los sesenta. En lo que se refiere al Molino de Angulo, el edificio se salvó de los bombardeos cercanos al frente de la guerra civil. Sus piedras continuaron funcionando a pleno rendimiento, no sólo para molturar el grano y los cereales en Morata, sino también, en esos difíciles años, el grano procedente de varios pueblos aledaños. Sin embargo, pronto llegó el fin. La aparición de otras alternativas, más modernas, como los molinos eléctricos, más generalizados y sin restricciones de energía tras los años de posguerra, provocaron su desaparición. Estos nuevos molinos, junto a la competencia de las fábricas de harinas, propiciaron finalmente que, a finales de los años sesenta, las piedras del molino de Angulo dejarán definitivamente de girar. Hasta ahora.

Toda esa historia sobre la molienda, en definitiva una parte esencial de la historia de España, se puede desde el 15 de septiembre, de forma gratuita en principio, durante los fines de semana, aunque el Ayuntamiento de Morata también ha dispuesto visitas concertadas para colegios y otros colectivos, que podrán realizarse durante todos los días de la semana.

Concepción Loriente, alcaldesa de Morata, estaba ayer especialmente emocionada tras la inauguración del viejo molino; no en vano allí pasó los primeros años de su vida y recordó su infancia.

'Ha sido como retroceder en el tiempo y volver a ver a mi padre y a mi abuelo moliendo el trigo que acercaban las gentes que vivían en otros pueblos. Era muy duro ese trabajo, pero se hacía con mucha ilusión y, sobre todo, servía para hacer camaradería y amistad. Aquí comíamos todos juntos y charlábamos de las historias que a cada uno le deparaba la vida', relata. 'Mi deseo es que ahora sirva para que las gentes que visiten Morata reciban un aire de romanticismo y valoren los trabajos del campo'.

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