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Columna
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Cernuda en Madrid

Se echa en falta un recuerdo del gran poeta Luis Cernuda en las casas de las calles de Fuencarral y Viriato en las que vivió. Si aún estuviera vivo, cumpliría cien años el sábado que viene, pero no creo que de verse como un viejecito centenario accediera, tan poseído como estuvo siempre por la angustia ante el paso del tiempo, a los halagos de la tarta con velas. Siendo, como era, un hombre atildado hasta el extremo, es fácil hacerse a la idea del sufrimiento que le hubiera supuesto la contemplación de su ruinosa imagen propia, vencida por el tiempo. Tampoco cuesta imaginar que aunque los cambios en España le recuperaran de olvidos, amarguras y faltas de reconocimiento, como se les han reparado afortunadamente a otros de semejante mérito, Cernuda fuera, con su carácter complejo, fácil de contentar. Y mucho tendría que haber cambiado para que la trompetería oficial, viniera de quien viniera, y sobre todo de los que detestó expresamente, llegara a complacerle. Si se alejó de algunos coetáneos suyos que siempre le ofrecieron afectos y apoyos fue, además de por susceptibilidades en él frecuentes, porque los halló de pronto aburguesados y conservadores. En estos tiempos de renuncias y aceptaciones, de conveniencias desmemoriadas y de arraigo de ese nuevo concepto de lo políticamente correcto, seguiría siendo el expatriado que siempre fue. Su modo de estar en el mundo, su capacidad de desdén, no lo haría precisamente el invitado ideal a ningún cumpleaños, incluido el suyo, y quizá al suyo especialmente. Su heterodoxia, su espíritu combativo no claudicaban y las transacciones con él hubieran resultado imposibles. Tan picajoso, tan susceptible, razonable unas veces e injusto otras, no hay manera de imaginar qué celebración de centenario le hubiera gustado. Es más fácil creer que ninguna le hubiera complacido, lo cual no supone descartar que se cogiera una rabieta en el caso de que se le ignorara. De modo que a aquel sevillano excepcional que llegó aquí un día de septiembre de 1928 no hubiera sido fácil imponerle una medalla ni hacerle hijo adoptivo de Madrid.

Tampoco es que él se fascinara con la ciudad grande, que era entonces como ahora tema literario muy a la moda, según dijo, aunque no la encontraba comparable, naturalmente, a Berlín o Nueva York: 'En mi caso resultaba al menos aquella (ciudad) donde yo debía tratar de ganarme la vida'. Y se la ganó en la librería de León Sánchez Cuesta, en la calle Mayor; Pedro Salinas le había procurado trabajo. Le hubiera gustado más vivir en París, sin duda, y así lo contó, pero no consta que Madrid corriera la misma suerte que Londres en su consideración: por lo que contó el pintor Gregorio Prieto, su amigo y maltratado anfitrión, a Londres llegó a odiarla con cierta intensidad. Quizá le aliviara de la obligación de estar aquí la casa de la calle de Velintonia en la que encontró a su amigo Aleixandre: cuentan que, hasta entonces, no había podido hablar de sí mismo con tanta franqueza a nadie. Allí se reencontró con Lorca y conoció a muchos otros, pero así como Neruda siempre dijo que deseaba volver a Madrid para ir a Velintonia, a Cernuda no le caracterizaba ese tipo de añoranzas. Aleixandre, que tanto le quiso y le admiró, se murió sin saber en qué había podido molestarle.

Y cuenta Neruda en sus memorias, subrayando la estima que le merece como poeta, que su casa también fue escenario de la vida madrileña de Cernuda. Y lo fueron los cines -Callao, Palacio de la Música, Avenida, Goya o Royalty -, lugares donde se le vio a menudo, conforme nos cuenta, lo mismo que en salones de té o bares como Bakanik o Sakuskiya. Aquí vivió las emociones políticas del 14 de abril del 31 y, con pasión y mojándose, la lucha por la libertad en los momentos de la guerra. Amó aquí con breve y furiosa intensidad a un muchacho pobre y guapo y ese amor no fue ajeno a su hermoso libro Donde habite el olvido. Colaboró en periódicos como el Heraldo de Madrid y en las más importantes revistas culturales de la época. Pero, sobre todo, escribió aquí mucha poesía excelente: desde una parte de Un río, un amor hasta Invocaciones, además de casi la mitad de Las nubes. Cuando salió La realidad y el deseo, sus amigos le ofrecieron un homenaje en un café de la calle de las Botoneras. Fue allí donde dijo Lorca: 'No habrá escritor en España, de la clase que sea, si es realmente escritor, manejador de palabras, que no quede admirado del encanto y refinamiento con que Luis Cernuda une los vocablos para crear su mundo poético propio...'. ¡Qué gran mundo!

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