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Columna
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La piñata de Bush

Washington ha recordado a sus aliados que tras la caída de Sadam Husein sólo compartirá el petróleo iraquí con los países que le apoyen en la guerra. O sea, que Estados Unidos convierte el petróleo en argumento para recabar apoyos en vísperas de un ataque a Irak. En definitiva, que la Casa Blanca concibe la guerra preventiva en preparación como una gigantesca piñata. Entretanto, sigue pendiente de demostrarse la vinculación de Bagdad con la red terrorista de Al Qaeda pese a las pruebas adelantadas por The Sunday Telegraph, incapaces de establecer una vinculación de Sadam como protector de Osama Bin Laden. Otra cosa es que los responsables del atentado a las Torres Gemelas y al Pentágono se entrenaran con toda normalidad en las escuelas de aeronáutica del Estado de Florida, contra el que sigue sin haber objeciones ni planes de invasión conocidos.

En cuanto al concurso para hacer méritos ante EE UU, es claro que sigue abierto y encabezado por el premier británico, máximo valedor de las hazañas bélicas del presidente norteamericano, George W. Bush. Se sabe que el temerario Toñín Blair acaba de aceptar un debate de urgencia sobre este asunto en la Cámara de los Comunes para el próximo día 24, aunque intentará rehuir una votación formal sobre la participación del Reino Unido en un ataque a Irak. También debe reseñarse que en la residencia presidencial de Camp David ha sido recibido en días pasados el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, ocasión utilizada por su anfitrión para exhibir orgulloso los apoyos tributados a sus planes por parte del valeroso tridente europeo que forman Blair, Berlusconi y Aznar. En otros países los líderes políticos y los institutos especializados, más o menos independientes, han procedido a un análisis riguroso de las consecuencias que se derivarán de la guerra contra Irak y de la pertinencia que en su caso tendría participar en la misma. Por ejemplo, François Heisbourg, director de la Fundación para la Investigación Estratégica de París, ha examinado en las páginas del diario Le Monde cómo los europeos en absoluto podrán escapar de las elecciones brutales que impone toda situación de guerra por mucho que intenten limitar los daños propios. Heisbourg deja a un lado los efectos de la guerra sobre la situación límite de Oriente Próximo y se aplica a estudiar la incidencia que tendrá sobre las relaciones transatlánticas, sobre el papel del Consejo de Seguridad en la legitimación del empleo de la fuerza y sobre el proceso en curso de la construcción europea, siempre desde una perspectiva francesa.

Aquí en España apenas hay rastro de semejante debate. En la sesión de control al Gobierno del Pleno del Congreso de los Diputados del pasado miércoles 11, el líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, sostuvo que es imprescindible mantener el espíritu de la coalición internacional contra el terrorismo porque la mejor forma de luchar por la seguridad es unir a todos los países democráticos. A su entender, cuantos más países unidos, menos terrorismo. De ahí que propugnara la búsqueda del mayor consenso internacional y nacional en esta materia. Por eso, también, su exigencia al presidente Aznar de que consultara con la Cámara cada paso que pudiera dar en nombre de España y de los españoles y su aclaración de que el Grupo Socialista no respaldaría la implicación de España en una acción unilateral de EE UU contra Irak sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU.

En su respuesta, el señor Aznar mencionó que la víspera había tenido una conversación telefónica con el presidente de Estados Unidos donde fijó la posición del Gobierno español en este caso. Dijo después que deseaba una resolución del Consejo de Seguridad, señaló que el retorno de los inspectores de Naciones Unidas debía ser incondicional y concluyó desafiante que quien defendiera lo contrario debería decir si estaba dispuesto a esperar a que pudiera surgir otro atentado sangriento del terrorismo internacional. Se impone advertir que Aznar plantea un falso dilema que al día siguiente reiteró de forma infantil ante lo más granado del empresariado madrileño. Por eso, es un deber de la alternativa socialista demostrar que ante la guerra en preparación caben posiciones distintas de la mera sumisión incondicional adoptada por Aznar, que además seguimos sin saber si incluye el derramamiento de sangre como figura declarado en la oferta previa del adelantado Toñín Blair.

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