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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Un alcalde, un perro y unas ordenanzas

Eran las 23.20 horas del día 2 de septiembre de 2002. El día se había presentado excesivamente caluroso y era una hora apropiada para estar sentados a la puerta de las casas. El susurro de las conversaciones fue roto por unos ladridos que, posiblemente por la quietud de la noche, sonaron de tal forma que amedrentaron a las dos señoras que mantenían una sosegada charla y a una pequeña de apenas dos años a la que la madre acunaba para que pudiese conciliar el sueño. La silueta del perro se fue haciendo más visible conforme se iba acercando al grupo y sus ladridos resonaban con mayor intensidad hasta el punto de hacer pensar que pudiese atacar a alguno de los tertulianos. Afortunadamente el cánido no agredió a nadie pero el susto que dio a los reunidos fue mayúsculo.

Algunos vecinos salimos a la calle al oír tales gruñidos. La pequeña, que aún no tiene dos años, es mi nieta.

El perro en cuestión pertenece al alcalde de San Roque, Fernando Palma Castillo, al igual que otros dos que también, de vez en cuando y en horas nocturnas, se asoman a los alrededores. De la vivienda del alcalde salió una señora que tuvo que ir a buscar al animal porque no acudía a las reiteradas llamadas. Casi de inmediato salió el alcalde para depositar los residuos de su casa en el contenedor. En ese momento le inculpé de no cumplir sus propios bandos. 'Señor alcalde, según las ordenanzas municipales, los perros tienen que ir acompañados de sus dueños, con cadena y, si son agresivos, con bozal, y usted, como máximo responsable del municipio, es el primero que debe acatarlas'. Cuando esperaba -iluso de mí- una respuesta coherente y a la altura de lo que representa el cargo que ostenta; algo como: '...perdonen ustedes; el perro se nos ha escapado y lamento mucho el susto que les haya podido dar; no volverá a pasar', que hubiese sido lo más lógico, el alcalde (tránsfuga del GIL pasado al PP tras moción de censura al legítimo alcalde del PSOE), saliéndole a flor de piel su estilo poco democrático -como demuestra en los plenos-, me respondió: '¡Que sea feliz y váyase a la cama, váyase a dormir!'. Tal contestación consiguió que mi estado se alterase sobremanera y le imprecara: 'seré feliz cuando usted se vaya nuevamente a Suiza y nos deje tranquilos'. Él, a cada insinuación mía, volvía nuevamente a sugerir sus deseos de felicidad hacia mi persona y a mandarme a la cama. Por cierto, su actitud era de profunda excitación.

Ante la insistencia en sus manifestaciones y su poca conciencia de lo que podía haber pasado si su perro hubiese atacado a alguien, lleno de rabia, le dije que 'me iría a la cama cuando me saliese de los ...'. Lamento enormemente esta desafortunada frase y desde aquí, públicamente, pido perdón.

Esta es la historia de lo que pudo haber sido y afortunadamente no fue; la historia de cómo un alcalde dicta unas normas y él es el primero que las incumple; la historia que espero que no se repita más, porque, de lo contrario, es posible que el señor alcalde tenga que desearme felicidad y mandarme a dormir ante un tribunal de justicia.

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