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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El arca de Schröder

Gerhard Schröder, el canciller alemán, consiguió el viernes pasado lo impensable. Por primera vez desde hace más de un año, y una semana antes de las elecciones federales del 22 de septiembre, su Partido Socialdemócrata (SPD) adelanta en los sondeos a su principal rival, a la Unión Demócrata Cristiana y la Unión Social Cristiana bávara (CDU-CSU), apenas un mes después de que su Gobierno de coalición de socialdemócratas y Verdes apareciera como desahuciado. Las promesas electorales de recuperación económica, repuntes de empleo y reformas, habían sido manifiestamente incumplidas. Y el SPD estaba seriamente dañado en su prestigio y seriedad por escándalos que alcanzaban al propio Gobierno.

La CDU, cuya presidenta Angela Merkel había cedido hábilmente la candidatura a Edmund Stoiber, presidente de Baviera y mascarón de proa de efectividad y prosperidad, había dejado atrás la era de Helmut Kohl y se aprestaba a recuperar un poder perdido calamitosamente el 27 de septiembre de 1998. Stoiber es presidente de uno de los Estados federados más ricos de Alemania, Baviera, donde goza de una cómoda mayoría absoluta y es conocido como látigo de veleidades izquierdistas, y enemigo de los impuestos y de regulaciones obsesivas. Schröder y su ministro de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, el político más apreciado en toda Alemania, parecían estar al final de un breve recorrido de poder.

Pero todo parece haber cambiado con una radicalidad que, de confirmarse el próximo domingo, entraría en los anales. La falta de reacción de Stoiber ante las trágicas inundaciones que sufrió Alemania en la primera mitad de agosto fue muy probablemente el momento decisivo para el entonces candidato favorito. A partir de entonces, la CDU ha entrado en la pendiente y el SPD y los Verdes, los dos partidos de la actual coalición de Gobierno, no han parado en su ascenso. Stoiber ha insistido mucho, y quizá con razón, en la incapacidad reformadora del Gobierno de Schröder a la hora de sacar a Alemania del pozo de desempleo y declive económico en que se encuentra. Pero el canciller ha sido muy hábil en perfilarse como el único gran gestor de crisis disponible. Los socialdemócratas han recuperado en pocas semanas una credibilidad deteriorada durante tres años, y los Verdes se han beneficiado del prestigio incontestado de su ministro de Asuntos Exteriores en cuanto ha entrado en campaña. Los liberales, en cambio, han visto disminuir sus expectativas por los fracasos de la ideología neoliberal, mientras los ex comunistas del PDS pueden quedarse fuera del Parlamento por la unión de fuerzas en torno al SPD que genera el miedo a Stoiber.

La victoria de Schröder el 22 de septiembre tendría algo de inverosímil porque nadie podía apostar por ella hace casi semanas. Pero incluso con este éxito, la coalición gobernante debería reconocer que Alemania es hoy símbolo de parálisis y que sólo el combate contra sus grandes entramados de intereses puede hacer retornar a su sociedad y a su economía al puesto perfectamente posible de locomotora de Europa.

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