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CLÁSICOS DEL SIGLO XX: UNA INVITACIÓN A LA LECTURA

Seis autores en busca de lector

Las próximas entregas de la colección muestran la variedad de registros de la literatura del siglo XX

Con las grandes obras de la literatura existe a veces un equívoco. Es tal la perfección que se les atribuye que se tiende a olvidar que sus autores, cuando ponían una palabra detrás de otra, no sabían si serían leídos, si habrían de ser despreciados por la crítica o ninguneados por el público. En realidad, cada texto sólo existe cuando hay lectores que al leerlos los hacen suyos, y eso es lo que explica la pervivencia de algunos títulos. Su capacidad para comunicar con lectores y tiempos diferentes.

Franz Kafka (Praga, 1938-Viena, 1924) era un hombre tremendamente complejo. Obsesionado por expresar las emociones que le arañaban las entrañas, no dejó de escribir a lo largo de toda su vida, pero publicó muy poco. Antes de morir, dejó indicado que se quemaran todos sus escritos. Si Max Brod, su amigo y testamentario, le hubiera hecho caso, muchos lectores desconocerían ahora algunas de sus obras más significativas. La metamorfosis, que aparecerá dentro de la colección Clásicos del Siglo XX, fue una excepción: la publicó en vida. Ha habido grandes escritores y críticos que frente a esta obra han elaborado las interpretaciones más variadas, tal es su riqueza. El relato se inicia así: 'Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto'.

M. Duras trata en 'El amante' un tema escandaloso con una hermosa transparencia
'El siglo de las luces', de Alejo Carpentier, está considerada como la mejor de sus novelas
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Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986), que tradujo esta narración de Kafka y que pasa por ser no sólo uno de los mayores escritores en lengua española del siglo pasado sino también uno de los lectores más perspicaces de todos los tiempos, escribió de La metamorfosis: 'El pleno goce de la obra de Kafka -como el de tantas otras- puede anteceder a toda interpretación y no depende de ellas'.

Borges va a coincidir con Kafka en la colección de EL PAÍS, y es llamativo que lo haga con un título que confirma su manera tan especial de leer. En La historia universal de la infamia hay una serie de textos, los que cierran el volumen, de los que reconoce no tener 'otro derecho sobre ellos que los de traductor y lector'. Los llama 'ejemplos de magia' y no son sino variaciones, versiones, relecturas de piezas que otros habían escrito antes. En este libro, publicado originalmente en 1935, Borges reúne un montón de narraciones de signo muy diverso: 'Patíbulos y piratas lo pueblan', escribe, 'y la palabra infamia aturde en el título, pero bajo los tumultos no hay nada'. Biografías de personajes singulares, piezas mágicas y, también, uno de sus relatos más célebres, Hombre de la esquina rosada, que recrea el ambiente, el lenguaje y los conflictos de los arrabales de Buenos Aires.

La historia de Marguerite Duras (Gia Dinh, 1914-París, 1996) en su trato con sus lectores resulta inexplicable. Tuvieron que pasar 41 años desde que publicara su primera novela para que, de la noche a la mañana, el público cayera rendido a sus pies cuando apareció El amante (que se incluye próximamente en los títulos de la colección). También este libro tenía las marcas ineludibles del estilo que la había llevado a formar parte de los renovadores de la narrativa francesa a través de lo que se conoció como el noveau roman. Tenía esa distancia desde la que se daban cuenta los movimientos de los personajes, una cierta frialdad, un lenguaje preciso de frases cortas ('Volvemos al apartamento. Somos amantes. No podemos dejar de amarnos'). Es una novela de corte autobiográfico, que cuenta la relación de una adolescente de 15 años y un joven rico de 26. Un tema escandaloso tratado con una transparencia sorprendente.

Duras tuvo una vida agitada. Durante la II Guerra Mundial, viviendo ya en Francia, peleó en la Resistencia y estuvo casada con Robert Antelme, que fue capturado por la Gestapo y conducido a distintos campos de concentración nazis.

La II Guerra Mundial también marca la trayectoria de un autor de características muy distintas a Marguerite Duras. Heinrich Böll vivió aquel periodo de forma muy diferente. Nacido en Colonia en 1917, tuvo que incorporarse al ejército alemán en 1939 poco antes de que estallara el conflicto y estuvo en las trincheras de distintos países hasta que fue hecho prisionero por los aliados en 1945. Al terminar su periodo de reclusión, estudió germanística y, desde 1951, y ya instalado en Colonia, se volcó a la literatura. Muchos de sus libros están lastrados por sus experiencias en la guerra, pero Opiniones de un payaso (1963), el más célebre de todos y que EL PAÍS publicará en breve, constituye una lúcida reflexión, cargada de ironía, sobre el proceso de reconstrucción de Alemania después de su derrota.

Un hombre normal ('no soy demasiado alto, ni demasiado bajo, y mi nariz no es tan larga como para constar entre las 'señas particulares' de mi pasaporte. Allí dice: ninguna'), un payaso, observa el mundo en derredor, lo describe, y con sus palabras dibuja las tremendas contradicciones y la hipocresía de un país que no ha cerrado sus heridas.

El mundo que habitó Francis Scott Fitzgerald (St. Paul, 1896-Los Ángeles, 1940) fue muy diferente. Por lo menos, el mundo que llevó a su literatura, y que fue el de los 'felices veinte'. Sus historias están tocadas por la frivolidad de un ambiente mundano y alegre y, al mismo tiempo, sacudidas por el terremoto de la pasión amorosa, una pasión que determinó su relación con su mujer, Zelda, y que los precipitó a ambos al infierno. Suave es la noche, que forma parte de Clásicos del Siglo XX, está cargada de referencias autobiográficas.

La estilográfica con la que escribía Fitzgerald estaba cargada con una tinta que mezclaba a partes iguales los arrebatos del amor, la obsesión enfermiza por el éxito y una afición incurable por el dinero. La guerra de amor que libró con Zelda los destruyó a ambos. Ella se precipitó en la locura; él, en la bebida. Fitzgerald tuvo muchos lectores, ganó mucho dinero, y fue capaz de perderlo todo. Al final, sus libros son la crónica de esa caída.

El sexto autor, a la busca de nuevos lectores, es Alejo Carpentier (La Habana, 1904-París, 1980). Hombre cosmopolita, amante de la música, cultivó una prosa barroca y sus libros formaron parte de una corriente que se bautizó con el nombre de lo real maravilloso. Fue diplomático, vivió un tiempo en Europa. De regreso a su país, la dictadura de Batista lo llevó al exilio y, en 1959, cuando la revolución de Castro se impuso, regresó a Cuba. Esa marca extraña, la de lo maravilloso, no esconde en su obra una mirada lúcida y penetrante a propósito de las contradicciones de su continente. El siglo de las luces, otra novela de próxima aparición, pasa por ser la mejor de las suyas. Es un gran fresco histórico ambientado en el Caribe en el siglo XVII. Un comerciante ha exportado a aquellas zonas la Revolución Francesa. Ha llevado, sí, el afán por la libertad, pero también la sombra de la guillotina y el terror.

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