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REDEFINIR CATALUÑA
Columna
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Cuando Maragall apela a Pujol

Lamiéndonos aún las heridas de la confrontación con nosotros mismos que ha significado la trampa mortal de ABC -¿cómo es posible que le hagamos tanto caso a un diario que nunca ha vivido ni transición, ni ruptura, inapelable en su coherencia histórica antidemocrática?-, hemos dejado escapar una de las declaraciones políticas más interesantes de estos últimos tiempos. Con ello no quiero decir que el linchamiento contra ERC no haya sido serio, ni que sea poco serio el misil que el PP envía al submarino socialista, dándole a través de ERC, ni que no lo sea el frente ultra españolista que bate con fuerza huracanada, pero con todo me atrevo a decir que algo me ha parecido aún más serio: la petición que Maragall ha hecho a Pujol para que medie en el conflicto vasco. Entre todos los ruidos que pueblan la narrativa política, cada vez más ruidosa, surgen de vez en cuando algunas gramáticas inteligibles, algunos verbos tan cargados de sentido que se manchan hasta mancharse, como la buena poesía... Maragall ha apelado a Pujol, ha recordado su situación personal estratégicamente inmejorable, y le ha pedido que medie entre Madrid y Bilbao. Es decir, que se moje personalmente en la resolución del conflicto vasco. La petición no sólo es de gran calado sino que podría introducir, en el debate catalán, un punto de inflexión merecedor, quizá, de una sociedad más madura o... de una clase política menos infantil. Decididos a ser notablemente irresponsables, nuestros dirigentes no han hecho ni caso, se han cargado la propuesta sin resoplar, y han continuado con sus juegos de niños. Sin embargo, creo que tenemos la obligación -alguna así lo piensa- de no zamparnos a bocados las escasas ideas-fuerza que surgen de vez en cuando, casi tan raras como aquellas flores de los desiertos impenitentes. Hace tanto que Cataluña no lidera un debate de fondo, que no piensa más allá del titular de prensa, hace tanto que ha renunciado a tener un papel realmente histórico, que ya ni nos damos cuenta de nuestra provincialización, de nuestra escasa influencia. Por ello, la petición de Maragall es de calado, porque reclama para Cataluña el doble papel que ya tuvo en el pasado: reclama liderar el debate y reclama influir en el conflicto.

Hablemos de ello. ¿Es una petición importante? Es una petición importantísima que merecería, como mínimo, un par de minutos de materia gris del president. En este sentido sólo me cabe lamentar que Pujol esté tan enfeinat en su nuevo papel de comentarista político, que no tenga tiempo para asumir un papel histórico de nada. Hubo una época en que este país nuestro fue punta de lanza de la defensa de las libertades, y, sólidamente afincado en su tradición democrática histórica, ayudó a consolidarlas en todo el estado. A diferencia de la sinergia que existe entre dos tradiciones históricas violentistas -la vasca y la española-, la tradición catalana siempre basó en la cultura del diálogo su relación con el exterior. Aquello tan espriuano del 'escolta Sepharad'... Ha sido esa tradición, su vocación de exportarla y su ímpetu de modernidad las que le han dado un mayor sentido histórico. Sin embargo, hoy hemos perdido lo más importante de nuestra identidad: la voluntad de intervenir más allá de nuestras fronteras mentales, como si lejos de tener vocación universal fuéramos ahora la reencarnación de una ínsula Barataria. Negarse a tener papel en el profundo conflicto vasco, que es también un conflicto sobre España y sobre cómo se entiende España, es el síntoma más inequívoco de provincianismo. Finalmente nos hemos creído que lo nuestro sólo era gestionar el patio de casa, alejados de nuestra propia vocación histórica, empequeñecidos de horizontes y de ambiciones. El Pujol que hubiera escuchado la apelación de Maragall, habría sido un estadista, fuera cual fuere el resultado final de su intervención. El Pujol que desprecia la apelación es el gobernador de la ínsula: ésa es la diferencia entre protagonizar la historia o sólo querer salir en ella.

Lamentable, sobre todo, porque creo que la sociedad catalana anhela un papel de más peso. Ése fue el grito que sublimó las almas que lloraban y gritaban en silencio por la muerte de Ernest Lluch. Ése fue el grito silencioso que Gemma Nierga convirtió en palabra. Ése es el sentido de toda nuestra tradición histórica, incluso la más rupturista: exportar democracia. Ése es el trazo más genuino de nuestra identidad. De Pla al abuelo Maragall, de D'Ors a Espriu, de Foix a Riba, nuestra tradición poética ha sido un permanente clamor -mayoritariamente fallido- a favor de la exportación de la palabra. 'Escolta Espanya...'.

Lamentable también porque tanto España como Euskadi, desde mi punto de vista, necesitan la inflexión catalana, incluso aunque no la quieran. Y si hay alguien, en este momento clave, que esté bien situado para alzar la voz, ése es Pujol. De ahí la inteligencia de Maragall al pedírselo. De ahí la ceguera de Pujol al no escucharlo. En estos días en que celebramos los 25 años del momento más lucido de la transición, es bueno recordar que entonces aún teníamos peso. A pesar de venir de la derrota, a pesar de tener rotos los puentes del diálogo, a pesar de nuestra propia debilidad, fuimos un referente clave de la lucha democrática. ¿Por qué, hoy, no somos un referente de nada para España? ¿Ni tan sólo para la mejor España, la que quiere escuchar? ¿Son sus oídos los que se han cerrado, o es nuestra voz la que se ha enmudecido, demasiado ocupada en hablarse a sí misma? Pensábamos que aspirábamos a tener mentalidad de Estado y, en realidad, lo nuestro sólo era vocación de Diputación arregladita... Súbditos, mucho más que líderes.

rahola@navegalia.com

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