'A veces veo escenas de 'Luces de bohemia' y pienso: '¡Me está saliendo una zarzuela!'
Pocos directores se han atrevido a poner en escena la última jornada de la vida de Max Estrella, el más valleinclanesco de los personajes de Ramón María del Valle-Inclán, el menos idealizado de sus álter ego. Ni don Juan Manuel Montenegro, patriarca brutal, ni, mucho menos, el evanescente marqués de Bradomín tienen la triste carnalidad del protagonista de Luces de bohemia, retrato intermitente del escritor malagueño Alejandro Sawa. Amigo de Verlaine y de Victor Hugo, autor de novelas sin éxito, Sawa trabajó de negro para Rubén Darío ('tuvo en su espíritu una llama genial', dijo Darío), frecuentó el París golfo y encandiló con sus recitales al joven Valle, con quien compartió tertulias matritenses, devaneos noctámbulos y un proyecto teatral que fracasó: Sawa decidió adaptar una novela de Daudet, Los reyes en el destierro, y Valle interpretó un papel en ella. La vida los separó. El gallego mantuvo su rumbo de frente, el andaluz cayó cuesta abajo: quedó ciego, habló más que escribió, murió en la miseria, abandonado de todos, en febrero de 1909.
Se han acuñado numerosos estudios sobre la obra que escribió a partir del final de Sawa. 'También se ha escrito mucho sobre cómo se debe de representar. Pero hacerlo es otra cosa', dice Helena Pimenta, directora de la compañía de origen vasco Teatro Ur. 'Sé de los dos montajes de José Tamayo, de uno de Luis Iturri, vi el de Lluís Pasqual y tengo noticia de otro que estrenó hace diez años el teatro General San Martín, en Buenos Aires. Probablemente no se ha puesto en escena de modo profesional más veces que éstas, pero es como si todo el que ha leído Luces de bohemia la hubiera visto; tal es su poder de evocación. Por eso es tan arriesgado montarla'.
La directora de Ur, compañía que ha acuñado fama y un Premio Nacional de Teatro representando a Shakespeare, escogió esta obra porque el Consorcio Salamanca 2002 le pidió que pusiera en escena una a su elección dentro de un ciclo de teatro del siglo XX: 'Teníamos la certeza de que había de ser ésta. Los encuentros que tiene Max Estrella durante su deambular por un Madrid desolado y roto son, para nosotros, metáfora de un viaje desde el mundo artístico hacia el reconocimiento de la realidad. Valle-Inclán plantea una historia sencilla -la búsqueda de un billete de lotería-, que le sirve para recapitular la vida de su protagonista, la suya propia y el periodo de la historia de España que le ha tocado vivir. Hay muchas cosas en Luces de bohemia que forman parte de nuestra memoria colectiva, pero siento que si Valle juega a escenificar su propio entierro es para revisar así su recorrido vital y hacernos sus confesiones'.
Pimenta admira su agilidad: 'Cada una de sus escenas es esencial, afinada, contundente y brevísima. La que más, dura siete minutos'. Encuentra difícil 'esquivar el enorme peso del lenguaje literario y encontrar su equivalente escénico. A veces veo varias escenas seguidas y pienso: '¡Me está saliendo una zarzuela!'. Tenemos que encontrar el equilibrio entre la trascendencia del texto y el peso humano que han de tener los personajes, intentar que todo lo que hemos estudiado, los análisis literarios sobre el esperpento como género, no nos paralice. Valle plantea una situación zarzuelesca, pero lo hace a vida o muerte. Queremos que se entienda, que el texto lo digan seres humanos. Probablemente aportaremos algo a la comprensión de Luces de bohemia. Y si se montara cada año, acabaríamos aprendiendo cómo ponerla en escena'.
El reparto de la obra, que se representa del 2 al 5 de octubre en Salamanca, y después en media España, está encabezado por Ramón Barea (Max) y Cesáreo Estébanez (don Latino). Trece actores más incorporan a los restantes 51 personajes del drama.
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