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Columna
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Romperse la cara

Para no rompernos la cara está el Estado. Institución definida en su actual formulación, con sus contrapoderes, por Montesquieu hace más de dos siglos. Para que el hombre no acabe convirtiéndose en lobo para el hombre, Ibarretxe no debiera pensar y comportarse como el bondadoso dueño de una taberna que no quiere peleas dentro. Él debería ser Estado, aunque se haya pasado la mayor parte de su biografía deslegitimándolo, y ser consciente -como político que es, y no un predicador americano-, que las buenas voluntades, las amistades, la moral, se van al garete cuando alguien inicia la violencia política; no digamos cuando ésta es etnicista. Y sin Estado, como se ha hecho desde su Gobierno criticando al juez Garzón en la actualidad y desligitimándolo siempre que se podía en el pasado, se alcanza indefectiblemente el enfrentamiento civil. Aunque quizás lo desee para demostrar así que existe 'el conflicto'.

Michael Ignatieff, en su ensayo El honor del guerrero, casi exclama la necesidad del Estado cuando ve a dos compadres, serbocroata uno y bosnio el otro, pegarse de tiros desde trincheras enfrentadas. Si no hay Estado la gente acaba matándose, si no hay policía, por desagradable que en ocasiones sea su tarea -pero en la última ocasión con un auto judicial en el bolsillo-, hay que hacer cumplir la ley, porque si no se cumple acabaremos rompiéndonos algo más que la cara. La manera mejor de acabar rompiéndonos la cara es exclamar bondadoso, cuando la taberna es ya un campo de asesinatos y de intimidaciones, que no se desea que los parroquianos se rompan la cara. Si Ibarretxe y su Gobierno no proceden a poner orden, lo acabará haciendo la Guardia Civil, que será recibida con palmas y laureles.

Pero se entiende el despiste de Ibarretxe; por cierto, nada nuevo. Se entiende, además, en estos momentos que el Estado ha aparecido, ¡por fin!, en Euskadi. Se aprecia que su lenguaje aparezca desfasado. Empieza a descubrirse surrealista, como cuando dijo Arzalluz lo del 'estado de excepción larvado' a raíz del auto del Garzón, cuando aquí llevábamos muchos años bajo el estado de excepción impuesto por ETA y HB. Se está haciendo surrealista el discurso nacionalista porque el Estado, el Legislativo, el Judicial y el Ejecutivo, se están haciendo presentes y el virreinato jelkide se tambalea.

Hasta hace muy poco (hagamos historia), desde los inicios de la transición, primero UCD y luego el PSOE, delegaron en el PNV la solución del problema vasco. El PNV pudo haber vivido paradisíacamente en su ínsula resolviendo los problemas con Madrid por medio de negociaciones partidistas, y Madrid no hubiera sabido ni dónde radicaba el problema ni dónde la solución. Pero se le ocurrió pactar con el diablo y mucha gente empezó a ser consciente de que parte del problema era el mismísimo PNV y que la solución, tan vieja como la Ilustración, era el Estado moderno con todos sus contrapoderes y el imperio de la ley. Que eso era lo que necesitaba Euskadi para no seguir rompiéndose la cara y el espinazo.

El PNV siente profundamente la ilegalización de una parte de la comunidad nacionalista (no hay otra comunidad ni otro nacionalismo), pero siente mucho más la pérdida de su virreinato, la pérdida del poder absoluto y central que ostentaba utilizando el diálogo como sucedáneo -mal sucedáneo- de la ley, y el desprecio de la articulación política de la sociedad, que permite la convivencia, radicada en la Constitución. El Legislativo, con la Ley de Partidos, se ha hecho presente, el Judicial, con Garzón, existe en Euskadi; la solución ya inventada, el Estado, empieza a funcionar.

Si la revolución democrática de Ermua, surgida por el asesinato de Miguel Angel Blanco, se frustró, fue porque no se accedió tras ella al Estado democrático para Euskadi. Ahora, la aparición de éste no es más que la conclusión de un largo proceso en el que muchos demócratas se están sacrificando en Euskadi. El Estado liberal empieza a disolver 'el conflicto vasco' porque es la solución en todo conflicto social; el diálogo puede venir por detrás, pero nunca sustituirlo. Si alguien pudo hablar del 'conflicto vasco' fue porque evitó que el Estado democrático existiese en Euskadi. Así, pues, que haya Estado para no rompernos la cara, y algo más.

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