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Columna
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¡A barrer!

'La calle es mía', bramó, en plena rabieta, don Manuel Fraga Iribarne, reciclado como ministro de lo Anterior (Interior) en un Gobierno más intransigente que transitivo. Al contumaz e incombustible líder le habían tomado las calles los obreros para manifestarse y el ministro reaccionó como un niño chico al que le hubieran quitado sus juguetes. Se decía que a don Manuel le cabía todo el Estado en la cabeza, cabeza de buque de gran tonelaje que almacenaba detrás de su hierático mascarón de proa, resmas y resmas de leyes orgánicas, principios fundamentales, códigos indescifrables a los ojos de la razón, decretos indescriptibles y reglamentos infames a extinguir. Con la llegada de la democracia hubo que desalojar de la cabeza de Fraga todo aquel papel mojado y quedó tanto espacio libre que de pronto cabían en él, todas las calles, las plazas y las avenidas de España y nadie podía, por tanto, hacer uso de ellas sin contar con su beneplácito.

Un cuarto de siglo después, el presidente José María Aznar, aventajado discípulo del ogro de Villalba, ha prometido barrer de las calles a los pequeños delincuentes que amargan la vida de los ciudadanos, con la ley en la mano a modo de escoba, y ha hecho su promesa frente a la asamblea de candidatos municipales de su partido que, de ser elegidos, pasarían a convertirse en los principales responsables de la limpieza y el orden viarios.

La seguridad ciudadana se ha convertido en caballo de batalla de los políticos de todos los signos en sus pugnas electorales tras lo ocurrido en las últimas elecciones de Francia y Holanda, donde la extrema derecha ha crecido poniendo sobre el tapete electoral los vidriosos temas de la delincuencia y de la inmigración, relacionándolos entre sí, sin complejos y sin matices, como corresponde a su simplista y demagógica retórica. En Francia, Jean Marie Le Pen ha reformulado torticeramente el viejo teorema de Arquímedes para hacer creer a los inseguros y temerosos votantes que un Estado sumergido en esta clase de conflictos experimenta un empuje hacia arriba equivalente al volumen de inmigrantes que desaloja de su confortable bañera.

Contra el desorden, la injusticia, y un barrido para un fregado; en el partido de Aznar, lastrado por el peso de la extrema derecha, estos argumentos suenan a música celestial, ya no es necesario cubrir con guante de seda el puño de hierro para no herir la sensibilidad de una parte del electorado, por fin pueden expresar libremente sus querencias y sus tendencias y volver a aquellos tiempos en los que se hacían toda clase de distingos entre la libertad y el libertinaje.

Reducir las libertades para incrementar la seguridad es uno de los sofismas más frecuentados por la derecha cavernaria y ultramontana, la seguridad sin libertad es el modelo que ofrecen las cárceles y los países convertidos en prisión por Gobiernos dictatoriales y totalitarios.

Para barrer a los delincuentes de las calles se necesita mano dura y la mano dura es una especialidad de la derecha pura y dura que se maneja como pez en el agua en materias de seguridad, mientras que la izquierda navega con todo el trapo recogido y muchas precauciones, quizás porque casi siempre les ha tocado sufrir las consecuencias de todos los barridos y los fregados emprendidos en nombre de la seguridad.

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Los socialistas españoles no se oponen a las tareas de limpieza y se muestran preocupados por el incremento del número de delitos callejeros que amargan la vida de los ciudadanos, pero desconfían de este equipo de celosos barrenderos encabezados por José María Aznar, que durante su mandato ha flexibilizado la plantilla del Cuerpo Nacional de Policía, recortando 7.000 puestos de trabajo, 7.000 agentes que tal vez no tengan demasiados problemas para recolocarse en la boyante industria de la seguridad privada.

Para barrer las calles de golpe y porrazo y solucionar el problema en dos patadas, haría falta un nuevo don Manuel, inflexible, elemental, íntegro, honrado y español hasta la médula, como define a Francisco Franco Bahamonde, su mentor, en un libro reciente, otro español elemental, el alcalde de Castellón, Jose Luis Gimeno, del Partido Popular.

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