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Columna
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'Arqué'. Fotógrafos de Vitoria

Después de mes y medio, este ultimo fin de semana se ha clausurado la exposición de Arqué en el Centro de Cultura Montehermoso de Vitoria. Ha sido una mirada retrospectiva cargada de sencillez y naturalidad que, sin perder su indudable interés documental, hoy nos puede resultar irónica y hasta divertida.

Todo ello ha salido de los fondos que guarda la sección de fotografía del Archivo Municipal de Vitoria. Es la quinta exposición patrocinada por este departamento que animan para estos menesteres Pilar Aróstegui, María José Marinas y el fotógrafo Javier Berasaluce. En esta ocasión han elegido para enseñar el trabajo realizado por Federico Arocena (Vitoria, 1922) y Gregorio Querejazu (Vitoria, 1925-1986), dos fotógrafos locales que trabajaron en equipo desde el acrónimo de Arqué. El primero aprendió con Ceferino Yanguas y el segundo con Schommer Koch. Después de los primeros escarceos profesionales en distintos medios informativos, se asociaron en 1956 para montar establecimiento propio.

Juntos se dedicaron al más variado tipo de fotografías durante un periodo de veinte años. Centrados en su geografía más próxima fueron desvelando las luces y sombras de una sociedad que se recuperaba de una reciente guerra civil y con sus bamboleos cotidianos caminaba construyendo un nuevo futuro. Además de ocuparse del público que acudía a su galería, pudieron trabajar para El Correo Español-El Pueblo Vasco, La Hoja del Lunes, El Pensamiento Alavés o la gubernamental agencia Efe, entre otras publicaciones locales, y para TVE filmando los acontecimientos relevantes de su ciudad.

Si nos remitimos a las fotografías podemos señalar que no hay intencionalidad marcada en las tomas presentadas. Sería banal establecer lazos con autores extranjeros de reconocido prestigio. Cualquier aproximación sería fruto del azar, sin que se vea en ningún momento clara una trayectoria de conceptos formales o innovadores. Es un estilo digamos simple, que resuelve con técnica correcta, sin estridencias lumínicas ni compositivas, que intenta sencillamente dejar contento al cliente y cubrir con la máxima dignidad los acontecimientos. No obstante, con el paso de los años, las imágenes, se han convertido en referencias de una época en la que descubrimos usos, costumbres, formas de vestir, de divertirse, peculiaridades decorativas y un indeterminado número de detalles que ayudan a comprender aquellos momentos de nuestra historia.

La oferta gráfica oscila entre la celebración de una misa en casa de una enferma postrada en cama, hasta un certamen de moda masculina en los salones de un hotel. Entre ambos extremos aparece la barra de un bar repleta de banderillas tras las cuales posan sonrientes los camareros, la pareja participante en el concurso de baile Aquellos tiempos, los seminaristas jugando al pin pon durante su recreo, las cabalgata por fiestas de San Prudencio o un combate de lucha libre en la plaza de toros. De los retratos resulta especialmente sugerente el plano medio de las tres novias contrastadas contra un armario de tres cuerpos, los recién casados dentro de un coche, la estanquera, el afilador o los dos niños sobre una mesa de comedor separados por una tarta de cuatro pisos.

Las fotos solo pierden interés por la forma en que se han presentado. La compaginación en el catálogo hacen que pierdan parte del significado. Cuesta comprender la fachada de un bar confrontada una peregrinación a Lourdes y cosas similares. Más hubiera valido una lectura por bloques. Saborear bien clasificados temas oficiales, religiosos o deportivos. Aunque también géneros como retratos, noticias o paisajes.

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