Huellas de sabiduría
'Estos documentos que dejamos son las heces del universo, pero en estas heces se conservan aún las huellas de sabiduría': así se refiere Girolamo Cardano (Pavía, 1501-Roma, 1576) a la relación y memoria de sus obras en De libris propiis (1543, 1557 y edición definitiva de 1562), un tratado latino que ahora, después de la edición española de De propria vita (1575) -publicada por Alianza en 1992-, se traduce por vez primera a nuestra lengua. Tanto una como otra obra se corresponden con lo que Burckhardt entendía como el descubrimiento renacentista de la intimidad, en este caso ceñido aquél a la intimidad del escritor en tanto escritor. Cardano es un ejemplo prototípico del humanista: médico, profesor de arquitectura, escritor de tratados diversos y gran conocedor de la literatura clásica. Mantuvo en su tiempo controversias con otros afamados humanistas, como Escalígero, pero sobre todo lo que de él atrae son tres cosas: en primer lugar, el mantenimiento de una pulsión vital por la escritura; en segundo, la conciencia expresada por él mismo de estar viviendo en una época de esplendor cultural, y, por último, una voluntad enciclopédica que se ve reflejada en la diversidad de asuntos tratados en sus obras (medicina, arquitectura, historia natural, filosofía, geometría, música, astronomía, dialéctica, óptica, retórica, moral, política, sueños, demonios, esclavitud, etcétera).
MIS LIBROS
Girolamo Cardano Edición y traducción de Francisco Socas Akal. Madrid, 2002 256 páginas. 22,35 euros
Entre sus obras se cuenta una, De rerum varietate, que se presenta como una enciclopedia del conocimiento del mundo; pero esto en absoluto significa que el interés de Cardano sea fundamentalmente divulgativo o general, pues en otro pasaje de Mis libros se anuncia como proyecto una obra 'sobre el tamaño del arca de Noé', tema, como se comprenderá, de interés sobre todo a la luz de la más estricta lógica. Mis libros incluye relación e índices de las obras de Cardano, asunto éste que podría entenderse como un gesto narcisista, pero que, en realidad, responde a una verdad descubierta sin proponérselo el autor: él mismo explica cómo al imprimir su Ars arithmeticae (1539), en Milán, incluyó 'una especie de catálogo de mis libros, de los ya escritos y de los que estaba escribiendo', y que de este modo fue como Andreas Osiander, el editor de Núremberg, conoció la obra de Cardano, se puso en contacto con él y le imprimió su De astrorum iudiciis. Es decir, Cardano aprendió, incluso antes que los impresores, que el autor puede ser el primer publicista de su obra, y de ahí el tratado que ahora nos ocupa.
Otra cuestión, para terminar, debe destacarse de Cardano y de esta obra: como buen representante del Humanismo que es, hay en sus páginas una reflexión de carácter lingüístico y filológico-histórico nada despreciable. Cardano se refiere a la finalidad de los escritos ('servicio, gloria y eternidad'), conjetura acerca de las obras perdidas a lo largo de los tiempos, pondera el estilo que 'huye de la oscuridad', habla de sus panegiristas y detractores, y de la finalidad de la crítica ('aclarar el pensamiento del autor') y, después de sostener -contrariamente a lo que afirmaría siglos después Borges- que 'nada se ha escrito sobre nada', lega a la Historia y a los escritores esta advertencia: 'Recuerda siempre que las palabras se han hecho para las cosas, no las cosas para las palabras'.
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