Los muertos del Pallars
A lo largo de mis ya más de 40 años de veraneo en el Pallars -llegué a Espot en julio de 1960-, nunca había mostrado un especial interés por conocer lo ocurrido en aquellas tierras durante nuestra guerra civil. Como buen descendiente de los Castellarnau de Alins, la única guerra que despertaba mi curiosidad, hasta el punto de llegar a apasionarme, era la mantenida por los últimos condes del Pallars, Hug Roger III y su esposa Caterina Albert, con los ejércitos del conde de Cardona, vasallo de Ferran, el Católico, a finales del siglo XV, y que vino a ser el último estertor de la Cataluña medieval. Aún hoy, cada vez que voy a visitar las ruinas del castillo de València d'Àneu me embarga, lo confieso, una viva emoción.
A decir verdad, sí estuve interesado, vagamente interesado, por lo ocurrido en el Pallars durante la Guerra Civil. Fue poco antes de llegar a Espot, cuando hacía el servicio militar en Talarn. Allí conocí a un comandante chusquero que en abril de 1938 había penetrado en el Pallars con la 63ª División, al mando del general Tella. El comandante, que en 1938 era un chaval de 20 años, me hablaba de los duros combates en trincheras, las de un ejército a pocos metros de las del otro, pero sobre todo me hablaba de las águilas que vio, y de los buitres. A mi comandante le gustaban las aves, y sobre todo cazarlas. En Talarn nos pasamos más de una tarde disparando contra los cuervos; él con su pistola y yo con mi máuser. No abundaban las diversiones.
Pero no ha sido hasta este verano cuando toda la brutalidad de la guerra -y no sólo la de las trincheras-, de nuestra guerra civil en el Pallars, me ha sido revelada. Gracias a un libro: Revolució, guerra i repressió al Pallars (1936-1939). Un libro de apenas 200 páginas, editado en 1986 por Publicacions de l'Abadia de Montserrat, que encontré en una librería de Esterri en la edición de bolsillo, de 1989 (del Club de Butxaca), al precio de 8,72 euros. Su autor, Manuel Gimeno, no es ningún historiador conocido, ni siquiera es universitario. Hijo de La Pobla de Segur, al terminar la escuela entró a trabajar en 'La Compañía' (Fecsa), como antes lo habían hecho su abuelo y su padre, y allí sigue. Es en sus horas de ocio que Manuel Gimeno se ha dedicado a recorrer el Pallars -el Jussà y el Sobirà- de cabo a rabo, interpelando a las gentes -muchas de ellas hoy ya desaparecidas-, arrancándoles retazos de memoria, robándoles recuerdos, muy secretos y muy dolorosos. En una palabra: levantando un pequeño -pequeño por la extensión, pero no por el peso emocional- monumento de la historia oral del Pallars durante los años 1936 y 1938, que son, respectivamente, los años de la revolución y de la represión en el Pallars. Los años de las atrocidades, de los fusilamientos, de las víctimas.
Antes de la publicación del librillo de Gimeno, el tema de la represión (por las tropas 'nacionales') era un tema prácticamente tabú, todo lo contrario del de las víctimas de los 'rojos', pública y reiterativamente recordadas, homenajeadas y vindicadas. Gimeno justifica ese tabú -que en más de una ocasión hizo peligrar su investigación- debido a la atmósfera de misterio y de recelo que durante años, incluso hasta después de la muerte de Franco, envolvió la represión del ejército franquista. En primer lugar, por su magnitud (sobre todo en el Pallars Sobirà) y su arbitrariedad. Y en segundo lugar, porque las denuncias, las acusaciones que llevaron a muchos pallareses ante el piquete de ejecución fueron las de sus propios vecinos, movidos no precisamente para vengar un crimen de los 'rojos' o por razones políticas, sino 'per l'enveja i els interessos econòmics', como afirma Gimeno.
Leyendo el libro, publicado, repito, en 1986, a los 11 años de la muerte de Franco, en plena democracia, sorprende todavía el anonimato que rodea las fuentes, los interlocutores de Gimeno y las iniciales que sustituyen a los nombres y apellidos de tal y cual personaje implicado en tal y cual denuncia. Todos saben de quién se trata, pero no por ello vamos a dar su nombre. Todavía había miedo en 1986. El hecho de que el libro se publicase bajo el manto de la Moreneta no deja de ser significativo.
De los actos represivos, de las brutalidades que cuenta Gimeno, que le cuentan a Gimeno, quisiera mencionar tres. Las dos primeras se producen en el prado de Coixet de Estaron, donde son fusiladas siete personas -entre ellas un padre, vecino de Escalarre, en el lugar de su hijo, ausente-, y en la carretera de Esterri a Llavorsí, cerca del denominado Hostal d'Aidi, donde son fusiladas siete personas más, y entre las que se encuentra también un padre en lugar de un hijo, y una mujer en lugar del marido, y un hijo en lugar del padre, todos ausentes. Pero lo más sorprendente es que 48 años después de estos crímenes, es decir, en 1986, el año de la publicación del libro de Gimeno, su autor nos dice que los cuerpos siguen ahí, en el prado, en la cuneta, en el mismo sitio en que fueron fusilados. Sin una cruz, sin una señal, sin nada que los identifique y dignifique (parece ser que después de la publicación de libro pusieron una cruz).
El tercer acto, 'el punt més tràgic del Pallars', dice Gimeno, ocurrió el 14 de mayo de 1938. Aquel día, los militares del general Sagardía fusilaron a 19 rehenes: 8 de Escaló y 11 de Rialp. Fueron enterrados en la fosa común del viejo cementerio de Montardit, en la carretera, a cinco kilómetros de Sort. En 1985, según cuenta el testigo, anónimo, de aquellos fusilamientos, se colocó en la fosa del cementerio una simple crucecita de madera con la inscripción: 'Josep Barbal y otros muertos por la guerra'. He visitado el cementerio, visiblemente abandonado, lleno de hierbajos. La crucecita de madera ha sido sustituida por otra de hierro con una placa que reza: 'En record als familias [sic] del 1936'. ¿Del 1936? ¿Víctimas de la revolución roja? (los nacionales no irrumpieron en el Pallars hasta abril de 1938, como bien recordaba mi comandante cazador de cuervos).
Libro valiente, honesto y ejemplar, el de Manuel Gimeno. Todas las víctimas del Pallars, todas, de uno y otro bando, incluido el bando de la inocencia, de la impotencia, están ahí, con nombres y apellidos. Me dice Gimeno que en los institutos de Tremp y de La Pobla de Segur, cuando los chicos llegan a las clases sobre la Guerra Civil, le llaman para que les hable de los muertos del Pallars. ¡Bien por los profesores! 'Ya soy mayor, ya soy memoria y a partir de ahora no podréis conmigo', dice Sarnita, una de las criaturas de Si te dicen que caí, la novela de Marsé.
¡Pobres muertos del Pallars! Pensar que durante 25 años, mientras corría por los campos y me adentraba en los bosques de abetos recreando las batallas entre el conde del Pallars y el conde de Cardona, tal vez os haya pisado en más de una ocasión, sin querer.
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