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LA CRÓNICA
Columna
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La perspectiva del charnego

- Teoría Martínez de la cultura. La frase que mejor recoge mi estado de ánimo ante la cultura no es otra que la frase 3/185/folio4. Ésta: cada-vez-que-oigo-hablar-de-cultura-me-llevo-la-mano-a-mi-pistola. Se trata de una frase que a) mola, a la vez que b) expresa cierta desconfianza ante la cultura, dado que c) se sobreentiende que en la frase la pistola no es una pistola, sino d) lo contrario de una pistola. Es decir, e) un filtro personal tuyo. Muy pertinente siempre, y muy especialmente si pronuncias esa frase, pues f) la frase es del Doktor Goebels, básicamente un g) tipo con pistola. Por eso mismo, para citar esa frase he debido someterla a mi filtro durante varias líneas. Uf. No viene al tema pero, ahora que lo pienso, algunas de mis frases favoritas son yuyus. Verbigracias: 'Hay que vivir peligrosamente' (bellísima, parece de Rimbaud, pero es de todo lo contrario, es decir, de Mussolini), 'vamos donde queremos y hacemos lo que queremos' (turbadoramente macarra, parece de los Estopa, pero es de los que estovaven), o 'qué chachis quedan las señoritas con gorro de plato y liguero, cagundena' (anónimo popular).

Aparece 'Catalanes todos. Las 15 visitas de Franco a Cataluña', de Javier Pérez Andújar: un tratado sobre el 'charnego power'

- La cultura sometida a sospecha. Es necesario llevarte la mano a la pistola-que-no-es-una-pistola cuando oyes hablar de cultura. La cultura no es un valor, es un campo de batalla. La cultura es donde se dilucidan aspectos fundamentales de la vida. Una cultura moñas es una cultura incapaz de plantearse a sí misma, y que produce una literatura enclenque, repetitiva y neutra. Quizá esa es la descripción de las culturas y literaturas peninsulares, que han pasado a ser valores en sí mismos. Siempre positivos, nunca negativos. Nunca sometidos a la sospecha. Curiosamente, en otras culturas europeas -Francia, Holanda y, sobre todo, la cultura anglosajona-, ese proceso de volver a someter todo a sospecha lo han planteado personas recién incorporadas a su cultura, hijos de emigrantes, que han adquirido una nueva lengua y que han tenido la oportunidad de vivir su cultura lejos de los mejores asientos. Francamente, yo me imaginé que ese rol de pegarle un tute a tu cultura lo realizaría mi generación, pollos hijos de desplazados que vinieron a vivir a las grandes ciudades de la Península, que accedieron por primera vez en sus familias a la Universidad, y que tenían hambre de gol. Grosso modo, mi teoría se ha ido al garete. Bueno, en cuatro días aparece el tocho de Casavella, una novela espectacular sobre los últimos 25 años de vida -inteligente y todo lo contrario- en este país. La estoy esperando amb candeletes. Otro objeto raro aparecido recientemente es Catalanes todos. Las 15 visitas de Franco a Cataluña (La Tempestad), de Javier Pérez Andújar. No se lo pierdan.

- La belleza es una rareza. El libro este es una cosa rara. Una mezcla de novela y de ensayo. Como Vila-Matas, pero todo lo contrario que Vila-Matas -en Vila-Matas, las piezas del puzzle encajan; aquí no encaja nada-. Explica la historia de varios catalanes de diversos barrios -el catalán para el que lo que hay debajo de Diagonal es Fort Apache, el catalán para el que lo que hay por encima de Diagonal es un acto del centenario Verdaguer-, unidos por un nexo común. Ganaron la guerra. Y, los de Diagonal sur mer, modularon la Transición. El engarce narrativo de todo ello son las 15 visitas de Franco a Cataluña. El libro, por el mismo precio, viene profusamente ilustrado con fotografías al uso extraídas del Hola en sus glory days -no se pierdan la tremenda foto de Narcís Serra en su adolescencia, más cercano escenográficamente a Pitita Ridruejo que a Willy Brand-, y con un anexo con las biografías de los catalanes de pro reales que aparecen en el libro. El resultado de este compendio extraño produce un par de rarezas hispanas: a) la desconfianza ante la cultura -es decir, la exhibición de mal rollo en una cultura en la que todo es buen rollo o estás perdido-, y b) una meditación poco simpática -desde el humor, con lo que se vuelve a demostrar que el humor es lo contrario que la simpatía; el humor no hace ganar amigos- sobre los dos hechos que más han modulado nuestras culturas: la Guerra Civil y la transición. El libro es tan inusual que yo lo calificaría como exhibición de valentía, de independencia y de criterios originales. Los que una cultura necesita para ser competitiva, para no ser aburrida.

- El punto de vista del charnego. Quedo con Pérez. La solapa de su libro es la biografía de una ciudadanía de mi edad que existe en BCN, Madrid, Bilbao, Valencia, pero que no existe como punto de vista en ninguna cultura peninsular. A saber: es hijo de inmigrantes -Sant Adrià, 1965-, es el primero de su familia en acceder a la uni, trabaja en el mundo de la cultura. Hablo con Pérez. Nos sale en un plis plas el tema del Charnego Power. 'El charnego no es alguien que habla castellano y que tiene problemas cósmicos con el catalán. Ser charnego es un ámbito social. Yo soy charnego. Ser charnego consiste en que no eres pariente de nadie ni has estudiado con nadie. No perteneces a la Casta del Mandarinato'. Y, aquí, el Madarinato: 'Es la cultura. No es tanto el pensamiento único como el pensamiento obediente'. 'Mi charneguismo me proporciona independencia. No debo nada a nadie. Míralo en mi libro'. 'Los del Mandarinato lo llaman resentimiento. Yo lo llamo independencia'. Nuestra generación: 'No existimos. Hay un tapón generacional de personas que tenían 30 años en 1977. No localizo a los nuestros en la cultura'. '¿Los nuestros? No tenemos ni músicos. Peor, no triunfó ninguno'.

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