Despedidos y humillados
Imagine usted que un buen día le llama el director de su empresa -donde nadie, hasta la fecha, había criticado su labor- y le entrega una carta de despido. A la calle. Imagine también que la citada carta le acusa, así como suena, de falta de profesionalidad, de cometer repetidas faltas graves... De ser, en suma, un perfecto cenutrio y un inútil para realizar una labor que lleva año y medio llevando a cabo sin, repito, haber recibido amonestación alguna, ni verbal ni escrita.
Dígame, ¿cómo se sentiría usted? Además de dejarle en difícil situación, la empresa se permite robarle -sí, robarle- su autoestima, su satisfacción por un trabajo bien hecho y su profesionalidad. Y, por cierto, si bien la improcedencia del despido se verá en los juzgados, ese patrimonio no se lo va a devolver nadie.
Es la moda de despedir humillando. Lo dicen los sindicatos y lo digo yo, que he tenido que ver los efectos de esta sutil clase de estafa en mi entorno más cercano. ¿Para qué pactar unas condiciones honrosas? Lo que se lleva ahora es incluir una buena colección de insultos en los términos del despido. Ya se sabe, son los tiempos. El mercado, que crea bienestar para todos.
No pretenderemos, encima, que trate con dignidad a los individuos, ¿verdad?
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