La maleta y el folio
El vértigo de la maleta vacía y de la página en blanco son idénticos. Nunca sabes si empezar por la idea más honda (¿el calcetín?) y desde ella deslizarte hacia la blusa, o al revés. Cuando rellenas una maleta, como cuando escribes una página, tienes dentro de tu cabeza, seas consciente de ello o no, a un 'lector implícito' (lo dicen los críticos), que a veces es un funcionario de aduanas. ¿Qué debería ver primero ese lector? ¿La ropa limpia? ¿La sucia? ¿El contrabando? ¿La bolsa de aseo? En un folio hay zonas limpias y sucias y prohibidas del mismo modo que en una maleta hay sintaxis y morfología. Abrir una maleta mal hecha produce el mismo efecto que abrir una novela mal escrita en la que los materiales narrativos no guardan entre sí más relación que la de la proximidad. Una maleta, en fin, es un relato.
Hay quien hace las maletas como el que escribe un cuento y quien las hace como el que escribe una novela. Hay maletas de miedo y de introspección psicológica, de amor y de aventuras, realistas y fantásticas
¿Qué llevo?, se preguntaba usted a primeros de agosto ante la maleta abierta y vacía. ¿Qué escribo?, se pregunta el escritor frente a la página en blanco. A veces se coloca un grupo de calcetines en la esquina superior izquierda (no es raro que llenemos las maletas en el orden en el que escribimos: de izquierda a derecha y de arriba abajo) e inmediatamente los quitamos, como cuando tachamos la primera frase con la que habíamos logrado arrancar. Probemos, pues, a colocar los calzoncillos o los cinturones o esta oración de relativo que es un endecasílabo perfecto. ¿Qué llevo? ¿Qué escribo? La maleta no será la misma si comienzas a rellenarla por los panty o por los pantalones, por el cepillo de dientes o por las braguitas. Hay gente que tiene una buena idea para un relato, pero no la suelta hasta el final. Otros arrancan con esa idea e intentan permanecer a su altura hasta la última línea. Hay quien hace las maletas como el que escribe un cuento y quien las hace como el que escribe una novela. Hay maletas de miedo y de introspección psicológica, de amor y de aventuras, realistas y fantásticas, consabidas y experimentales, eróticas y pornográficas.
Todo el mundo debería saber hacer una maleta del mismo modo que todo el mundo debería saber escribir un folio. Las personas a las que les hacen las maletas son como aquellas a las que les escriben los discursos: más que 'hablar', 'son habladas' (véase Lacan, con perdón, ya amenacé con citarlo hace unos días). Por lo general, la tarea de hacer el equipaje recae en las mujeres, que son curiosamente las que más novelas leen. Las maletas tienen a veces compartimentos especiales para guardar las cosas de aseo, los calcetines o los cinturones. Esos compartimentos actúan como las convenciones narrativas, es decir, que son un poco previsibles. Tú puedes hacerles caso o no, pero los verdaderos aciertos aparecen cuando se vulnera la norma.
A los políticos importantes, del mismo modo que les escriben los discursos, les hacen las maletas, y eso se ha notado mucho en las comparecencias televisivas de este mes (¿se fijaron, por cierto, en la indumentaria con la que Aznar se presentó en Silos?). Algunos llevaban camisas increíbles, que no podían haber salido de sus cabezas, como no han salido de sus cabezas las frases de sus discursos. ¿Quién viste de ese modo a los ministros, a los subsecretarios, a los directores generales? Seguramente, el mismo que habla por ellos cuando abren la boca, o sea, su ventrílocuo. Ahora piensen en Marilyn, en Groucho Marx, en Elvis, ya que los tres han estado de actualidad durante este mes. ¿No darían ustedes cualquier cosa por haber 'leído' una de sus maletas? ¿No pagarían a gusto el precio de una novela editada en piel por asomarse al equipaje, pongamos por caso, de Martina Klein?
Y bien, se termina agosto. Hay que hacer de nuevo la maleta, esta vez para volver a casa. La pregunta, ahora, no es qué llevo, sino cómo coloco lo que traje, quizá lo que he comprado. Dicen los lingüistas, con perdón, que todo discurso (y la maleta es un discurso) está destinado a alguien. Quizá si lográramos averiguar para quién la hacemos (lo que es tanto como adivinar para quién escribimos), lográramos establecer un orden que nos ayudaría también a colocar las ideas dentro de la cabeza. Ahora mismo no sé si debería haber comenzado este artículo por los calcetines o por Martina Klein; pero tampoco se apuren ustedes demasiado, porque toda maleta, como toda existencia, tiene algo de borrador. Por eso la deshacemos y la volvemos a hacer. Por eso vivimos varias vidas. Feliz invierno.
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