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Columna
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El Atlántico se ensancha

El presidente George W. Bush y los halcones de su Administración, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Condoleeza Rice, Paul Wolfowitz, Richard Perle y tantos otros, han logrado el más difícil todavía. Cuando no se ha cumplido aún el primer aniversario del 11-S, han conseguido forjar en el mundo la mayor alianza jamás vista en contra de sí mismos. Con sus planes de atacar a Irak para derribar a Sadam Husein sin tener en cuenta la opinión de sus aliados, sin la aprobación de la ONU y sin consultar a su propio Congreso, Bush pasará a los anales de las relaciones internacionales. Granjearse tanto desafecto a las propias intenciones no es poco mérito cuando se gozaba de la mayor solidaridad mundial jamás mostrada a EE UU.

Pero 11 meses y medio cunden a la Administración Bush. Ha logrado que en un sondeo televisivo en el Reino Unido, aliado incondicional de EE UU, el 63% de los participantes considere que Bush es mayor peligro para la paz mundial que Sadam. Puede que el resultado entre los británicos se deba al exceso del vicepresidente Dick Cheney, que comparó a Bush con Churchill. Cierto es que el estadounidense medio no conoce a otro político europeo que a Churchill, aparte de Hitler y Stalin. Pero insultos aparte, la ansiedad que revelaba Rumsfeld por atacar a Irak sin considerar otros intereses que no sean los propios -algún temor genuino a Irak, muchos temores a las investigaciones de los fraudes de compañías amigas íntimas como Enron y demás fiascos económicos ante unas elecciones al Congreso- ha alarmado tanto que líderes mundiales y políticos norteamericanos, incluidos muchos republicanos, compiten desde hace días por marcar la mayor distancia a dichos planes de guerra.

¡Qué inverosímil la alianza que ha creado Bush! El canciller alemán Gerhard Schröder coincide con el rey saudí, éste con el presidente de Irán y éste a su vez con Jacques Chirac, el presidente chino, la totalidad del Tercer Mundo, el ruso Vladímir Putin, toda Latinoamérica y el mundo árabe, como una piña por primera vez en la historia. Todos están de acuerdo en que Sadam es una amenaza, un genocida y un sátrapa, cuya desaparición celebrarían. Al tiempo lanzan un mensaje que Washington considera irrelevante: no participaremos en una aventura militar concebida en la Casa Blanca y el Pentágono para mayor gloria propia y sin prever consecuencias.

El jefe del Pentágono, Rumsfeld, ya ha dicho que reticencias y oposición abierta de la comunidad internacional no alteran sus planes y que muchos países enmendarán su error y se unirán a su causa una vez haya empezado la campaña bélica. Pero el mito del solitario justiciero ya parece no funcionar ni en EE UU. Ya son poco más del 20% de los norteamericanos los que están a favor de una guerra contra Irak en solitario. Y cada vez más los que favorecen posiciones europeas, hasta ahora calificadas de 'cobardes' o 'tibias', de forzar en el Consejo de Seguridad una aceptación sin condiciones de la presencia de monitores por parte de Irak y evitar así la intervención. No en otro sentido va la propuesta británica de dar a Irak la oportunidad, a tiempo fijo, de aceptar la inspección. Pero Cheney ya ha dicho que a EE UU no le interesa la inspección porque no cree en su solvencia. Y ha lanzado una campaña para desacreditar toda inspección de la ONU en Irak. Sadam dice que si le van a atacar de todos modos, de qué sirve dar facilidades de inspección. El choque de civilizaciones sólo se producirá, dicen los analistas, si los poderosos lo provocan. Al hablar de ello siempre se pensaba en el conflicto Occidente-Islam. Pero si el eje Bush-Cheney-Rumsfeld impone la guerra al mundo, el choque de civilizaciones puede tener otros escenarios, como el Atlántico, que lleva un año ensanchándose. Cada vez nos une menos, cada vez hay más fuerzas de mutua repugnancia y abismos culturales. De consumarse la ruptura, todos viviríamos en mayor inseguridad y Europa habría de consolarse con no haberlo provocado.

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