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La apuesta americana

Mientras Europa se halla sumida en su largo letargo estival, América no descansa. La inacabable crisis existencial de Argentina ha contagiado a sus vecinos y socios comerciales más importantes, Brasil, Paraguay y Uruguay, y afectado de modo directo a su proyecto de mercado común regional, Mercosur. En el resto del subcontinente, las crisis políticas, unidas a las dificultades económicas, arrojan un complejo panorama, tanto en Perú como en Venezuela y en Colombia, en donde se añade el dramático factor de una endémica guerrilla. No obstante, el hecho más decisivo ha sido la aprobacion por el Congreso de los EE UU de la ley que lleva por expresivo título Trade Promotion Authority (Autoridad de Promoción del Comercio), más conocida con el nombre de vía rápida -fast track-, es decir, la autorización para negociar tratados limitando la intervención parlamentaria a la ratificación, dar el sí o el no. Con esta victoria, el presidente Bush ha conseguido el arma que el poder parlamentario le negó reiteradamante a Clinton desde 1994, lo cual le da la oportunidad de hacer que el ALCA, la prometida zona de libre cambio de las Américas anunciada a bombo y platillo en Quebec hace dos años para el 2005, pase de la retórica a la realidad, aunque no sea en fecha tan temprana. Además, ha enviado al secretario del Tesoro, O'Neill, a hacer la ronda de capitales del Mercosur, tras rectificar éste publicamente sus declaraciones acerca de la venalidad de Gobiernos que podían enviar el importe de los préstamos del FMI a Suiza. Acto seguido, el fondo acaba de comprometerse de modo directo en el apoyo a Uruguay y Brasil.

El discurrir de este convulso proceso merecería más atención y seguimiento por parte europea. No se trata de presentar una fácil contraposición entre la Unión Europea y EE UU en la región, so pretexto de que éstos persiguen un monroísmo, una América para los americanos económico como defensa en estos tiempos de dura globalización. En principio, es mejor actuar a dejar pudrirse una situación que puede degenerar en un nueva crisis financiera mundial. Una reciente gira por el Cono Sur me ha dado la oportunidad de comprobar las enormes expectativas que se plantean en relación con la actuación europea en la solución de la crisis y la atracción de su modelo de organización regional frente al modelo del ALCA. No es lo mismo un mercado común que una zona de libre cambio, ni la creación del euro que la dolarización de un país. Además, la presencia europea aparece desprovista de resabios coloniales -aunque exista una actitud muy crítica frente a las empresas de servicios con capital europeo, especialmente español-, mientras que los pronunciamientos del Gobierno estadounidense o de los grandes capitalistas, como le ha ocurrido recientemente a Soros con Brasil, suenan a injerencias intolerables. En Argentina es opinión generalizada considerar una candidatura Menem como la dolarización y la rendición sin condiciones al consenso de Washington. En Brasil, los cuatro principales candidatos en liza en las elecciones presidenciales de septiembre se definen de izquierdas y plantean programas progresistas, con un amplio consenso por la reforma social que incluye a las iglesias, y una mayoría de las ciudades gobernadas por alcaldes del Partido de los Trabajadores, pese a lo cual su candidato Lula es objeto de anatema en los círculos bienpensantes del capitalismo americano, los mismos que han predicado la lucha contra la corrupción y las prácticas delictivas hasta anteayer, cuando han empezado a estallar los casos Enron, Worldcom... En todo caso, hay una sensación de malestar generalizado ante las intromisiones preelectorales unida a una voluntad de anclar la democracia con una mayor cohesión social y la lucha contra la corrupción y el abandonismo. Europa tiene la responsabilidad de corresponder a las expectativas, rompiendo con una relación asimétrica históricamente: ha habido siempre más interés, incluso pasión, desde Latinoamérica que desde Europa.

La Unión Europea debería, pues, ser más activa, incluso más proactiva, en relación con América Latina y, en especial, con Mercosur. En primer lugar, por los valores compartidos y los lazos históricos y culturales. Pero para que esta afirmación no quede en rancia retórica, es preciso dotarla de contenido. Los Tratados de Asociación son una buena fórmula, ya que incluyen, además de las relaciones comerciales, el establecimiento de un diálogo político regular, la cooperación formativa, tecnológica y medioambiental. Hasta ahora se han firmado dos, con buenos resultados. El concertado con México ha permitido que en un clima de recesión post 11 de septiembre se incremente su comercio con Europa en un 18%. Se acaba de firmar en Madrid bajo presidencia española el acuerdo con Chile, muy altamente valorado en el país andino en su estrategia de inteligente diversificación. El presidente Lagos ha expuesto con acierto el decálogo de temas bilaterales y multilaterales que podemos abordar en el marco del mismo, con temas como la promoción de la democracia, la paz y la estabilidad, el desarrollo sostenible, la lucha contra el narcotráfico, el crimen organizado o el terrorismo, entre otros (ver EL PAÍS). En el caso del Mercosur, con el que está en vigor un tratado de libre comercio, está en curso desde el 2000 la negociación de un tratado de asociación con un bloque considerado como 'socio natural' por la Unión Europea en un mundo multipolar. Y no se trata sólo de meras declaraciones, ya que Europa es el primer socio comercial de Mercosur, con un 25% de su comercio exterior y un 60% de las inversiones directas. La presencia de los grandes grupos industriales europeos es anterior y autónoma con respecto a la política comunitaria; presentar un frente unido en este campo es también la mejor defensa de los intereses españoles en la región, especialmente en los servicios en donde una compañía europea puede ser más útil que perjudicial para romper con la imagen de la vuelta del imperio. De hecho, las dos regiones son más complementarias que competitivas en sus economías. A finales de julio, en la cumbre celebrada en Río entre la Comisión Europea con los ministros de Mercosur, se ha dado un paso adelante al fijar el calendario de trabajo hasta finales de 2003 y definir una agenda centrada en el acceso al mercado en los sectores industrial y agrícola, así como la liberalización de servicios, mercados públicos e inversiones.

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Pascal Lamy resumió la postura europea al afirmar que, 'cuanto más se integre el Mercosur, más decidida estará Europa a profundizar sus relaciones con él'. No es poca cosa cuando el coro de analistas agoreros certifican día sí día no su defunción con argumentos similares a los utilizados en el caso europeo. 'Los muertos que vos matáis gozan de buena salud', diría Don Juan. En todo caso, el elemento decisivo es la voluntad común de progresar paso a paso por todos los países comprometidos en el proceso, y por eso es preciso no dejar pudrir la crisis argentina.

Otro elemento importante para Europa es saber utilizar sus activos. Una vez más, el viejo adagio de que 'la Unión hace la fuerza' es acertado, como se ha demostrado en temas como la ratificación de Kyoto o del Tribunal Penal Internacional como preocupaciones compartidas entre europeos y latinoamericanos. En el caso de la Ronda del Milenio, también se consiguió en Doha un planteamiento de agenda global entre Lamy por Europa y Zoellick por EE UU, ambos maratonianos experimentados, con ayuda de facilitadores y países de la región. En relación con el mismo tiene interés subrayar la situación en el sector agropecuario, reproche reiterado de nuestros amigos latinoamericanos, recordando que están liberalizando el 60% del comercio y se proponen llegar al 90%. Por eso, entre otras poderosas razones, tiene sentido avanzar en la reforma de la Política Agrícola Común. Pero si Europa es fuerte en el campo comercial es porque negocia con una sola voz, la de la Comisión. Mientras tanto, en el segundo gran frente, el financiero, la realidad es muy distinta.

Los EE UU cuentan con el 17% de los votos del FMI, mientras que los europeos actuamos en orden disperso, con tres países en el directorio ejecutivo (Alemania, Francia y el Reino Unido), y los demás integrados en los más variopintos grupos geográficos. El resultado es que con el 30% de los votos, Europa pesa mucho menos que América. Ciertamente, los ministros de Economía europeos pueden pasearse con más libertad aparente en la misa mayor de septiembre del FMI, pero el peso europeo es casi inexistente en su conjunto. Ante esta situación cabe elegir la opción más fácil y barata, criticar el imperialismo americano, o proceder por la vía comunitaria, sindicando los votos comunitarios y haciendo responsable de su gestión al comisario correspondiente. El que en estos momentos sea Pedro Solbes, es una garantía añadida de solvencia. Pero si queremos que nuestros medios estén a la altura de nuestras ambiciones proclamadas, deberíamos interrumpir, aunque fuera por un momento, nuestra heroica siesta y estar presentes con decisión en un escenario fundamental para el futuro de la globalización.

Enrique Barón Crespo es presidente del Grupo Parlamentario del PSE en el Parlamento Europeo.

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