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Columna
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Ademanes de ingenio y destreza

No es imposible imaginar el ruido de las máquinas excavadoras demoliendo el terreno, doblegando los árboles jóvenes y derribando los viejos troncos mientras un inmenso rumor lo barre todo y elimina el zumbido de los insectos, el canto de los pájaros, las llamadas animales de aviso frente al peligro cierto que se avecina o, incluso, el estertor agónico de cierta camada gatuna, oculta entre entre el matorral bajo, cuando el ejército de máquinas avanza removiendo la tierra. Nada interrumpe la eficacia de las herramientas humanas, y no es la primera vez que las voces inquietas de los obreros, entre escombros y cascotes, dejan oír consignas sobre la heroica aventura de reparar y reconstruir: es lo que sucede en estos momentos en los descampados y desmontes donde se está construyendo lo que deberá ser la ronda oeste de Sabadell, en los aledaños del proyectado polígono industrial de Can Gambús. Cerca se hallaba el llamado paraje arqueológico de la Bòbila Madurell, excavado en su tiempo y ocupado ahora por unos edificios de alto standing que ofrecen la posibilidad de contemplar unos curiosos ornamentos calificables, como mínimo, de altamente kitsch. Ya en las épocas prehistóricas el Vallès fue un territorio rico en densidad humana -al otro lado de Sabadell está el yacimiento de Can Roqueta, un lugar fértil en sorpresas arqueológicas-, y a esta razón se debe que un par de arqueólogos sigan las prospecciones de las máquinas que horadan el futuro enclave de la ronda oeste de Sabadell: sueñan con vislumbrar, en el fondo de las zanjas o entre la masa revuelta de tierra y barro, el indicio que les permita celebrar el encuentro con la estructura de alguna cabaña, los restos de vasijas o cestas, las osamentas del pacto con el animal domesticado, los signos de la muerte, del hambre, de la derrota o del amor a la aventura, unos ademanes de ingenio y destreza que el hombre ha hecho y vuelto a hacer desde 300 generaciones atrás.

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Cabe suponer que algo parecido sucedió cuando, a finales de la década de 1980, se emprendió la tarea de construir un centro de servicios y de actividades terciarias en Sabadell para alcanzar, por fin, el deseo de transformar una ciudad pensada para trabajar y dormir en una ciudad donde también fuera posible la alegría de vivir, con zonas verdes y parques, áreas de ocio e infraestructuras hoteleras, superficies comerciales, macrotiendas y un centro de negocios que acercaran el centro metropolitano a la ilusión de habitar en una potente ciudad del conocimiento.

Nada queda ya de los descampados y de la colina que los constructores codiciaron con ademanes voraces, ni del par de arqueólogos que siguieron, con toda probabilidad, las evoluciones del proyecto del Eix Macià mientras soñaban con localizar algún signo del ingenio y la destreza de las generaciones pretéritas. Y nada queda ya, tampoco, del ruido de las máquinas excavadoras mientras removían la tierra de la futura avenida de Macià -la conexión entre la plaza de Catalunya y la plaza de Espanya, la conexión entre el norte y el sur de Sabadell-, mientras removían la tierra del espacio que ocuparía el ambicioso proyecto del parque de Catalunya -una zona que fue rescatada de la amenaza de la edificación para convertirse en un reducto de paz y tranquilidad donde destacan un lago en tres niveles, un circuito de atletismo, un observatorio astronómico y un anfiteatro-, o mientras se trazaban los cálculos precisos para señalar el lugar idóneo donde levantar el edificio que será el emblema del Eix Macià, la Torre Mil.lenium, un singular rascacielos en construcción que desea recordar la estética vanguardista de Chicago y que puede interpretarse como el portavoz del embrujo de los cambios acaecidos en los últimos años. Una vez terminado este edificio, desde la cima, será fácil caer en la megalomanía y, mientras se contemple la panorámica de la ciudad, leer el pasado y el futuro que preconiza el presente, la historia de una transformación que recorre un camino cuyos límites se sitúan entre la industria tradicional y la base textil y la apuesta por unas formas de vida dominadas por la Tecnología, la Información, y el Ocio. Nada recuerda la colina y los descampados: hay oficinas comerciales, hoteles y edificios residenciales, unos cines multisalas y unos juzgados -lejos ya de la grisura y las grietas del antiguo edificio, que simbolizaban la triste eficacia de la justicia de los años sesenta- donde se ubican las nueve salas del partido judicial de Sabadell.

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Un buen número de corazones inquietos quizá se embriaga con la fuerza electrizante de lo nuevo, con las formas insólitas del diseño civilizado de la modernidad, con la rara belleza de la imaginación de los más competentes arquitectos que han pensado palmo a palmo las virtudes del Eix Macià, pero no sería de extrañar que algún escéptico, o alguien poseído por un inamovible entusiasmo hacia la misantropía, se formulara nuevamente, y a su manera, la tosca apuesta de Pascal: ¿Qué se pierde a cambio de los ademanes de ingenio y destreza de los hombres?

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