_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una mano de pintura en el Besòs

No se interpretó como síntoma hasta bastante después. El primer atisbo de que el río Besòs podía dejar de ser alguna vez el sumidero industrial y humano en que lo había convertido el desarrollismo feroz lo dio una humilde mano de pintura. Una mano de pintura de tonos pastel y formas cubistas: un buen día los bloques del barrio de las Oliveres, en Santa Coloma de Gramenet, aparecieron vestidos de tal guisa y fueron perfectamente visibles desde la autopista hacia Terrassa y Francia. El acicalado fue ya en época de munícipes demócratas, a principios de los ochenta; en la primera edición del Barcelonas de Manuel Vázquez Montalbán (noviembre de 1987) la foto aparece a todo color.

Nadie podía suponer entonces que ese modesto remozo empezaba a pregonar una nueva dignidad ciudadana y fluvial, hasta entonces hundida por cifras tan descarnadas como las que reporta el propio Manolo en el libro: entre 1939 y 1953 se construyeron apenas 15.000 viviendas para una población en crecimiento demográfico (1.280.000 habitantes) que precisaba no menos de 100.000. Los guetos barraquistas de inmigrantes habían sido el miserable precio pagado por esta cicatería.

El programa del Fòrum lo redactó hace muchos años el poeta Gil de Biedma
Sobre el 'basso continuo' del tráfico, la voz extenuada del río canta en 'recitativo secco' una oración fúnebre

Los ríos mantienen relaciones complicadas con las ciudades por las que discurren. Salvo casos especiales (Burdeos), tienden a ocultarse a la vista. Es cierto que proporcionan generosas perspectivas urbanas (el Trocadero parisiense, la ribera del Neva en San Petersburgo), pero lo hacen por encima del nivel de las aguas, sin manifestar su alma húmeda. Las ciudades, por su parte, suelen avergonzarse del hecho fluvial, lo tratan con el atávico desprecio humano hacia sus propias secreciones. Insana relación. De vez en cuando los ríos devuelven la moneda a tan desconsiderado trato en forma de catástrofes, y ahí están los sucesos de este verano en Alemania y Chequia. O los del Vallès en 1962.

Pero volvamos a la mano de pintura. Salvo aquella terrible bravata que motivó una visita bajo palio, el Besòs vivía gris, lento y olvidado. No fue hasta el advenimiento del posolimpismo cuando la mano de pintura se llenó de todo su sentido premonitorio y convirtió al Besòs en multicolor objetivo informativo. En 1994 empezó a hablarse de un plan multimillonario para su congost, palabra felizmente recuperada del cementerio y que hoy ha vuelto plácidamente al ataúd. El Ministerio de Obras Públicas que dirigía Josep Borrell llegaba a un acuerdo con los municipios ribereños para inveretir seriamente -3.000 millones de pesetas del momento- en la zona entre Montcada i Reixac y Santa Coloma de Gramenet. Hubo que sortear la habitual impugnación al plan, motivada por límites competenciales, por parte de la Generalitat, pero la idea río bajaba con la suficiente fuerza como para no estancarse. Se pactó, ya con el PP en el Gobierno, y las obras avanzaron. En mayo de 1999 se inauguró el parque fluvial de la margen derecha. Se trata de un parque manífico. Esta mañana, los ciclistas pedalean a placer por un generoso carril asfaltado en llano. La hierba entreverada de tréboles llega hasta la misma orilla, desde la cual se puede volver a escuchar, sobre el basso continuo del tráfico de las autopistas, la voz del Besòs: una voz extenuada que canta en recitativo secco, una oración del Rosario. El río llora todavía la desesperación vivida en sus márgenes, último testimonio de la esclavitud. Pero nadie le escucha: ni la cubierta de camión que yace indolente en el lecho, ni los postes eléctricos, gigantes de brazos extendidos que avanzan en cómica procesión por el curso.

El parque se interrumpe en el linde con Sant Adrià. Allí una zona de fábricas en ruinas todavía perdura como presencia muda del pasado. Pero el parque prosigue más allá y enlaza con el Parc del Litoral, que acoge una impoluta piscina pública rodeada de árboles. En la playa vigilada junto a la desembocadura, los ciudadanos se bañan, flanqueados por las moles de las centrales térmicas: no parecen menos felices que los bañistas de Lloret. La orilla de poniente es una efervescencia de obras: la construcción del puerto deportivo -¡un puerto deportivo, en Sant Adrià!- y la reconversión del barrio de La Mina congregan una fiesta de excavadoras Liebherr que empolvan alegremente el aire.

El Fòrum empezó con aquella mano de pintura en Santa Coloma, hace más de 20 años, aunque nadie lo llamó así. Tiene un programa muy sólido, redactado nada menos que por Gil de Biedma: hacer de esa zona de aluvión de la ciudad un lugar donde vivir con dignidad y conseguir que el río -otro 'despedazado anfiteatro de las nostalgias de una burguesía'- entone por fin con clara voz de tenor el himno de los salta-taulells. Habría que celebrar muy seriamente todo eso en 2004. No hay más que animarse.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_