La suma redención

El poeta inglés G. M. Hopkins (1844-1889) no es en absoluto ajeno a una atención más o menos regular entre nosotros, probablemente porque se nos hace cercano debido a que representa el cruce de dos tradiciones con un fuerte arraigo en la poesía española: por un lado, la tradición barroca en la que prima la pasión formal; por otro, la tradición mística dominada por la máxima pasión espiritual y experiencial. Sabemos que el jesuita Hopkins había leído a santa Teresa y con toda probabilidad a san Juan de la Cruz y de ahí que sus clamores extáticos y sus abismos purgacionales nos sean familiares como, por otro lado, también nos lo son su enrevesada sintaxis, sus extravagantes opciones léxicas, su deslumbrante metaforismo y, ahormándolo todo, su sistema rítmico y sonoro, lleno de aliteraciones, rimas internas y externas, y de cadencias acentuales que él quería novedosas y que le aproximan a los flujos del verso libre.

Este volumen selecciona algunos poemas conocidos y ya traducidos -por Dámaso Alonso, Carlos Pujol o J. Á. Valente-, como Vítores en la cosecha, Primavera, Noche estrellada, El mar y la alondra o El halcón, entre otros, todos ellos maravillosos poemas, originales, emotivos, o raramente crípticos, como ese monumento que es El halcón, poema hermoso y complejo donde los haya, cima de la imaginación poética que aúna el retorcimiento formal y la luminosidad espiritual, llena de fuerza y de fe, de misterio y de impenetrable claridad.

Junto a ellos, aparece el no

menos complejo, dramático y largo El naufragio del Deutschland, que Hopkins escribió como consecuencia del naufragio en diciembre de 1875 del citado barco y de la muerte en él de cinco franciscanas que huían de la anticatólica Alemania de Bismarck camino de América. Poema descriptivo y meditativo a la vez cuya finalidad última es recuperar la noción básica del mensaje cristiano: la muerte de Jesús no fue en balde porque demostró que desde el sufrimiento la salvación es posible. Por tanto, el sufrimiento de las monjas ahogadas es la antesala para el reencuentro con Dios.

Mal que nos pese, no podemos estar de acuerdo con muchas de las opciones del traductor, por su muy frecuente dar la espalda a muchas de las dificultades y escabrosidades del estilo de Hopkins en las que reside precisamente buena parte de su originalidad y atractivo. El resultado es un Hopkins más llano, más limpio, más claro, más sencillo, es decir, exactamente el poeta que no es. Ninguna traducción, por buena que sea, puede aproximarse a las complejas y muy trabadas redes sonoras que arman los poemas de Hopkins pero sí debe hacerlo a su sintaxis endiablada, a sus elecciones léxicas, a su imaginación excesiva y hermética y, de su mano, a sus más recónditos sentidos, se entiendan o se dejen de entender, porque, como decía T. S. Eliot, esa acumulación de rarezas nunca nos parecen meros juegos formales, sino irremediables consecuencias de una experiencia profunda que no podía expresarse de otra manera.