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Nueva York | EN BUSCA DE OTRAS VIDAS
Columna
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El segundo olvido

EL 27 DE JUNIO de 1936, apenas tres semanas antes del comienzo de la guerra civil española, Mary McCarthy reseñaba Locos, de Felipe Alfau. Con asombro, la escritora norteamericana comunicaba a sus lectores que aquella novela, una de las más sofisticadas que había leído en mucho tiempo, la había escrito en 1928 un barcelonés de 26 años, en inglés. Cuando, más de medio siglo después, la autora de Las piedras de Florencia volvió a hablar del libro, lo hizo así: 'Hace 52 años que reseñé Locos. No había estallado la guerra civil y yo no sabía nada de España ni de los españoles. Fue un flechazo. Me enamoré de aquel libro y jamás lo olvidé. Alfau era mi tipo fatal. Después lo volví a encontrar en Nabokov y en Calvino, pero Locos fue el primero. Jamás volví a oír a hablar de Alfau. Siempre que me encontraba con un español, le preguntaba por él, pero nadie lo conocía. En Estados Unidos, nunca me topé con nadie que hubiera leído la novela. Ahora se vuelve a publicar'.

En efecto, de manera milagrosa, el mundo había redescubierto el libro. Las palabras de McCarthy proceden del epílogo que escribió para la edición del año 1988. Se supo entonces que el padre del escritor, abogado y periodista de prestigio, ex gobernador de provincia en las Filipinas, había emigrado con su familia a Nueva York en 1916. En un hermoso prólogo a la traducción de Old Tales of Spain, obra escrita en 1929, y que se recuperó a principios de los noventa junto con los demás escritos de Alfau, Carmen Martín Gaite se imagina los sentimientos del adolescente cuando desde el barco en que viajaba avistó los muelles de Manhattan: 'Contemplando la antorcha que sostiene en alto la estatua de La Libertad, le destella la mirada. Recuerda los cuentos que escuchó durante la infancia, los paisajes de Levante, Castilla y Vizcaya, las lecturas del Quijote... No tiene aún la certeza de que ya nunca se irá de Nueva York, pero lo sospecha'.

Después de Locos y el volumen de cuentos infantiles, Alfau encontró trabajo en la Banca Morgan como traductor y abandonó la escritura. Tan sólo, en la década de los cuarenta, fue escribiendo retazo a retazo Chromos, novela tan inclasificable como la primera. Publicada en 1990, llamó tanto la atención en los círculos literarios estadounidenses que llegó a ser finalista del National Book Award. La noticia hizo que en su país de origen la prensa se ocupara por primera vez de él. Sus libros se tradujeron al español. Quienes se empeñaron en dar con su paradero se encontraron con un nonagenario que vivía en un asilo de Rego Park, en Queens.

Su único placer, aseguraba, era leer The New York Times cada mañana, de cabo a rabo, empezando por los obituarios, que encontraba espléndidamente redactados. El revuelo que de repente se había desatado en torno a su figura, le traía completamente sin cuidado. 'Todo esto llega demasiado tarde. Lo único que quiero es el descanso de la muerte. Hasta entonces, déjenme en paz, en paz y en silencio', le dijo a un entrevistador. Tenía derecho a pedir aquello. Aunque a él ya no le interesaran, le había dejado al mundo dos novelas sorprendentes: en la primera, después de una reunión celebrada en el café de Los Locos de Toledo -un lugar a mitad de camino entre la realidad y la ficción-, sus personajes crearon uno de los universos narrativos más fascinantes de la vanguardia. Demasiado ocupado para escribir, Felipe Alfau le encargó a un nuevo grupo de personajes, unos americaniards (españoles afincados en Nueva York) que se reunían periódicamente en El Telescopio, un bar del Lower East Side, que soñaran la segunda, Chromos.

Felipe Alfau murió a los 97 años, agradecido de que el mundo lo hubiera vuelto a dejar en paz, aunque se trataba de un olvido mitigado. Como no podía dejar de ser, The New York Times le dedicó una necrológica sobria, emotiva y elegante. Español de Manhattan, inventor de transgresiones narrativas inolvidables, hoy se cumplen exactamente cien años de su nacimiento.

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